¿Cómo va esta gira?
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La verdad es que va genial. Lleva ratito porque empezó en el 2016, estamos hablando de una gira que nos llevó por muchos países del mundo. La verdad es que estoy feliz de que vayamos a tantos lugares con este formato en el que aparezco ante el público con mi guitarra y mis canciones y la gente pide lo que quiere tocar. Yo voy intentando cantar y acordarme y es muy variado el repertorio.
Seguramente, este tipo de concierto le ha traído muchas sorpresas…
Claro, y pasan cosas súper bonitas como que al hacer el show uno piensa que hay canciones que no pueden faltar, pero uno se lleva la sorpresa de que muchas de esas canciones no las piden. En cambio, muchas otras que ni siquiera fueron singles de repente son las que se han quedado a vivir con la gente para siempre, por lo tanto, hace ratito me di cuenta que hay canciones que llegan antes y canciones que se quedan para siempre, y a veces no son las mismas.
¿Qué tienen en común esas canciones que superan la prueba del tiempo?
Uf, la gente. Yo creo que el hecho de cuelarse en el corazón de la gente. Una canción es grande cuando la gente la hace grande, y una canción sobrevive al tiempo cuando la gente la hace sobrevivir. Cuando un niño descubre una canción bonita, la hace renacer y la pone de moda otra vez. Esa es de las cosas grandes y mágicas que tiene la música. El otro día un sobrino me dijo que me mostraría una canción «de Internet», y me puso una de Bob Marley. Yo no sabía si decirle que ya la conocía o decirle que era nueva. Al final te das cuenta de eso, los niños y la gente redescubren canciones. Entonces vuelvo a lo mismo, las canciones son grandes porque la gente quiere hacerlas grandes.
En este formato de concierto, ¿cómo logra mantener la conexión íntima con el público aun cuando se presenta en escenarios grandes?
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Yo creo que una peculiaridad que hemos tenido siempre es la de ser conscientes de que el público está formado por un montón de personas con nombre y apellido, con una vida, con una familia, con una forma de vida. Así, da igual que sea un sitio pequeño, grande, o enorme. Evidentemente en este tipo de conceptos funciona más la idea de la casa, de estar en la sala de uno. Y bueno, guitarra en mano. Uno sabe cómo empieza, pero no cómo va a terminar el concierto, no se sabe lo que van a pedir. Yo creo que eso es un poco el secreto de los Como en casa, que es un tipo de concierto que dirige la gente y el público. Para mí, es de las cosas más bonitas, porque yo hago música para compartir. Siempre he dicho que no hago música para competir, sino para compartir.
Y ahora precisamente va a reeditar Material Sensible, ¿qué nos puede contar?
Es la revisión de un libro en el que se recogen mis canciones y frases en general. Es un libro que se editó hace tiempo y se reeditó varias veces, y se agotó. Estamos volviéndolo a sacar pero ahora con más material, además porque ha pasado mucho tiempo y ahora tenemos más discos.
¿Cuál es la gran transición que podemos ver entre discos como Lunas rotas (1996) y Memoria de la piel (2016), que se llevan casi dos décadas?
¿Sabes qué pasa? Que en este caso, curiosa y peculiarmente la gente dice este disco les recuerda a aquel. No llego a aclararme por qué, porque la realidad, si lo pensamos, es que musicalmente no tienen mucho que ver. Lo único es la esencia, a lo mejor. Todo lo que estoy haciendo es enseñando a compartir en ese disco. En esos dos casos la gente percibe la realidad de lo que estaba pasando, el reflejo de quién soy y qué me estaba pasando en ese momento.
Recientemente usted habló sobre el mensaje que tenía para los jóvenes, y comentó que quería enseñarles «dónde poner el alma», cuéntenos de eso…
Totalmente, es que me parece que al final la vida es eso, ¿sabes? La vida es un montón de momentos en los que realmente lo más bonito es poner el alma en todo. Que ames lo que haces, cada segundo de vida, que ames a tu gente. Todo eso al final para no olvidar quién eres, ni de dónde vienes. Qué camines sin pisar a nadie conscientemente.