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François Ozon corona un San Sebastián con pleno para el cine español

San Sebastián (España), 29 sep (EFE).- Por una vez, ganó la favorita y François Ozon se hizo con la Concha de Oro y el premio al guion en la 60 edición de San Sebastián con su comedia «Dans la maison», dejando hueco para la «Blancanieves» de Pablo Berger y conchas de Plata para Fernando Trueba y José Sacristán.

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A la tercera fue la vencida para Ozon, que tras presentar «Bajo la arena» y «Mi refugio», triunfó en San Sebastián con «Dans la maison», una apuesta del jurado, presidido por Christine Vachon, por la ligereza impecablemente entramada de este filme que se basa en la obra de teatro de Juan Mayorga «El chico de la última fila».

Ozon ha subido a recoger el máximo premio en tono combativo y ha recordado que «en períodos de crisis no hay que atacar la cultura, es una mala idea. Así no vamos a resolver la crisis. Esta película es habla del amor del cine y la necesidad del cine, el mundo también necesita cine español», ha exclamado el realizador francés.

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Brillante juego intelectual entre un maestro y su alumno, interpretada de manera exquisita por Fabrice Luchini y Kristin Scott Thomas, «Dans la maison» llegaba avalada por el premio FIPRESCI en Toronto, y en San Sebastián también conquistó a crítica, público y, finalmente, al jurado.

Pero esta séptima Concha de Oro para el cine francés abría, como decía Ozon en su discurso, espacio al cine español que, sin necesidad de tener privilegios por jugar en casa, se había situado entre lo más destacable de las catorce películas a concurso.

«Blancanieves», la única que parecía capaz de ensombrecer a Ozon, también ha dejado patente su poder de seducción con su adaptación torera, muda y en blanco y negro del cuento clásico de los hermanos Grimm al recibir dos galardones.

El premio especial del jurado, recogido por Pablo Berger, y la Concha de Plata a la mejor actriz la han convertido en la ganadora moral de esta edición, durante la que también ha sido designada para representar a España en los premios Óscar.

Sin embargo, no ha sido ganadora Maribel Verdú, la que estaba en boca de todos para el palmarés por su papel de pérfida madrastra, sino una emocionada Macarena García, la debutante Blancanieves, que ha compartido el galardón con otra primeriza, Katie Coseni, por «Foxfire: Confessions of a Girl Gang», del francés Laurent Cantet, sobre la novela de Joyce Carol Oates.

La apabullante presencia del cine español en el cuadro de honor se completaba con la consecución de las dos Conchas de Plata restantes: la de mejor director para Fernando Trueba por «El artista y la modelo» y la de mejor actor, para José Sacristán, que no acudió a recoger el premio por estar rodando en Cáceres (oeste de España) una versión de «El Quijote».

El ganador de un Óscar por «Belle Epoque» ha visto reconocido uno de sus proyectos más personales, rodado en francés y en blanco y negro, en el que apelaba a un cine nostálgico y reposado, con rostros legendarios como Jean Rochefort y Claudia Cardinale y la inestimable ayuda en el guión de Jean Claude Carrière.

«A algunos se les olvida que el cine es arte y es cultura», ha dicho Trueba, también en la defensa de su gremio, para espetar, finalmente, «¡viva el cine libre!».

Sacristán, por su parte, repetía la gesta que ya consiguió en 1978 con «Un hombre llamado Flor de Otoño» al convertirse en el mejor actor por «El muerto y ser feliz» (coproducción con argentina), un «traje a la medida» que le habían hecho, según sus propias palabras, Javier Rebollo y su guionista, Lola Mayo, en una película que también ha recibido el premio FIPRESCI.

El careo entre cine francés y español en el cuadro de honor ha tenido una excepción, el kurdo iraní Bahman Ghobadi, que con «Rhino Sesion» no ha conseguido su tercera Concha de Oro pero sí ha recibido un premio a la mejor fotografía, y también por una mención del jurado para «The Attack (El atentado)» de Ziad Doueiri, coproducida entre Líbano, Egipto, Francia y Bélgica.

