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El maestro Fellini, muy vivo para los italianos 20 años después de su muerte

Roma, 30 oct (EFE).- Italia y el mundo del cine recuerdan mañana aquel domingo de hace veinte años en el que lloraron la pérdida de uno de sus creadores más insignes, el director Federico Fellini, cabeza visible de una generación de cineastas cuya creatividad alimentó la «Edad de Oro» de la cinematografía italiana.

Aquel 31 de octubre de 1993, los italianos y, en general, los aficionados al cine se conmocionaban con la muerte de Fellini, quien, tras dos semanas en coma en el Hospital Policlínico romano Umberto I, moría a consecuencia de un ictus cerebral a los 73 años de edad.

El «maestro» fallecía dejando atrás una larga nómina de obras cinematográficas que habían contribuido sobremanera a que Roma se convirtiera en una meca del cine mundial, con películas como la célebre «La dolce vita» (1969), «La strada» (1954) u «Otto e mezzo» (1963).

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Estos títulos le supusieron un enorme prestigio internacional y le valieron la obtención de cinco premios Óscar, el último de ellos en 1993, pocos meses antes de su muerte, en reconocimiento a su carrera.

Tal es así que Italia continúa añorando al cineasta, un recuerdo que cobra mayor relevancia ahora, cuando se cumplen las dos décadas de su muerte, fecha que ha provocado una oleada de homenajes, menciones y actos por todo el país, en especial en su ciudad natal, Rimini, y en la adoptiva, Roma.

Su ciudad natal se encuentra inmersa en la celebración de su «Fellinianno2013», un nutrido programa que se está desarrollando durante todo este año y que realiza proyecciones maratonianas de sus filmes, exposiciones y muestras sobre la vida del maestro o recorridos por los escenarios de la ciudad que marcaron su juventud.

En esta conmemoración es notable la ausencia de la Fundación Federico Fellini, fundada en el año 1995 por su hermana Maddalena con el fin de «mantener viva la memoria del director» y que hoy, según fuentes consultadas por Efe, está en fase de liquidación «por problemas de inversión y falta de colaboración política».

Pero si en algún lugar se recuerda a Fellini es Roma, la ciudad a la que llegó en 1940, con apenas veinte años y «un forúnculo en la nariz» -como recuerda en la autobiográfica «La Entrevista» (1987)- para ejercer de periodista y «entrevistar a una diva del momento».

Hizo de la capital su ciudad y, por esta razón, de todos los homenajes que Fellini recibirá este año, el de mayor repercusión será el que tendrá lugar en el VIII Festival Internacional del Cine de Roma, que, entre el 8 y el 17 de noviembre, consagra este año su existencia a la herencia «felliniana» con la emisión de una serie de documentales sobre el director.

La capital italiana quiere de este modo homenajear «a uno de sus monumentos nacionales que aún hoy permanecen vivos», según explicó a Efe el documentalista italiano Antonello Sarno.

Sarno será el encargado de abrir la jornada del certamen dedicada a Fellini, la del día 9, con una gala en la que proyectará «Federico de los Espíritus», un documental que recoge una serie de testimonios que dan fe «del gran amor que la gente siente hacia el director».

La Roma que Fellini descubrió, la de la célebre Via Veneto y artistas de la talla de su amigo Marcello Mastroianni, la voluptuosa Anita Ekberg y la bella Claudia Cardinale, mantiene muy presente el recuerdo del cineasta, quien en la actualidad da nombre al estudio 5 de Cinecittà, el complejo cinematográfico del sur de Roma donde se filmaron clásicos como «Ben Hur» (1959) o «Cleopatra» (1963).

De esta «Hollywood del Tíber» (por el río de atraviesa Roma) haría su fábrica, de la que emanarían películas eternas, enredadas entre bambalinas y decorados neorrealistas, personajes angustiados, existencialistas, borrachos, feos, guapos, locos y enamorados que luchan y viven en un mundo de soledad.

Dos décadas después de su muerte, Fellini sigue representando el éxito de la cultura italiana y suscitando el respeto de sus compatriotas que crecieron y crecen con sus películas y con sus historias, el patrimonio inmaterial de un país orgulloso de un pasado reconocido -no demasiado lejano- de esplendoroso celuloide.

Por Gonzalo Sánchez

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