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Una actriz caleña, tras el papel de su vida en Nueva York

Carolina Ravassa se abre paso en la nueva meca del cine. Hace parte de la elogiada serie de tv The Affair y ha trabajado para videojuegos como Max Payne y GTA5. Perfil.

Un actor, dice Carolina Ravassa, se pasa más tiempo buscando trabajo que actuando.

– Yo incluso tengo amigos que tienen 40 años y siguen ‘mesereando’ en Nueva York (trabajan como meseros, valga la aclaración) y dándole a la actuación. Entonces no es que sea un camino fijo, que un día te levantas y eres Angelina Jolie, no.

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Es un mundo muy competitivo. A veces, por más de que seas bueno, no sos el personaje que quiere el director. A veces quiere a alguien más alto, más flaco, más adulto. Entonces no es que uno pueda hacerlo todo. Y sin embargo te la pasas en castings. Y te sale uno de cada 50. Es el promedio. Es como ir a 50 entrevistas y que te salga solo un trabajo, pero el trabajo no es de dos años, sino de un mes. Entonces debes repetir el proceso.

Carolina nació en Cali hace 29 años y fue mesera en Nueva York durante seis. El horario iniciaba a las 5:00 p.m. y se extendía hasta las 2:00 de la madrugada, de miércoles a domingo. Era una manera de tener las mañanas libres de lunes a viernes, para los castings. La gente siempre dice “tan linda la actuación”, pero hay que tener dos trabajos para sobrevivir. El último restaurante en el que trabajó Carolina se llama Café Colette y está ubicado en Brooklyn.

– Trabajar de mesera te puede partir el alma. La gente puede ser muy desagradable a veces. Pero uno aprende a ser humilde y a tener paciencia, algo que es muy importante en la actuación.

Gracias a Dios, desde hace un año, me han salido trabajos constantes y no he tenido que meserear más. Por el momento, solo actúo. Hago comerciales de televisión, de radio, grabo la voz para comerciales de Mcdonalds. Y eso lo pagan bien. En Nueva York hay sindicato de actores y te dan regalías por esos comerciales. Uno a veces alcanza a vivir de las regalías.

Además del día de trabajo para grabar el comercial, te pagan un porcentaje cada vez que salga al aire. Con un comercial bueno, que salga a nivel nacional, te puedes pagar las cuentas de un año. Claro, si lo consigues, que es bien difícil. Y hago cortometrajes, largometrajes, teatro, videos, una mezcla de cosas. La actuación no es solo cine y televisión.

Carolina también ha trabajado para videojuegos famosos como Max Payne y Grand Theft Auto V, pero de eso hablará más adelante.
Desde pequeña supo que quería ser actriz, entre otras cosas porque nada le daba pena. Si le decían que cantara ante un público lo hacía sin dudarlo. Además debió ser una niña hiperactiva. En una ocasión estaban organizando una obra en su colegio, el Bolívar, y alguien dijo algo así como “Carolina es toda dinámica, le gusta hacer de todo, que audicione”. Y audicionó. Era un musical. Tenía cinco años y ya sabía lo que quería ser de grande.

Sus padres la apoyaron cuando les contó, muchos años después, que iba a estudiar actuación. No sintieron el miedo tan común de todo papá de hijo artista: ¿de qué va a vivir? Aunque sus papás no son propiamente artistas, sí son muy artísticos, dice Carolina. Su padre, Manuel, que estudió derecho, quiso ser actor y alguna vez apareció de manera fugaz en una película de vaqueros que se filmó en Cali. Su mamá, Carla Uribe, educadora, siempre promovió en casa las artes.

– Mis papás siempre nos dijeron que hay que seguir los sueños. Que si uno hace lo que realmente le gusta, le va bien. Y cuando era chiquita era bastante buena actuando. ¿Cómo decirle a un niño con un talento que no lo haga?
Es un martes de diciembre y Carolina está sentada en una antigua silla que alguna vez perteneció al Teatro Consota de Pereira. La silla está exhibida ahora en el Museo del Cine de Cali, Caliwood. Carolina regresó a la ciudad para visitar unos días a su familia y viajar de nuevo a Nueva York lo más pronto posible. En la actuación los trabajos salen de un día para otro y debes estar listo siempre, explica.

Te pueden llamar hoy para grabar mañana y no solo hay que estar bien físicamente, sin gordos a la vista, sino aprenderse el guión en un par de horas. Carolina ensaya lo que debe decir con su novio, que es músico. Cuando no está él, ensaya frente al espejo. En una ocasión aprendió a lanzar puños como una boxeadora profesional justamente frente al espejo y mirando de reojo un video. Era para un casting.

También hace yoga todos los días, se alimenta de manera saludable, sin azúcar preferiblemente, va al gimnasio, procura dormir ocho horas diarias. Porque casi nunca sucede que a un actor lo llamen con dos meses de anticipación para un proyecto y tenga todo ese tiempo para prepararse.

Mientras Carolina lo cuenta surge la niña hiperactiva de cinco años. O mientras conversa pareciera que en realidad está actuando. Mueve las manos, hace muecas, habla con un tono alto, como el que usaría un actor de teatro. De hecho se disculpa mientras se carcajea “porque pareciera que estoy gritando”. Carolina Ravassa desborda energía.

Cuando se graduó del colegio Bolívar, sigue contando, viajó a Boston para estudiar actuación. Quería hacerlo en Estados Unidos porque la educación en las artes en ese país es excelente. Allá aprendería a hacerlo realmente bien. Además tenía la suerte de contar con una abuela “gringa”. Carolina tiene ciudadanía norteamericana.

