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Arcade Fire baila en la oscuridad

Madrid, 26 oct (EFE).- No hay más ciego que el que no quiere ver, podría haber subtitulado Arcade Fire su nuevo álbum de estudio, una parábola que parece inspirada en la «Alegoría de la caverna» de Platón y en la que la banda arroja luz sobre ese baile a ciegas que llamamos vida, al son de música disco y percusión haitiana.

«Reflektor» (Universal Music) se publica la próxima semana en todo el mundo y constituye la esperadísima continuación de «The suburbs» (2010), Grammy al mejor álbum y premio Brit al mejor disco internacional, un mero trámite -según muchos- que trataba de hacer justicia con estos canadienses, fenómeno surgido a la sombra de las multinacionales con «Funeral» (2004) y «Neon Bible» (2007).

Fieles a su dinámica de publicar un nuevo trabajo cada tres años, así regresan Win Butler y su mujer Régine Chassagne, las dos piezas más visibles de este rompecabezas de seis miembros, después de un viaje iniciático a la tierra de los padres de ella, Haití, que ha determinado sobremanera el sonido y la proyección existencialista.

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La otra pata que sostiene y define el resultado es la participación como productor de James Murphy, exlíder de LCD Soundsystem, quien, en colaboración con el productor habitual Markus Dravs y el resto de la banda, ha multiplicado la dimensión bailonga de Arcade Fire en su cuarto disco.

El suyo es, no obstante, un baile en la oscuridad, una experiencia paliativa, único reducto posible frente a los males del mundo y frente a esos estereotipos que nos alejan e impiden disfrutar de la realidad.

Ahí está la portada, como para reforzar esa impresión de autoinfligida ceguera, con la reproducción de la escultura de Rodin sobre el mito de «Orfeo y Eurídice».

«Porque las luces no funcionan, nada funciona, dicen que no te importa», cantan en «Here comes the night time», inspirado en el atardecer en Puerto Príncipe, donde la gente corre a casa antes de que caiga la noche ante la escasez de electricidad.

Para componer el primer corte, el sencillo que da nombre al álbum y que cuenta nada menos que con David Bowie en los coros, Butler se inspiró en «Orfeo negro» («Black Orpheus»), película de 1959 de Marcel Camus, que se desarrolla en el carnaval de Brasil y desarrolla el mencionado mito.

Su letra remite asimismo al relato de la caverna de Platón, en el que hombres prisioneros solo atisban el reflejo deformado de la realidad que producen las sombras proyectadas por el fuego y las formas de los hombres libres.

«Si esto es el cielo, necesito algo más», dicen en uno de los versos de este tema sobre los rescoldos de lo que una vez fue una pasión amorosa.

Grabado entre Louisiana y Jamaica, la preparación dejó material suficiente para editar dos LP. Al final, se recortó la cifra a 13 canciones y se repartieron entre dos breves discos, con una primera parte más bulliciosa y una segunda al final de la juerga.

Su sonido está influido por la «rara» haitiana, un estilo musical festivo con orígenes religiosos que incorpora trompetas de bambú y otros instrumentos de percusión tropicales más convencionales.

Su influencia se advierte especialmente en cortes como «Flashbulb eyes», con su arranque tétrico y su desarrollo como de ceremonia vudú, así como en la más melódica y bailable «Here comes the night time», con sus marcados cambios de tempo.

En «We exist», el protagonismo es de las pesadas cuerdas, acompañadas de sintetizadores atmosféricos, herederos de la música de baile de los años ochenta, para una historia con un fantasmagórico narrador.

«Normal person», el quinto corte, está llamada a ser una de las canciones importantes del álbum, con cierto influjo musical de David Bowie y guitarras rebeldes, en el que se revelan contra el acoso de ese estándar castrador que se llama «normalidad».

Después de «You already know», que limpia la distorsionada producción previa para dar alas a uno de los cortes más despreocupados, el primer disco se cierra con «Joan of Arc», que empieza punk, se arrastra como canción rock y en el estribillo estalla como pop.

La sinuosa «Here comes the night time II» abre el segundo volumen del álbum, más denso, reposado y a veces impreciso, como «Awful sound (Oh, Eurydice)», en el que se suceden y embrollan cierta querencia épica instrumental, distorsión y sendos interludios en una onda Beatle, hasta el final pensado para el coro de estadio.

Para bailar sin moverse del sitio llegan «It’s never over (Oh Orpheus)» y «Porno», una canción de desgarro amoroso, lastrado por ese machacón teclado «retro», que intenta convertirse en el rasgo más característico de su producción.

Con la animada «Afterlife», otro de los cortes importantes, con un teclado de fondo que remite a U2, y la incomprensiblemente extensa e intimista «Supersymmetry», el álbum termina tras más de 70 minutos de duración.

Ahora es el turno del público, que, ante la deriva bailable de Arcade Fire, puede elevarlos definitivamente a los cielos, o hacer como Orfeo, volver la cabeza atrás, al estilo que los encumbró, rompiendo el conjuro y enviando al grupo de vuelta al limbo.

Javier Herrero.

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