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“El ocaso”, última etapa para gozar de Wagner y reirse de Castorf en Bayreuth

Bayreuth (Alemania), 30 jul (EFE).- El «Ocaso de los dioses» cerrará mañana el ciclo de estrenos de Festival de Bayreuth, a modo de última etapa para disfrutar de Richard Wagner dirigido por Kirill Petrenko y de reirse o indignarse con un «Anillo del Nibelungo» de Frank Castorf que va de lo lascivo a lo grotesco.

El templo wagneriano se divirtió lo suyo anoche abucheando las ocurrencias de Castorf en «Sigfrido», al que arma con una kalashnikov que por supuesto acabará disparando y convierte luego en funcionario de Correos que alimenta a cocodrilos copulantes.

La rabieta del tradicionalismo estaba tan justificada como la ovación cerrada al magistral Petrenko y los solistas -Lance Ryan, un atlético Sigfrido; Wolfgang Koch, el Wotan degradado a santo bebedor; Nadine Weissmann, una Erda prostituida-.

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«Tener el mejor teatro del mundo para interpretar el «Anillo», las mejores voces wagnerianas del momento y una escenografía prodigiosa para ofrecer algo tan poco inspirado da que pensar», opinaba Michael Mayer, un bávaro de la Sociedad Amigos de Bayreuth y uno de los 5.000 donantes del festival de todo el mundo.

La opinión de Mayer era de las más comedidas, en medio de voces anónimas que, entre copas de champán, consideraban que podía darse mejor uso a la kalashnikov de Sigfrido que los cartuchos de fogueo.

«Así es Bayreuth. Colocas la mejor escenografía del mundo y a los viejos se les indigesta lo que comieron en la pausa porque suenan dos disparos», opinaba en cambio Dieter Wunsiedel, joven wagneriano tan asiduo al festival como los «amigos» de Bayreuth.

La obsesión de Castorf por seguir con la cámara de vídeo a los solistas estorba a unos y gusta a quienes lo ven como la oportunidad de asistir como nunca al cuerpo a cuerpo, sea un primer plano de presunto sexo oral callejero, de Erda a Wotan, o al dios engullendo espaguetis y vino o fumando mientras canta.

Castorf lleva la tetralogía de los mitos germánicos, sus ansias de poder, avaricia, traición, amor y deseos al motel-gasolinera del «Oro del Rin» y las Mount Rushmure con los cráneos de Marx, Lenin, Stalin y Mao supliendo a los presidentes de EE.UU., en «Sigfrido».

Pasó asimismo por una torre petrolera de Baku, en «La Valkiria» y por la Alexanderplatz donde Sigfrido escarba entre la basura, a la espera de que el «Ocaso» derive en Wall Street.

Entre dioses, nibelungos, enanos y valkírias convertidos en matones, prostitutas y otros elementos de mal vivir circula un personaje que no entona ni una sola nota: el propietario del motel, primero, y el camarero que emborracha a Wotan, después.

Se trata de Patric Seibert, asistente de dirección y auténtico hallazgo para muchos, tal vez la mejor creación de este «Anillo».

Seibert tiene un nutrido club de admiradores entre el público de Bayreuth, aunque ello no allanará el camino a Castorf ante el previsible chaparrón, mañana, cuando deberá dar la cara y saludar, después de no haberlo hecho en las tres piezas anteriores.

Otro foco de atención es la canciller Angela Merkel, que exhibió sonrisa y traje de gala en la apertura de la temporada, para sumergirse después en su característica discreción en el «Anillo».

A Merkel se la detecta apenas en los entreactos, en cuanto se ve apostado a un guardaespaldas ante la escalera que lleva a los servicios de las damas, a lo que seguirá la imagen de la canciller dando las gracias y dejando unas monedas en el plato.

El resto del tiempo está en su palco o en la terraza de la Silvener Lounge, donde se la vislumbra charlando con algún solista.

Seguir a la canciller o al intruso sobre el escenario que no canta, son diversiones añadidas al privilegio de asistir a un estreno etiquetado de histórico en Bayreuth.

Es el único teatro del mundo construido a medida para las óperas de Wagner, el único donde la orquesta toca desde un foso oculto que difunde cada nota a la butaca del espectador y el único donde se representa única y exclusivamente al genio.

El estreno de Castorf es, en resumen, el plato fuerte del Año Wagner, en que confluyen el bicentenario de su nacimiento, en Leipzig y el 130 aniversario de su muerte, en Venecia.

Por Gemma Casadevall

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