En Boston se encontró con una sorpresa que la apabulló. Los estadounidenses que quieren ser actores estudian desde niños y ella no tenía la más remota idea de eso. Sus compañeros, desde los cinco años, ya estudiaban ballet, canto, sabían leer perfecto las notas musicales.

Para Carolina fue muy duro. Se sintió en desventaja. De hecho durante su primer año no pudo ser parte de ninguna obra de teatro en la universidad. Entonces utilizó ese año para “desatrasarse”. Tres años después se graduó y decidió entrar a una escuela de cine en Nueva York, donde estudió un año más. Volvió a sufrir. Actuar es en realidad sufrir. El sufrimiento parece ser la condena del artista.

Todo lo generaba, sobre todo, un profesor. Mucho tiempo después Carolina entendería que era por su bien. Se trataba de un maestro implacable. Alguna vez, por ejemplo, ella debía realizar una escena sentada a la mesa. No se le verían los pies. Carolina se vistió impecablemente hasta los tobillos. Como no se le verían los pies se dejó las botas de invierno. Era un día helado. El profesor le gritó que cómo se le ocurría ponerse esos zapatos, debía estar atenta a todos los detalles de su personaje.

Carolina llevaba los tacones en su cartera, pero el profesor no le permitió hacer la escena. Lloró mucho, aunque aprendió que un actor debe estar presentado en escena como el personaje que va a interpretar, así algo tan aparentemente insignificante como un anillo o los zapatos no se vean en pantalla. De alguna manera, la ropa condiciona los sentimientos, la disposición. Carolina me señala mis tenis y dice que si llevara zapatos elegantes me sentiría distinto.

Gracias a esa escuela en Nueva York, en todo caso, empezó a ingresar al competitivo mundo comercial de la actuación. Todo funciona con los directores de castings. El negocio lo manejan ellos, que son miles. Los directores de casting son los que llaman a los actores para que se presenten a las audiciones y después le muestran los videos al director. Son la puerta de entrada.

En la escuela a Carolina le presentaron a muchos de esos directores. También fotógrafos que tenían el reto de captar su esencia. Ningún actor será llamado a un casting si sus fotos no captan lo que es, lo que puede dar.

Carolina tiene la facilidad de mutar, por cierto. Ser una mujer elegante, ejecutiva, una jovencita tierna o ruda, o ser una mujer descuidada, borracha. Le fascina el papel que hizo Margarita Rosa de Francisco en Paraíso Travel, ‘La Ranga’. Convertirse en alguien totalmente distinto, al punto de hacerse irreconocible en la pantalla.

En todo ese proceso en la escuela de Nueva York, continúa, alguien la contactó con una agencia de comerciales para radio y empezó a trabajar con ellos.

Posteriormente conoció a una directora de casting que mucho tiempo después, 8 años, la llevó a una película. En la actuación los contactos, las relaciones, tardan siglos en convertirse en trabajo. Carolina hizo uno de los papeles que más le han gustado. Era una lesbiana ruda, tímida, una mujer rechazada, su opuesto.

También trabajó en la película Step UP 3D, del director Jon Chu (Dysney), en la serie Today’s Special y The Mind of Etta Netterman, una serie web, además de obras de teatro neoyorquinas.

Aunque su mejor trabajo ha sido en una serie de televisión, The Affair, nominada a los Globos de Oro como mejor serie dramática y protagonizada por Dominic West. Los galardones se entregarán el 11 de enero.

También, decía hace un rato, trabajó para dos de los videojuegos más vendidos de la historia. Primero fue Max Payne III. El juego, de Rockstar Games, se desarrolla en Brasil. Carolina había vivido un tiempo en Río de Janeiro y le pidieron que hablara en portugués.

Debía hacer la voz de varios personajes, gente que corre tras una balacera o que simplemente está en una fiesta. Después fue para GTA V. Carolina hace el personaje de Taliana Martínez. Le pidieron que hablara en español, uno muy colombiano. Ella les ayudó con el vocabulario. Ningún colombiano va a decir “qué pasa güey”.

Y debía actuar para que el personaje, una experta conductora de autos, se moviera como ella. Se divirtió bastante, aunque eran jornadas de 16 horas encerrada en un estudio.

Es curioso haber escuchado a Carolina decenas de veces mientras jugaba a la Play y jamás imaginar que se trataba de una caleña. Carolina no juega videojuegos, aunque advierte que es un gran mercado para los actores, una buena manera de pagarse las cuentas mientras salen las películas, las series.

Su agencia le ayuda a conseguirlas. También una mánager. Si la agencia le consigue un papel, la empresa se gana el 10% de su trabajo. Si es la mánager, el 15%. Todos están interesados en conseguirlo pero la espera es tanta que algunos amigos de Carolina que soñaban con ser actores desistieron.

– A uno se le parte el corazón 7000 veces. Cada que uno se ilusiona con un personaje pero no te llaman para dártelo después de varias pruebas es horrible. Se llega a un punto de quiebre. Tengo amigos que no han dado más. Pero si uno se puede imaginar haciendo otra cosa, pintando, trabajando en una oficina, vaya y hágalo. Porque el actor es el que solo se ve actuando.

Y ella solo se ve así, interpretando a alguien que no es, entendiendo por qué su personaje hace lo que hace, la sicología, aunque curiosamente cuando se ve en la pantalla se le hace tan extraño, tan incómodo.

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