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Los toreros muertos aseguran estar “más punkis que nunca”

La agrupación trajo todo su carnaval al concierto del pasado 16 de noviembre junto a Los prisioneros. PUBLIMETRO habló con el vocalista Pablo Carbonell sobre la irreverencia de una banda con más de 30 años de carrera.

La anterior vez que vinieron a Colombia, en un Rock al Parque, la asistencia fue masiva. ¿Por qué cree que la relación de la banda es tan sólida con nuestro país?

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Entiendo que Colombia es un país con mucho sentido del humor, entonces han captado la esencia bromista de nuestro trabajo. Incluso también no se toman muy enserio las cosas del rock, y entonces de repente que vengan unos ‘mamagallistas’ de España que tampoco se lo toman en serio, que le quitan solemnidad a las cosas, pues ha sido un mensaje que la sociedad colombiana necesitaba. No entiendo otra explicación. O han sabido entendernos. Por ejemplo en México nos han considerado poco menos que ‘narco satánicos’. No se ha producido el efecto. Aquí en Colombia casi todo el mundo me llama ‘Pablito’, en México me llaman «el incitador a los sacrificios humanos», qué sé yo (risas). Hay gente que capta el sentido circense de lo nuestro. Nuestro carácter infantil, incluso, y hay otra gente que nos ve como seres endemoniados (risas).

¿Aun hoy?

Bueno, espero que ya haya cambiado. Ahorita vamos a volver a México y espero que hayan cambiado un poco su percepción. Ya estuvimos en el Vive Latino, hicimos algunos meet & greet con fans en Guadalajara y Monterrey, y alucinaban porque decían, ‘anda, [ustedes] son unos caballeros’. Antes nos consideraban unos gamberros. Y ahora se dieron cuenta que somos educados.

¿Cuál ha sido el papel de la irreverencia para Los toreros muertos?¿Es una esencia?

Sí, es una esencia. Una que hemos perdido, que perdimos durante un tiempo porque… hubo una tendencia en el grupo a tomarnos en serio. Fue errónea. Incluso yo disolví Los toreros muertos porque creí que iba a ser algo mucho más poético. Y después cuando hice tres discos y eran tres discos que podrían haber hecho Los toreros muertos me di cuenta que por qué no lo iba a hacer de nuevo con mis amigos. En vez de contratar músicos que, por muy buenos que sean, si no son amigos tuyos o no están dentro de un grupo tocan de una manera menos entregada.

¿Menos conectada con las vivencias que ustedes han tenido?

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Sí, y –entre nosotros– una persona a porcentaje trabaja más ilusionada (risas), aunque puede ser una conclusión algo mezquina.

¿Por qué dice que esa irreverencia se perdió en un momento?

De repente, como todo lo mío, estaba basada en burlas que ya existían. Canciones que ya existían. De hecho, Mi agüita amarilla es una reflexión sobre una música que yo consideré que era música acuática, o Twist’as loca. Yo tenía una personalidad muy ecléctica, pensaba en hacer un disco, por ejemplo, solo de cumbias, y hacer una reflexión sobre música tropical o de rock, y de repente hacernos una gran banda de heavy [metal]. Yo tenía un espíritu carnavalesco con mi grupo, de disfraz, para no aburrirme. De repente sintetizar los estilos y poner una exageración de eso en el escenario, esa era mi idea. Luego decidí que no, y ser más introspectivo para buscar el poeta que yo tenía adentro; un fracaso. No lo encuentro al poeta ese. Tengo mucho de poeta, y me gustan mucho. Pero entiendo que Los toreros muertos es una marca que tiene que hacer lo que tiene que hacer, demolición.

