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La villa de Aubagne recupera al Picasso mediterráneo a través de la cerámica

Aubagne (Francia), 27 abr (EFE).- La exposición «Picasso céramiste et la Mediterranée», que comenzó hoy en la ciudad provenzal de Aubagne, recoge el testimonio más íntimo e hispánico del artista, a partir de las piezas que creó después de la Segunda Guerra Mundial.

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La muestra, que podrá visitarse hasta el próximo 13 de octubre en la Chapelle des Pénitents Noirs de esta villa cercana a Marsella (sur de Francia) y que se enmarca en el cuarenta aniversario de la muerte del pintor, está compuesta por más de 150 obras, muchas de ellas inéditas, pertenecientes a colecciones privadas o a ediciones inusuales.

Pablo Picasso (Málaga 1881 – Mougins, Francia, 1973) trabajó la cerámica tradicional, sin embargo rápidamente la disuadió de sus funciones cotidianas, utilizando la forma como soporte para ofrecerle nuevos y atrevidos destinos, como señal de libertad.

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Así, decoró los cántaros con figuras negras que evocaban historias de la antigüedad, las cazuelas para la cocción de las castañas se convirtieron en máscaras y las vasijas de barro, en insectos azules.

Los ladrillos y las piedras quebradas tomaron la forma de esculturas en tres dimensiones, en las que el volumen y el placer de la ilusión jugaron un papel fundamental.

«Picasso intervino a nivel conceptual tanto sobre la cerámica, la escultura y la pintura. Aquí hay cerámicas que son, en realidad, auténticos lienzos. No existe ninguna frontera entre los tres elementos», aseguró a Efe la comisaria de la exhibición, Joséphine Matamoros.

El artista español empezó a explorar la cerámica a su llegada a París, a principios del siglo XX, en los talleres del joyero Paco Durrio, no obstante su establecimiento en 1946 en la ciudad sureña de Vallauris fue lo que determinó un trabajo constante en este campo hasta finales de los años sesenta.

Con su regreso al Mediterráneo -nació en Andalucía y consideró Cataluña como su región adoptiva- se reencontró con la cultura hispánica a través del mar, el cielo azulado, el clima o la alimentación y lo plasmó en más de 3.500 piezas originales.

«Hay una gran sección de tauromaquia donde están representados todos los códigos españoles de las corridas, modelados sobre unos grandes platos hispano-morescos», confirmó Matamoros.

La figura omnipresente del toro fue, para el pintor malagueño, una alegoría de la fuerza viril a la que recurrió en las composiciones más complejas y dramáticas.

Las «tanagras», una serie de pequeñas esculturas de mujeres también muy mediterráneas, fueron realizadas a partir de botellas de arcilla, todavía blanda porque acababa de salir del taller, herméticamente cerradas, para llenarlas de aire y poder manipularlas sin quebrarlas. Posteriormente se adherían las extremidades.

Figuras como estas evidencian que Picasso no trabajó sometido a los estándares de los ceramistas de momento, sino con sus propias invenciones y como prolongación de sus estudios sobre la escultura, la pintura y los grabados.

«La relación entre el motivo y el soporte está colmada de sugestiones», puntualizó la comisaria Joséphine Matamoros.

Al artista también le sedujo la idea de «visitar sin complejos y con una agudeza muy particular», la antigua civilización mediterránea.

Nunca estuvo en Grecia, pero su asiduidad al museo del Louvre de París y algunos viajes a Italia, sobre todo a Florencia, complementaron sus conocimientos sobre esta cultura, que consideraba profundamente suya.

A principios de 1920, después de la experiencia con el cubismo, Picasso realizó varios lienzos de inspiración greco-romana, no obstante, este interés no lo exportó a la cerámica hasta veinte años después, ya afincado en la ciudad de Vallauris.

Las figuras rojas o negras, las ánforas, los faunos, los centauros e incluso las propias «tanagras», que realizó por primera vez Béotio en el siglo IV a.C., dominaron la producción artística del pintor malagueño en un intento de evocar la eternidad mediterránea.

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