Kentukis invita a un análisis de lo involucrados que estamos con la tecnología, ¿cree que no hay marcha atrás? ¿Debemos tal vez reevaluar la forma en que interactuamos con ella?
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Creo que lo que necesitamos es pensar un poco más los límites, me refiero a los límites éticos y legales, los límites que marcan dónde empieza la intimidad de los demás, el derecho de los otros usuarios, creo que naturalizamos muy rápido esta vida hipertecnologizada, sin pensar demasiado en sus consecuencias. Pero esto no es culpa de la tecnología, la tecnología siempre es neutral, no hay nada intrínsecamente bueno o malo en ella, lo que hay del otro lado, en la otra punta de cada uno de estas redes sociales y estos dispositivos con los que nos comunicamos, es otro ser humano.
Cuéntenos de esa exploración de lugares que vemos en la novela, ¿cómo consigue llevar al lector por tantas ciudades?
Kentukis sucede al mismo tiempo en veintipico de ciudades al rededor de todo el mundo. Casi todas son ciudades que conozco, pero muy de pasada, y me acuerdo de la incertidumbre de trabajar con ciudades y culturas que no conozco a fondo. Así que elegí una suerte de padrino para cada una de las historias principales, gente de confianza que hiciera un seguimiento únicamente de esos personajes en particular. Entonces por ejemplo, mi editora china iba siguiendo los avances de la historia de Taolin, un amigo croata seguía la de Grigor en Serbia, un escritor peruano la de Emilia en Lima, y así. Luego aparecieron algunas ciudades o pueblos que no conocía en absoluto, pero que la historia, por una cuestión de locaciones, necesitaba, lugares con poblaciones muy pequeñas de los que era difícil sacar conclusiones por Google Earth, de imágenes de archivo o desde las redes sociales.
Me acuerdo que en la historia de Marvin, que sucede en el pueblo más nórdico de Noriega, no encontraba demasiada información. Así que al final acudí a los propios usuarios de redes sociales que pude localizar viviendo en ese pueblo. Localicé a alguien que vivía a una cuadra del lugar donde supuestamente sucede una de las escenas. Le escribí, sin conocerlo, y le dije algo así como “estoy escribiendo una novela y necesito saber si un dispositivo del tamaño de un coche de juguete comandado a control remoto del tamaño de una sandía podría ser capaz de subir la esquina tal y tal, a una cuadra de su negocio”. Y para mi sorpresa el hombre contestó. Dijo “veré mañana cuando pase y le confirmo”. Y al día siguiente volvió a escribirme “Sí, absolutamente, todas las esquinas de esta calle tienen rampas para discapacitados y el coche de juguete del tamaño de una sandía podría subir sin problemas”. En fin, una hermosa conversación de locos que a ninguno de los dos pareció nunca sorprendernos.
En este libro la vemos contando de otras formas distintas a las que solía narrar en otros de sus trabajos, sin embargo el libro al final sigue teniendo su marca personal temática, ¿siente como suyos estos temas?
Si, no sé si es tan fácil escaparle a los temas que nos preocupan. Cuando empecé a trabajar en Kentukis me sorprendía muchísimo pensar que iba a dedicar todo un libro a hablar de tecnologías, que es un tema que nunca me interesó demasiado. Pero terminado el libro me di cuenta de que la tecnología es en realidad un tema menor, casi una excusa, y de que en realidad estaba hablando de los temas sobre los que siempre pienso, la incomunicación, el deseo, el miedo a la pérdida y a la muerte, la necesidad de conectar con los otros y sobre todo, la crueldad y la arbitrariedad de un sistema que sigue imponiéndonos sus propias reglas, etiquetándonos y limitándonos, y trazando líneas crueles entre lo aceptado y lo inaceptable, entro lo posible y lo extraño, entre lo que somos y lo que se nos exige ser.
Su primera novela llegará a Netflix, a muchos escritores les preocupa que en la creación audiovisual se pierdan detalles de la intención literaria, ¿le sucedió?
