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París revela la fotografía póstuma de Garry Winogrand

París, 30 oct (EFE).- Garry Winogrand fracturaba el encuadre para honrar un mundo «siempre a punto de ser otro». Fue la mirada voraz, urgente y radicalmente pública de un fotógrafo que hasta el próximo 2 de febrero revive en el Jeu de Paume en París.

Organizada por el Museo de Arte Moderno de San Francisco (SFMOMA) y la National Gallery of Art de Washington, las imágenes expuestas en la galería parisiense integran así la segunda retrospectiva sobre Winogrand (1928-1984) en veinticinco años y la primera en suelo europeo.

Reacio a editarse y dueño de un objetivo incontinente, su muerte repentina dejó tras de sí más de 250.000 negativos sin revelar, un legado póstumo que ahora ve la luz en un «gesto polémico» -relata a Efe Marta Gili, directora del Jeu de Paume-, puesto que ha sido comisariado según «qué habría escogido el fotógrafo».

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Es así en el último tercio de la muestra, donde el visitante se topa con esas «imágenes que Winogrand nunca llegó a ver» -le faltó tiempo- y que, de otro modo, «no hubiesen sido reveladas».

«Fue un obsesivo de la fotografía, lo importante para él era estar en la calle, tomar fotos del territorio público y el movimiento, del caos», estima Gili.

En su obra, atravesada por rostros anónimos, respira un «mundo sin orden» que Winegrand se negó a ordenar, abigarrado como sus encuadres, casi una geografía humana de la Norteamérica de la segunda mitad de siglo.

«A veces me da la sensación de que el mundo es un espectáculo para el que compré una entrada», llegó a decir.

Fascinado por un espacio público permanentemente en movimiento, el fotógrafo, que estudió pintura en Columbia y terminaría por dedicarse a la docencia, explotó el instante a partir del enfoque automático, en una estrategia que le enemistó con su primera crítica, reacia a considerarle un artista por su heterodoxa rutina.

De su Bronx natal al Manhattan de la abundancia, de Dallas a los llanos de Ohio, la mirada del «príncipe de las calles», como le apodaban colegas de profesión, patentó un «estilo documental» y al tiempo «político», que buceó en las ilusiones perdidas del ciudadano medio.

Junto al objetivo de Arbus o Freelander, Winogrand, que se reivindicaba «sociólogo», según aclara Gili, inventarió las oquedades del derrumbe estadounidense, azotado por el asesinato de Kennedy, las matanzas de Corea o Vietnam y el amargo eco del Watergate.

Hacia su particular cirugía de la desilusión, narró la emancipación de la mujer, el combate homosexual o la dolorosa normalidad de los cinturones urbanos, que, durante la misma época y en las páginas del realismo sucio, describían Richard Yates o John Cheever.

«Su fotografía nos muestra hoy cómo las crisis de valores tienen su representación en imágenes», concluye Gili para actualizar la propuesta de un creador «compulsivo».

Como la prosa fundacional de Walt Whitman, conectado con Winogrand a lo largo de la muestra, el creador neoyorquino rastreó las raíces de un continente de espejismos, mutante, que ni siquiera logró congelar en sus carretes.

Y a esa búsqueda de certezas responden -o tratan de hacerlo- los muros del Jeu de Paume, por mucho que el fotógrafo no las tuviera todas consigo. «No hay nada más misterioso que un hecho descrito con claridad», escribió una vez.

Carlos Abascal Peiró.

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