Era de esperarse que tras el reciente fallecimiento del playboy original se destapara una caja de Pandora, sobre todo teniendo en cuenta la reputación de la que gozaba Hugh Hefner, así como todo lo que aún representa el imperio centrado en el placer que supo construir gracias a su emblemática revista.
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Fue precisamente Stefan Tetenbaum, el valet personal del fundador de la publicación erótica por antonomasia durante el último año de la década del setenta, quien decidió hablar públicamente sobre las infames Noches Puercas que organizaba el empresario, en las que participaban prostitutas de alto nivel y los hombres más exitosos de la época.
Era precisamente la legendaria propiedad la que era vista por muchos poderosos como un refugio para poder dejar volar su imaginación y cumplir sus fantasías más salvajes. Allí, aparentemente, no deberían preocuparse por los paparazzi o los detectives privados contratados por sus esposas.
Convertido hoy en un escultor, Tetenbaum reside en California, donde lleva adelante una vida completamente diferente a la que tuvo oportunidad de compartir junto al recientemente fallecido ícono. Según develó, entre otras cosas, Hefner le demandaba tener siempre a su disposición su bebida cola Pepsi a la temperatura perfecta, además de tener que limpiar sus juguetes sexuales luego de ser usados, casi como si se tratara de una preciada colección antigua de vajilla de porcelana.
En diálogo con el periódico The New York Post, el ex asistente reveló que en la mayoría de las oportunidades Hefner solo se limitaba a ver lo que sucedía a su alrededor y casi nunca tenía sexo con las esculturales mujeres que pasaban cada noche por su propiedad. Al parecer, su jefe estaba más interesado en tomar un rol voyeurista y disfrutaba de ver desde su sillón favorito cómo las estrellas masculinas de la industria pornográfica de la era «interactuaban» con sus conejitas en la intimidad.
Mientras verdaderas orgías se llevaban adelante, el creador de Playboy supuestamente disfrutaba de fumar marihuana y saborear sus dulces de regaliz, mientras que sus amigos eran entretenidos con fastuosas cenas junto con las damas de compañía más buscadas de la época.
Tetenbaum compartió que una de sus funciones más siniestras era escoltar a las mujeres fuera de las habitaciones, asegurando que en muchos casos no podían caminar por su cuenta debido a la intensidad de los actos sexuales que protagonizaban. El valet declaró que en muchos casos estas recibían bonos de parte de Hefner, en compensación por sus participaciones.
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Además, luego de terminado el encuentro, su asistente personal debía coordinar con las empleadas domésticas la limpieza de los diferentes juguetes sexuales, los cuales debían ser minuciosamente lavados y esterilizados en un sótano antes de devolverlos a un compartimento secreto en la habitación que ocupaba su jefe.
Otra de las revelaciones compartidas al Post asegura que Hefner filmaba todos los encuentros por medio de dos cámaras sobre su cama, imágenes que podían ser transmitidas directamente a dos enormes pantallas al otro lado de la habitación. Contaba con una videoteca completa de estos encuentros, protagonizados por distintos empresarios y celebridades, material que pensaba usar a su favor en caso de que un día alguno tratara de ponerlo en una situación comprometida.
Según explica Tetenbaum, toda la propiedad estaba monitoreada y hasta las líneas telefónicas estaban «pinchadas», para tener control absoluto de lo que pasaba y se decía dentro de la mansión. El valet agregó que Hefner no era una persona agradable y que este probablemente nunca se aprendió su nombre.
El hombre conocido por sus batas de casa era hipocondríaco, y tenía un menú específico para cuando se sentía enfermo que consistía en su Pepsi —la cual si no estaba lo suficientemente fría era revoleada por el aire—, su sopa Campbell’s de pollo con fideos y los tradicionales confites M&M.
Pero más allá de las intimidades más superficiales de su rutina diaria, las confesiones más escandalosas y preocupantes se centran alrededor del presunto protagonismo de drogas como cocaína en sus fiestas, además del maltrato que Hefner supuestamente ejercía sobre «sus chicas».
Por ejemplo, se aseguraba de que todas tuvieran implantes de senos, algo que a fines de los setenta no era la práctica segura que representa hoy día, tras décadas de mejoras en las prótesis. Muchas de ellas sufrían movimientos indeseados en sus mamas y hasta en algunos casos las siliconas explotaban, lo que generaba un tremendo dolor y riesgo para la salud de las conejitas.
Según su asistente, Hefner las enviaba a un hospital para ser descartadas y reemplazadas rápidamente por nuevas mujeres, dispuestas a todo por ser parte de su séquito. «No le importaban, para él eran descartables», aseguró Tetenbaum, quien además compartió no sentir nada al enterarse de su muerte.
«Comenzó siendo un innovador, un hombre liberal a favor del aborto, los derechos gays y la marihuana. Cuando se mudó de Chicago a Holmby Hills se convirtió en otro sucio viejo rico» compartió.