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Bueno, es que una película es siempre una lectura particular de un director sobre un libro, entonces, una película no tiene porque ser fiel al libro, y esto puede ser un poco inquietante. Yo recibí varias ofertas para comprar los derechos de Distancia de rescate, pero justamente me parecía que, a diferencia del resto de mis historias, esta era particularmente delicada, y no terminaba de animarme a soltarla. Pero cuando se acercó Claudia Llosa y conversamos sobre la adaptación, supe enseguida que el libro estaba en buenas manos. Yo ya seguía con mucha admiración el trabajo de Claudia, y además, su oferta de pensar y escribir juntas la adaptación me entusiasmó enseguida. Una película no puede copiar fielmente un libro, son lenguajes distintos, y de hecho creo que si una adaptación solo copiara el original no tendría demasiado sentido. Pero sí puede, en un nivel simbólico y emocional, vibrar en espejo con el libro, ojalá sea eso lo que logre esta adaptación.
En este momento usted, más que un ícono argentino literario femenino, es un ícono latinoamericano, ¿se reconoce de esta manera?
Vivo en Berlín, en un barrio en el que soy y seré toda mi vida una extranjera. Me gusta esa condición, y pensarme en cualquier lugar de exposición me inquieta y me llena de cuestionamientos. Así que intento no pensar mucho en eso, y no tengo mucha idea de dónde estoy realmente parada al respecto. Sí sé que me toca un momento privilegiado, no solo por la reconsideración y el foco que se está poniendo sobre la literatura escrita por mujeres, sino por los libros que esas mujeres están escribiendo. Libros que leo con devoción, de autoras pares que admiro y por las que me siento acompañada. Pero digo “acompañada” de manera literal. Nos leemos, nos pensamos, nos aconsejamos, por todo esto también es que digo que me siento privilegiada.
Usted ha dicho que “el cuento no termina nunca”, pero, con esta premisa, ¿cómo reconocer el final de un escrito?
No sé realmente en qué contexto dije eso, ni qué quise decir. Siento ser confusa pero ahora mismo no estoy nada de acuerdo con esa frase. Lo que sí creo es que el cuento contemporáneo, hablando de forma muy general, funciona un poco “sobre la marcha”, uno como lector llega al cuento cuando ya todo está en ebullición, y se va de ese mundo incluso antes de ver la eclosión final. Uso palabras un poco sensacionalistas pero lo mismo se vale para un cuento sutil en el que aparentemente no sucede nada. Lo que me fascina del cuento es todo eso que queda por fuera, incluso más allá del final. A veces algunos lectores protestan por los finales abiertos, y a mi me desconcierta un poco, porque cuando les pregunto cómo creen que termina la historia, casi siempre contestan exactamente lo que yo también pensé que ocurría. Entonces, lo que creo que intenté decir con esa frae es que un final que no está escrito en el papel puede estar escrito en la cabeza del lector. Y eso no es un final abierto, es un final calculado, que se escribe a dos partes, y es algo que aprecio mucho tanto cuando escribo como cuando leo.
Muchos escritores jóvenes la admiran, ¿Cuál es el consejo que le ofrece con más frecuencia a los que asisten a sus talleres de escritura?
Lo más difícil, cada vez estoy más convencida, es aprender a leer lo que realmente dice el texto que uno está escribiendo, y no lo que uno quisiera que el texto diga. Parece un punto más en un decálogo de cuentista, pero creo que todo el trabajo de un taller gira en torno a este punto, aprender a leerse con distancia. Para aprender a lidiar con estos ruidos, no hay nada mejor que leer a los pares, ver a los pares en vivo lidiando con sus propios monstruos y sus propios logros. Todo lo que aprendí en los talleres a los que yo misma asistí lo aprendí escuchando a los demás, mirándolos e intentando pensar también sus textos. En los textos de uno hay demasiado ego, hay pasado, hay anhelos, hay miedos, todo está demasiado cargado. Hay que escribir, por supuesto, y mucho, pero para aprender a leerse hay que concentrarse en los textos de los otros. Ahí está todo, solo hay que confiar en el espejo.
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