El legado de Fanny es difícil de definir, ¿usted cómo lo describiría?
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Para eso hay que entender lo que ha pasado con lo que ella creó, que es el Teatro Nacional y la fundación, esta discusión en la que estamos en cuanto a quiénes deben o no deben estar ahí y los que están intentando ‘salvaguardar’ un legado, la discusión de mi salida, la discusión de cómo se debe manejar el Iberoamericano, que es Patrimonio Cultural de la ciudad y la nación, y que se ha dejado olvidada la discusión de por qué son tan importantes, siempre. Yo creo que esa es una de las cosas de las que nunca se habla. ¿Por qué es importante? Hay que entender que el Teatro Nacional, la fundación y el festival son lo que son gracias a Fanny. Para eso, hay que entender quién es Fanny y esa historia no la sabe mucha gente. La historia de una mujer que nació en una familia judía de migrantes que, encabezados por su padre, llegaron desde Polonia a Argentina en 1900. Once hermanos le dijeron: “Usted es el que tiene que irse a Argentina porque abrieron la frontera a ver qué”. Era Nueva York o era Suramérica. Él se fue y empezó a llevar uno a uno a sus hermanos, era un tipo muy templado, que obviamente quería tener un hijo varón, y su primer hijo fue Fanny. Entonces, la empieza a criar con una gran responsabilidad en la familia. Tuvo seis hijos, tres mujeres, tres hombres, y Fanny era la mayor. Él la formó para que fuera como una gerente. “Usted, haga las cuentas, consigne esto, vaya y cuide a sus hermanos”, le decía. Ella se fue criando en esta idea de gestión. De gestionar la vida.
¿Cree que ella tenía que llenar unos zapatos muy grandes?
No, y ahí viene lo que sucedió con ella. Ella en este entorno familiar tenía la posibilidad de ir a un club judío en Buenos Aires donde los chicos podían hacer diferentes actividades; pintura, música, natación, lo que fuera. Y ella escogió teatro, y comenzó a enamorarse del teatro. Fue tan fuerte, que ella quedó para una audición y le dijo a su padre: ‘Yo quiero ser actriz’, y él se opuso radicalmente porque él le dijo, ‘tú vas a ser abogada o médica, no quiero una prostituta en mi casa’, en esa época las actrices se consideraban otra cosa. Existía el teatro independiente o el de variedades, y él le dijo que no. Se pelearon tan fuerte que ella se fue de la casa. Su padre le pegó, y ella se fue. Y ahí es donde comienza esa historia de rebeldía, cuando ella dice ‘voy a hacer lo que tenga que hacer’. Ella luego se casa, y él le vuelve a decir la misma cosa: ‘no quiero que seas actriz’, y se repite el ciclo. Ella durante un año hace audiciones y pequeños roles. Pequeñas cosas, en silencio. Hasta que le sale un papel grande y le tiene que decir a este hombre que lleva mintiéndole un año. Vuelve y juega, el tipo le pega y ella tiene que hacer abandono del hogar, como le decían, ella se escapó.
Y cuando ella se va él le quita su casa…
Sí, le quitó la casa, le quitó todo. Y ahí fue donde ella comenzó a trabajar con un grupo conocido como La máscara. Y ahí es donde conoce a Pedro I. Martínez, que es quien la conecta con Colombia, es un director y actor. Resulta que en el año 58 encomiendan a Enrique a Buenaventura por el gobierno de Rojas Pinilla a pensar en contenidos para televisión, que iba a entrar a Colombia. Ellos piensan en hacer teleteatro, evocando el radioteatro. Y encomiendan a Enrique a que busque por todo el continente a ver quién le puede ayudar, ahí se conecta con Pedro I. Martínez y él viene, y como ya tenía una relación con Fanny comienza a escribirle cartas, y la enamora. Y ella termina viniendo a Colombia.