Precisamente, usted ha dicho antes que con su música nueva quieren demoler lo establecido y crear otros estilos, pero a la vez burlarse de la idea del género musical, deconstruir…

Ahora mismo nos hemos fijado (y ya me han salido varias canciones) en hacerle una canción a una ciudad, a la ciudad con menos habitantes de España, Teruel. También tenemos Zamorana. Zamora es una ciudad también muy pequeña, donde hace mucho frío, y hay unas mantas que se llaman zamoranas, pero las zamoranas también son las mujeres de Zamora. Entonces se me ocurrió la chorrada, el estruendo folclórico, de un hombre que se muere de frío si no tiene su zamorana. Y lo hemos llevado a ritmo tropical porque estábamos en Ibagué y porque nos gusta la música divertida.

¿Cómo fue que resultaron grabando en Ibagué?

Estábamos allí y por dos días no teníamos nada que hacer. Tocamos allí y la pasamos muy bien, nos acostamos muy tarde, festejamos… en esto somos un grupo cabal, constante. Si hacemos algo bien lo celebramos. Al día siguiente nadie quería ir al estudio de la ‘guayabera’ que tenía. Pero ya lo teníamos para las 12 de la mañana, y fueron dos días de trabajo intensísimo, de mucha risa, de mucha diversión, con tan poco tiempo no teníamos posibilidades de equivocarnos ni de enfadarnos. Así hubo una vibración maravillosa, y nadie paró de bailar. Hace poco estuvimos en Valencia y contactamos con una charanga de por allí para grabar otro estruendo folclórico sobre un retrato de un tipo que habla de su pueblo muy mal. No sé si existe ese tipo de canción patética que habla del hombre que trabaja la tierra, una canción dramática, rural, mustia, seca. Dije, ‘voy a hacer una canción de esas’ (risas), entonces hice una canción desanimada de un hombre que, pase lo que pase en el pueblo, se va a echar la siesta.

¿Cuál es la clave para ‘carnavalear’ y, al mismo tiempo, hacer música sin descarrilarse?

Nosotros hemos tenido varios descarrilamientos. Me los perdono. Ha habido momentos donde hemos hecho música poco divertida, y nosotros debemos ser un poco punkis. Y ahora estamos más punkis que nunca. Hubo un tiempo que coqueteamos con baladas y tal, pensando que sería gracioso hacer baladas iconoclastas. Hacíamos baladas excesivamente ridículas para ridiculizar a los cantantes románticos, y el chiste no terminó de entenderse, y a mí no me hacía gracia hacerlo. Hay una premisa importantísima en lo que hacemos, y es que nos tiene que gustar, y nos tiene que divertir hacerlo. Yo sé de managers que han obligado a sus artistas a vernos, para que vean cómo hay que estar en nuestro medio. Yo tengo una formación actoral y eso me ha ayudado mucho, empecé haciendo teatro infantil, y el tiempo que no he estado con Los toreros me he dedicado a hacer funciones de teatro. Yo he sido payaso, esto ya es como el cum laude del rock, ser payaso y tener formación de clown autodidacta. Dentro de poco va a venir Lenny Kravitz, le he visto dos veces… se aburre. No lo entiendo, no sé. No sé qué le pasa, tiene una banda estupenda, y se aburre.

¿Cómo se logra hacer música que no sea aburrida?

Supongo que algunas canciones nuestras sí me han aburrido. Por un lado está el sentido del humor, y por otros también está el hecho de cambiar de rutina como artista. En realidad, las canciones solo son iguales cuando quedan grabadas, pero en vivo siempre son diferentes. No sé si es más uno mismo que sus circunstancias, que pesan siempre mucho. Siempre estoy a la expectativa de ver en qué me transformo cuando salgo al escenario, a lo mejor, qué se yo… me da por hacerlo como si fuera Jack Nicholson bajado de una lavadora o David Bowie bajado de una nave espacial. Nunca sé cuál será la posesión que me pueda llegar a alcanzar.

Pero igual su show acá en Bogotá fue sold out

Y es maravilloso. Me alegro mucho, no me gusta nada dejar productores llorando a mis espaldas (risas).

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