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Preston asegura que al final de la guerra hubo “conspiraciones, venganzas y puñaladas”

Londres, 30 nov (EFE).- El historiador británico Paul Preston narra en su última obra las tensas relaciones en el bando republicano durante las últimas semanas de la Guerra Civil española (1936-1939), cuando la derrota era inminente y ya solo quedaba gestionar una evacuación y tratar de minimizar las represalias.

En una entrevista con Efe en su despacho de la London School of Economics, Preston detalló cómo se ha gestado «El final de la guerra», que se publica en España el jueves y en la que ha trabajado «día y noche, siete días a la semana» durante el último año.

«Cuando empecé a sumergirme en el tema quedé fascinado. Iba de sorpresa en sorpresa, descubriendo algo semejante a la serie de televisión ‘Juego de tronos’. Había conspiraciones, venganzas, resentimientos y puñaladas por la espalda», relató Preston.

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A sus 68 años, el hispanista arroja luz sobre un capítulo del conflicto que la mayoría de libros de historia despachan en unas pocas páginas: la cristalización del golpe del coronel Segismundo Casado, que derribó al gobierno del socialista Juan Negrín y precipitó el final de la contienda.

Preston, experto biógrafo, penetra a través de fuentes históricas en la psicología de los protagonistas del relato.

Casado queda retratado como un ególatra sin reparos para engañar a todos los que le rodeaban en su empeño por pasar a la historia como el hombre que pacificó el país, mientras que Negrín aparece como una persona abatida y superada por los acontecimientos en los últimos momentos de la guerra, preocupada casi en exclusiva por salvar cuantas más vidas mejor.

«Hay mucha maldad en este libro», advierte el historiador: «Uno de los componentes más alucinantes de la junta de Casado es que todos sus componentes se estaban mintiendo los unos a los otros».

El coronel «tenía un concepto de sí mismo colosal, hay cartas en las que incluso se refiere a sí mismo como el ‘redentor de España’ -relata Preston-. En ese sentido tiene mucho en común con Franco, con quien se consideraba un interlocutor paralelo, de igual a igual. Después de la guerra, incluso entrados los años 50, seguía pensando que él sustituiría a Franco como una especie de dictador benévolo».

Entre las numerosas zonas oscuras del «fascinante» personaje de Casado, el hispanista destaca que el coronel «no hizo nada de nada para preparar una evacuación tras el fin de la guerra, salvo, claro está, prever su propia evacuación».

El coronel, que se jactaba de contar con el apoyo de Londres para sus planes, dedica las semanas previas al golpe a obstaculizar las negociaciones que Negrín mantenía con Francia y el Reino Unido para que esos países mediaran ante Franco.

El presidente de la República lucha en las últimas semanas de la guerra contra un derrotismo que se extiende con rapidez, avivado por la falta de alimentos y la certeza de que el conflicto está ya perdido.

Preston admite que Negrín, que apostaba por una paz negociada -aunque no a cualquier precio- es «quizás uno de los pocos que salen bien en el libro».

«Una rendición en la que Franco tomara las mismas represalias que en todas las zonas ocupadas, eso nunca. Esa era su gran obsesión, salvar todo lo que se pudiera salvar en vidas humanas», afirmó el historiador.

«Al final de la Guerra Civil, la derrota y la desesperación llevaban a buscar culpables. En los escritos de todos los protagonistas se autojustifican y se critican entre ellos. El único que no hace eso es Negrín», dijo Preston.

Entre la benevolencia de Negrín y la vileza de Casado aparece una tercera figura esencial en el relato, Julián Besteiro, la última autoridad republicana que quedó en Madrid tras el golpe para entregar el poder a los ganadores de la Guerra Civil.

Para Preston, la actuación de Besteiro, que murió en la cárcel, se explica por el «rencor», quizás inconsciente, que guardaba a sus compañeros del Partido Socialista desde el principio de la República, así como por una ingenuidad política que le llevó a malinterpretar las intenciones de Franco.

«Besteiro es una de esas personas que se han convertido en una especie de santo laico, está muy mal visto en España hablar mal de él, pero yo creo que su papel en los últimos meses de la guerra fue absolutamente nefasto, no por maldad, sino por ingenuidad», argumentó Preston.

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