Luego de tratar de adecuarse a una ciudad tan fría, que cerraba las puertas a las siete de la noche, ella se frustra muchísimo porque Buenos Aires es una ciudad muy nocturna. Así, ella y Pedro toman la decisión de irse a vivir a Cali y crean el TEC (Teatro Experimental de Cali) que también era teatro-escuela. Después de ocho años, ella rompe con todo porque Pedro era jugador, de esos que apuestan todo en una noche y ella se aleja de todo esto. Vuelve a Argentina y al ver que no tiene campo de acción, regresa a Bogotá, donde sus amigos la convencen de quedarse. Ahí comienza el proceso del TPB (Teatro Popular de Bogotá) y ella hace de todo, gerencia, actúa, hace la gestión. Se iba al restaurante de enfrente y les decía: ‘deme los almuerzos de los actores y yo le doy boletas’. Así comenzó. Ella tenía que estar encima de todo, se reventaba. Veía cómo era la publicidad, escribía las frases más importantes, se metía en el texto de escena, era muy activa. No hacer cosas la desesperaba. Con su gran capacidad de hacer cosas, se dio cuenta que debía hacerlas para ella misma.
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Así se va del TPB y comienza a pensar en grande. Ahí, en los 70, crea el Café concierto. Ahí es donde ella emprende en la labor de armar La gata caliente, que tuvo un boom político, era un punto de encuentro donde podían ver sátira política muy interesante y tomarse un trago. Ahí ella dura cinco años buscando el dinero para hacer el teatro nacional, y se queda sin plata, intenta otra vez. Afortunadamente tenía buenos escuderos, como Ramón de Zubiría y Gustavo Vasco, que eran presidentes de la junta directiva de la fundación, y cuando lo logran sacar en el año 81 ella tenía funciones de lunes a sábado agotadas totalmente.
Ella sigue haciendo giras y haciendo teatro, y es cuando le da un infarto. Gracias a eso ella se da cuenta que la cosa se va a acabar, y que se puede morir en cualquier momento. Entonces comienza un proyecto para dejarle a la gente, ahí nace el festival de cinco días. Ese festival lo arman con ayuda de Carlos Jiménez, que era como el ‘Fanny’ de Caracas y también era un argentino apasionado por el teatro. De esa inauguración hay dos anécdotas lindas: como ella tenía que inaugurar en la plaza por tratarse de un evento público, el alcalde de esa época intentó inaugurar con Fanny y lo abuchearon, no lo dejaron hablar, y le tocaba a Fanny seguir… y ella solo dijo, “yo no sé hablar, mi corazón habla mejor que yo pero esto que estamos haciendo es muy importante, es un acto de fe en Colombia, porque ustedes lo están demostrando”. La gente aplaudía como loca. Ahí comenzó una cosa muy especial entre ella y el público. Luego ponen una bomba y ellos dicen, no, tenemos que seguir adelante.
La clausura era con pólvora y un grupo catalán frente al Palacio de Justicia, lugar que nadie quería mirar porque dos años antes había sido la toma. Lo llevan a cabo a pesar de todas las advertencias de las entidades de control y seguridad del Distrito. Se acaba el espectáculo y la gente no se mueve de la plaza, se quedan aplaudiendo. Los catalanes lloran de la emoción y se dan cuenta que Fanny está asomada por una ventana de la plaza, y comienzan a llamarla ‘¡Fanny! ¡Fanny! ¡Fanny!’ y le cantan el himno nacional. Ahí Ramiro le dice, “nos toca hacer otro”, y Fanny se da cuenta que el festival no es suyo, el festival es un espacio que la gente reclamaba de paz y libertad. Ese es el verdadero legado de ella, es la capacidad de no rendirse nunca, seguir adelante. Eso es lo que ella es. Todo parte de que el amor de su vida, que era su padre, le niega el teatro. La gente sigue creyendo en la imagen de Fanny, porque Fanny es la marca. Es una pena que los procesos se corten, porque fueron difíciles de construir, no es solo una muestra de teatro.
¿Qué diría ella si viera cómo han cambiado las cosas a la fecha de hoy?
Estaría furiosa. Aunque, digamos que ella sabía bien lo que iba a pasar, estoy seguro. Había una gran discusión por saber quién iba a quedarse con esto, por el control y el poder que su puesto tenía. Si ella siguiera viva, el festival habría tenido una evolución. ¿Por qué digo que estaría brava? Porque estaría diciendo: “Oigan, ¡no hicieron nada!”, hay que innovar, cambiarlo, darle una vuelta de cero. Porque un error fue enfocarnos en mantener su legado en vez de construir y adaptarnos a lo que estaba pasando en el mundo, y al tratar de ‘mantener’ se desvirtuó completamente. Ahora, el festival no tiene ni pies ni cabeza, es otra cosa. Estaría diciendo: “¡No aprendieron!” (risas). Se puede hablar mucho de lo que pasó o lo que no pasó, pero lo cierto es que ella sí dignificó el trabajo tanto de actores como de personas tras bambalinas, ayudó a que se desarrollara una industria de la cual la gente podía vivir. Eso lo cambió todo.
