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Javier de Isusi dice que tiene “un punto de terrorista, de cura y de sicario”

Angulema (Francia), 31 ene (EFE).- El historietista español Javier de Isusi lleva dentro de sí algo de terrorista, de cura y de sicario, al igual que su obra «He visto ballenas», un relato sobre la convivencia después de la violencia nominado al mejor álbum del año en el Festival Internacional del Cómic de Angulema.

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«Cada uno de nosotros tenemos una parte de ellos. Yo tengo un punto de terrorista, de cura y de sicario. Reconocer eso es muy duro. ¿Qué harías tú si hubieras estado en su piel, si hubieras vivido su historia…?¡Yo qué sé lo que habría hecho!», comenta a Efe De Isusi (Bilbao, 1972).

El autor, conocido por la serie «Los viajes de Juan Sin Tierra», lleva un álbum sobre las consecuencias de la violencia terrorista a Angulema, que estos días se convierte en la capital europea del noveno arte.

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Y lo hace en una edición del festival enlutada por el atentado yihadista contra el semanario satírico «Charlie Hebdo» en el que murieron 12 personas, que abrió una oleada de asesinatos que dejó 17 víctimas mortales en París.

«He visto ballenas», publicado en español y euskera por Astiberri Ediciones y en francés por Rackham, gravita en torno a los años posteriores a la violencia terrorista, a través de las vidas de un sacerdote cuyo padre murió asesinado por ETA, de un preso de la banda encarcelado en Francia y de un mercenario del GAL que purga condena en el mismo centro penitenciario.

«Escuché la historia real de un preso de ETA que en la cárcel había conocido a un preso del GAL y que terminaron encontrándose (…) y me emocionó la historia», abunda el autor, que sabía que se enfrentaba a un tema sensible, lleno de aristas.

De Isusi, al que la violencia del conflicto vasco no le ha tocado de primera mano, se marcó el objetivo de fabricar un cómic que fuera «realista» y «pertinente». Para ello contactó con un exmiembro de ETA, que abandonó la organización tras pasar por la cárcel, y «con gente que había perdido familiares a manos de ETA».

«Me ayudaron a pulir un montón de cosas que le dieron mucha autenticidad al libro», dice el autor, que se concentró en un trabajo introspectivo para comprender lo que podrían sentir en la piel de sus personajes, dice el guionista y dibujante, arquitecto de formación y admirador de Hugo Pratt, Federick Peeters, Craig Thompson, Manara o Edmond Baudoin.

Para la factura gráfica del cómic, que tardó dos años en enviar a la imprenta, De Isusi se planteó ceñirse al blanco y negro. Pero terminó «optando por dos colores antagonistas, un gris azulado y un amarillo frío, como de luz de neón».

«Le daban un punto incómodo, porque la historia no es cómoda. O estás aquí o estás allá. Pues no. La realidad no es blanca y negra, en este caso, ni es gris ni es amarilla. Hay un montón de tonalidades en medio y nos toca convivir con ellas», resume.

El resultado es un álbum que destila lirismo y que aborda realidades sociales y personales complejas para proponer una reflexión en torno a semejantes que necesitan aprender a volver a compartir un mismo espacio vital, más allá de decisiones personales como perdonar o arrepentirse.

«El perdón está muy bien. Si se da, es fantástico. Pero no es obligatorio que se llegue a dar para que se pueda dar el encuentro, que es fundamental. Para poder vivir, en esta sociedad y en cualquiera, tenemos que poder encontrarnos, que poder vernos y estar el uno junto al otro, aunque hayan pasado cosas horribles entre los dos», dice.

«Lo mismo pasa con pedir perdón. Te pueden obligar pero, si no lo sientes, no sirve para nada», abunda el autor.

Su trabajo se inspiró en gran medida en las experiencias de Patrick Magee, un terrorista del IRA que en 1984 mató con una bomba a cinco dirigentes del partido conservador británico, y de Jo Berry, hija de uno de aquellos políticos asesinados. Juntos han impartido más de un centenar de conferencias sobre construcción de paz y reconciliación en Irlanda del Norte.

«En sus charlas inciden mucho en que él nunca le ha pedido perdón a ella, que no son amigos, pero que han hallado un punto de encuentro», glosa De Isusi.

El cómic del bilbaíno se sitúa en el territorio de las vidas que tiene que continuar después de la violencia y se acaba justo antes de que puedan avanzar porque «el siguiente paso queda en manos del lector».

«Es también, un poco, reflejo del momento en el que estamos en la sociedad vasca: se dan las circunstancias para que nos podamos encontrar, pero eso no está asegurado», concluye.