Sin embargo, se fue de vacío el director argentino Carlos Sorín con su «Días de pesca», una cinta que se detiene en las inmensas llanuras de la Patagonia y con la que Sorín vuelve con sus códigos intactos.

Al margen del jurado oficial, la ganadora del premio de Nuevos Directores ha sido la chilena «Carne de perro», de Fernando Guzzoni, un triunfo latino más allá de la cita en el premio Horizontes, que ha recaído en la argentina «El último Elvis», de Armando Bo, guionista de «Biutiful».

También los más jóvenes han elegido una cinta latinoamericana como su favorita, pues el premio de la juventud ha sido para la paraguaya «7 cajas», de Juan Carlos Maneglia y Tania Schémbori.

Finalmente, el público ha elegido a «The Sessions», de Ben Lewin, y también ha destacado «The Angel’s Share», de Ken Loach como mejor producción europea.

Mateo Sancho Cardiel

San Sebastián (España), 29 sep (EFE).- François Ozon ha conquistado hoy la Concha de Oro y el premio al mejor guión en San Sebastián gracias a su virtuoso ejercicio de manipulación en «Dans la maison (En la casa)», comedia polivalente y metacinematográfica en la que su obra, tendente al extremo, encuentra un magistral punto de equilibrio.

«Para mí todo director de cine tiene que ser un manipulador, pero eso no tiene por qué ser negativo. El actor debe ser manipulado por el realizador y es pagado por ello, de igual manera que los actores manipulan a sus directores. Es un trabajo de manipulación conflictiva», explica a Efe en una entrevista.

Ozon, prolífico y genial, había polarizado hasta ahora su carrera en torno a la comedia de vodevil, como «Potiche» o «8 mujeres», o el melodrama profundo y sensual de «Bajo la arena» o «Mi refugio», con las que había concursado previamente en San Sebastián, consiguiendo con la última de ellas el premio especial del jurado.

«Dans la maison», su obra más sincrética, está protagonizada por Fabrice Luchini, Kristin Scott Thomas y Emmanuelle Seigner, y está basada en la obra de teatro «El chico de la última fila», de Juan Mayorga, en la que encontró «una mezcla de comedia, suspense y drama».

O más que una mezcla, una superposición de capas que enriquecen una película en apariencia ligera pero de una elaboración y una densidad brillantemente transparentes. Un mecanismo de relojería que no ha pasado desapercibido al jurado presidido por Christine Vachon.

«Es un pacto que hago desde el principio con el espectador. Un trato sobre lo que es la ficción y lo que es realidad. La parte del relato dentro del relato tiene una estética más forzada, una música más enfática. La de realidad es más sencilla y naturalista. Luego los dos registros se van fundiendo en los estilos, contagiándose los unos a los otros», asegura.

La realidad es la de un profesor de Literatura de instituto que, ante la abulia que le produce la mediocridad de sus alumnos, se engancha a las redacciones que le escribe Claude, un alumno en el que hasta entonces no había reparado y que narra su intromisión en la familia de clase media de otro compañero de clase, Thomas.

La ficción es, justamente, la recreación cinematográfica de esas redacciones, que intentarán ser corregidas y matizadas por el profesor, que experimentarán cambios de tono, podrán ser reversibles o directamente señuelos, jugando con la audiencia y haciendo un insólito ejercicio de autocrítica.

«John Ford siempre decía que la leyenda es mucho más interesante que la realidad», asegura Ozon, y su filme no es sino una alabanza a la capacidad imaginativa del hombre para maquillar una vida marcada por la mediocridad, teñida eso sí de crítica a la lucha de clases, de humor retórico, de patetismo y de sensualidad multidireccional.

«¿Es este juego perverso? El personaje se limita a crear. Yo lo considero un artista», explica un director que dedica su cinta a algunos de los profesores que él mismo tuvo en el instituto y que no teme reconocer que en ese adolescente seductor y ambiguo se ve a sí mismo.

«Yo también me he sentido haciendo la película como una Scheherezade de «Las mil y una noches». No puedo permitirme que ninguno de los relatos que contiene dejen de interesar al público, porque si no me cortarán la cabeza», concluye.

Mateo Sancho Cardiel

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