Siempre que hay personalidades fuertes, hay resistencia. Especialmente en el caso de ella, por ser una mujer tan fuerte en su época. ¿Cuál fue la concepción errada más frecuente que la gente tenía de ella?
Que todo lo hacía fácil, que todo le salía fácil. Pero por eso mismo que la juzgaban se benefició también, entonces creían que por ser argentina lo conseguía todo más fácil mostrando las piernas (que además eran famosísimas). Era una concepción errónea de pensar que todo le salía porque tenía ‘muchísimos’ recursos y amigos en el sector político y privado. Eso era falso, ella cada año tenía que volver con el mismo sombrero a pedir la plata. En un festival ella le tocó la puerta a la gente de un banco, y el tipo no la recibió, no le contestaba. Ella llamaba y llamaba. Se lo encuentra en un restaurante y le dice: “Te estoy buscando”. El tipo, pálido, le dice: “Fanny, si yo te contesto te voy a decir que sí, y no puedo, no tengo la plata, pero igual diré que sí”. Ella todos los años tenía que reforzar su discurso, era triste, porque además muchos se querían apropiar del festival. Eso siempre lo entendieron mal de ella.
¿Cómo se enfrentó ella a sus detractores?
No les hacía caso. No se mortificaba por cosas que no fueran ciertas. Ella creía en hacer cosas, hacer y hacer. Se aferraba a su convicción. Eso la salvó, porque no entraba en discusiones sin sentido.
Al crecer, ¿en qué momento se da cuenta de que su mamá es una figura pública tan grande?
Creo que, uno aprende a convivir con eso. Es gradual, y uno se va adaptando a medida que las cosas van sucediendo, entonces no hubo un punto específico. Donde sí tuve un cambio de percepción muy importante fue cuando ella murió. En el momento en que se hizo la velación en el Congreso, ahí dije: “Guau, esto fue muy importante”. Además, hubo una marcha fúnebre por toda la Séptima y yo no lo podía creer, la gente lloraba, gritaba, y había estaciones donde le bailaban salsa, tangos, le cantaban. Ahí fue. Más que la señora que logró crear todas estas cosas, era la persona, a ella la querían. Eso para mí fue lo más fuerte, a ella la querían mucho. Era muy buena amiga, muy generosa, era muy atenta con las personas que trabajan con ella. Le gustaba que la gente estuviera bien, que estuviera feliz. Pero también era muy dura con la gente que no cumplía o que era negligente con su trabajo. Siempre daba ejemplo, era la primera en llegar y la última en irse. Cuando su padre y su madre fallecieron, ella tenía obra y siempre se presentó. Actuó con una pierna rota, con una parálisis facial, siempre creyó en empujar sus límites hasta donde se pudiera.
¿Cómo era Fanny en su faceta como abuela?
Divina, muy cómplice. Para ella fue como revivir mi infancia, entonces era muy alcagüeta, eran muy unidos con mi hijo.
¿Les transmitió algo de su herencia judía?
No, ella siempre fue muy abierta. Había ciertas celebraciones que a ella le gustaban, pero siempre nos dejó elegir lo que consideráramos. Tenía ciertos rituales muy bonitos.
¿Cuál fue la enseñanza más grande que su madre le dejó?
La constancia. Creer en algo, aunque uno tenga muchas dudas, pero tiene que haber una cuota de convencimiento. No desfallecer; lo que te propongas, hacerlo. Llevarlo a cabo aunque cueste porque al final vas a recibir muchísimo. Ella era muy exigente conmigo siempre, ella quería que yo también fuera un ejemplo. Nuestras discusiones eran normales, como las de cualquier madre e hijo. Siempre intentaba acelerarme, motivarme para que yo emprendiera e hiciera muchas cosas. Ella era muy acelerada y decía que yo la calmaba (risas). Nosotros fuimos muy amigos.
¿Cómo le gustaría que la gente la recordara?
Como el ser humano que fue. Alegre, echada para delante. Una persona que es un ejemplo para los demás, para construir cosas. Como una persona con constancia y alegría frente a la vida. Ella era muy graciosa, muy particular. Era un ser excepcional, era divertido estar alrededor de ella, uno no se aburría nunca.