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Los safaris de Hemingway, una inspiración literaria de película

Nairobi, 20 dic (EFE).- Pese a sufrir enfermedades tropicales y un par de accidentes de avión, Ernest Hemingway disfrutó tanto de sus dos safaris en el continente africano, que dejó escrito: «Nunca conocí una mañana en África en la que no me despertase feliz».

Tras resultar herido en la I Guerra Mundial (1914-1918), casarse dos veces (primero con Hadley Richardson, y luego con Pauline Pfeiffer), vivir en París y sucumbir al encanto de España y el toreo, Hemingway tenía 34 años y sed, mucha sed de nuevas aventuras.

El escritor estadounidense, que en aquella época ya brillaba como una estrella internacional emergente en el firmamento literario, sintió entonces la llamada de África y su naturaleza salvaje, que a la postre inspiraron algunas de sus obras más famosas.

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El novelista dio rienda suelta a sus emociones y, acompañado de su segunda esposa, Pauline, tomó un barco el 22 de noviembre de 1933 en Marsella (Francia) con rumbo a la ciudad costera de Mombasa (Kenia), adonde arribó diecisiete días después.

Fue el comienzo de un safari -del que se cumplen ochenta años- que duró unas diez semanas y zambulló al autor en la sabana de Kenia y Tanganica (actual Tanzania), donde sació su pasión por la caza.

Su guía fue el británico Phil Percival, el «cazador blanco» más popular del momento, quien, cuando el escritor se exasperaba porque otro tirador se adjudicaba mejores piezas, le decía a Pauline: «Échele un trago a la bestia para que se calme».

Las fotos de la expedición muestran a un joven y sonriente Hemingway que luce mostacho y que, escopeta en mano, posa ora ante un melenudo león abatido, ora ante la cornamenta de algún cuadrúpedo cobrada como trofeo.

No todo fue disfrute en la sabana, ya que contrajo la disentería a los pies del Kilimanjaro, el monte más alto de África, un imprevisto que forzó su evacuación aérea a Nairobi, donde se alojó en el New Stanley, primer hotel de lujo abierto en la ciudad.

«En su tiempo libre, a Hemingway le encantaba sentarse en el restaurante (del hotel) y contemplar cómo pasaba la vida», comenta a Efe Caleb Chirchir, portavoz del hoy llamado Hotel Sarova Stanley.

«Tenemos una sala de conferencias que lleva su nombre», agrega Chirchir, muy ufano.

En la habitación del New Stanley, el novelista pergeñó algunos de sus libros africanos, como «Las verdes colinas de África» (1935), una novela que reseña las experiencias de un grupo de cazadores, entre ellos el propio Hemingway, su esposa y Percibal.

Allí, el autor también ordenó ideas para dos relatos clásicos publicados en 1936: «La vida corta y feliz de Francis Macomber», que cuenta la historia de un hombre que descubre el coraje en un safari pero muere por accidente, y «Las nieves del Kilimanjaro», que narra las tribulaciones de un escritor herido en una cacería en África.

Esos textos sedujeron a Hollywood, que los adaptó al cine en las películas «The Macomber Affair» (1947) y «Las nieves del Kilimanjaro» (1952), protagonizadas ambas por el gran Gregory Peck.

El 28 de febrero de 1934, Hemingway terminó su primer safari con tan buen sabor de boca, que se planteó volver a África al año siguiente, pero sus planes tardaron en cumplirse dos décadas.

Acompañado esta vez por su cuarta esposa, Mary Welsh, el escritor regresó a Kenia el 22 de agosto de 1953, más viejo, canoso, con problemas de alcoholismo y convertido en una celebridad mundial.

«Papa», como llamaban al literato cariñosamente, pasó casi siete meses en territorio africano, donde contó de nuevo con los servicios de su fiel amigo Phil Percibal y visitó a su hijo Patrick, quien vivía en Tanganica.

Los Hemingway llegaron a Kenia en plena rebelión «Mau Mau» contra el régimen colonial británico, pero ese levantamiento no trastocó su segundo safari, que sí quedó eclipsado por nada menos que dos accidentes aéreos sucesivos.

El primer infortunio ocurrió el 23 de enero de 1954, en un vuelo turístico -regalo navideño a su esposa- de Nairobi al Congo en el que la avioneta se estrelló cerca de las Cataratas Murchison (Uganda), aunque el matrimonio escapó casi ileso.

Sin reponerse aún del susto, la pareja tomó otro avión al día siguiente con el fin de alcanzar la ciudad ugandesa de Entebbe para recibir atención médica, pero el aparato explotó en pleno despegue.

Esta vez, Hemingway y Mary se salvaron de milagro, aunque la peor parte se la llevó el literato al sufrir una fractura craneal, múltiples heridas internas y quemaduras.

El 25 de enero llegaron, por fin, en coche a Entebbe, donde les esperaba una legión de periodistas que días antes les habían dado por muertos e, incluso, habían publicado sentidos obituarios.

«¡De suerte, ando muy bien!», dijo el escritor con sorna a los reporteros, portando una botella de ginebra y un racimo de bananas, según informó entonces la agencia de noticias United Press.

La segunda -y atropellada- aventura africana de Hemingway concluyó en marzo de 1954 e inspiró una obra autobiográfica póstuma, «Al romper el alba» (1999).

En octubre de ese año, «Papa» recibió el Premio Nobel de Literatura, que no pudo recoger en Estocolmo porque todavía padecía el dolor de los accidentes en África.

Las graves heridas del segundo safari provocaron el declive físico y psicológico que arrastró a Ernest Hemingway al suicidio el 2 de julio de 1961.

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