Angulema (Francia), 31 ene (EFE).- El estadounidense Bill Watterson es un autor atípico en el territorio del cómic, donde el estereotipo dicta que los creadores terminan solos y pobres tras dejarse la vista y el pelo en la infructuosa búsqueda de una mina de oro en la que afilar sus lápices para siempre.

Watterson (Washington, 1958), Gran Premio de la pasada edición del Festival Internacional del Cómic de Angulema y presidente de la actual, es el antagonista de ese perfil: saboreó el éxito planetario con «Calvin y Hobbes», que publicó entre 1985 y 1995, y desapareció de la faz de la Tierra.

Además está casado, con Melissa, y en la única fotografía que se le conoce tenía pelo hasta debajo de la nariz.

Jubiló sus lápices a los 37 años, cuando era uno de los dibujantes de viñetas más aplaudidos del mundo por las hazañas de un niño de seis años y su sarcástico tigre de peluche.

A mediados de los noventa, todavía en los albores de la web y los píxeles, la prensa de papel ya había empezado a reclamar cada vez más inmediatez y a reducir el espacio dedicado a las viñetas, lo que llevó a Watterson a renunciar a sus personajes para evitar su declive.

«El abuelo dice que las tiras cómicas eran mucho mejores antes, cuando se imprimían periódicos más grandes», lanzaba Calvin a Hobbes en una profética tira.

«Dice que ahora solo son un puñado de cabezas hablantes fotocopiadas porque no hay espacio para contar una historia decente o para mostrar acción. Cree que la gente debería escribir a sus periódicos para protestar», agregaba el niño.

«Tu abuelo se toma las historias de broma muy en serio», observaba el tigre.

«Sí, mamá está buscando residencias de ancianos», concluía Calvin.

Watterson, que también se marchó en aquel trineo, ha declarado en las escasas entrevistas que se le recuerdan que ni se arrepiente ni piensa volver. Por eso no está en la pequeña ciudad del centro-oeste de Francia que estos días concentra las miradas planetarias del noveno arte.

Solo ha dibujado quince viñetas para el cartel del festival, que ahora preside porque en 2014 Angulema le concedió su Gran Premio.

«Nadie me preguntó nada. Ni siquiera sabía que estaba nominado. Mi gremio me mandó un correo electrónico diciendo que había ganado este premio y, literalmente, tuve que buscarlo en Google», declaró entonces a «The Washington Post».

El galardón, el más importante del ramo en Europa, se entrega desde 1974 y le sitúa a la altura de Moebius (Blueberry), Hugo Pratt (Corto Maltese), Albert Uderzo (Asterix) o Art Spiegelman (Maus).

El esquivo Watterson ni siquiera se ha implicado en la preparación de la exposición «En busca de Calvin y Hobbes», uno de los platos fuertes de esta 42 edición.

La muestra -importada en parte de un museo en Ohio que tampoco logró atraer a Watterson al estreno- analiza con sobriedad y puntería su obra cumbre a través de un centenar de planchas.

A la salida, no se venden muñecos, camisetas o DVDs. Solo cómics. El autor únicamente permite que se reproduzcan sus antologías impresas. El niño y el tigre pertenecen al papel, el resto, es piratería.

Las tiras cómicas de «Calvin y Hobbes» -con influencias del «Snoopy», de Charles M. Schulz, «Mafalda», de Qunio, y «Krazy Kat», de George Herriman- se han publicado en 2.400 periódicos de todo el mundo y sus álbumes han vendido más de 30 millones de copias.

Poco se sabe de lo que ocurre con los ingresos, salvo que Watterson litigó durante años con la agencia Universal Press Syndicate, hasta que en 1990 recuperó los derechos sobre sus personajes, que ahora gestiona Universal Uclick.

Se dice que se dedica a pintar cuadros con su padre y sus escasas señales de vida suelen tener un punto guasón.

Publicó un artículo sobre «Snoopy» en «The Wall Street Journal», firmó el cartel de la película «Stripped» y deslizó un dibujo -en secreto- en la tira «Margaritas para los cerdos» (Pearls Before Swine), de Stephan Pastis. Poco más.

Parece que hubo un tiempo en el que Watterson escondía autógrafos en libros de una pequeña librería de Ohio, donde reside, pero dejó de hacerlo cuando descubrió que algunos los vendían en internet.

Su tiempo como dibujante se paró el 31 de diciembre de 1995, cuando sus personajes encontraron una ladera nevada como un inmenso folio en blanco.

Se lanzaron por ella en trineo, sonrientes, mientras Calvin pronunciaba una última frase: «Es un mundo mágico, Hobbes, viejo amigo. Vamos a explorarlo».

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