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Colombia acelera en la recta final de Horizontes Latinos

San Sebastián (España), 28 sep (EFE).- «La playa D.C.», de Juan Andrés Arango, y «La Sirga», de William Vega, han llegado a los Horizontes Latinos del Festival de Cine de San Sebastián el penúltimo día de competición con dos propuestas de cine colombiano, hermanas en el fondo y sólo parientes en la forma.

«La Playa D.C.», un barrio de Bogotá poblado de afrocolombianos llegados casi siempre en barco a Buenaventura, es una cinta a medio camino entre el documental y la ficción en la que Arango ha rescatado tradiciones, ha dado voz a los vecinos y ha mostrado una nueva Bogotá que crece, multicultural y sólida, gracias a estos nuevos habitantes.

La película, rodada en el peligroso barrio bogotano, cuenta la historia de tres hermanos (interpretados por Luis Carlos Guevara, Andrés Murillo y James Solís) que llegan de la costa empujados por el conflicto armado colombiano, un tema que, en la cinta, «es sólo un ruido de fondo» explica el director a Efe, convencido de que el cine colombiano ya ha mostrado «mucha violencia».

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El mayor acaba de ser deportado de Canadá, pero quiere volver; el pequeño esta enganchado a las drogas y no soporta el recuerdo del asesinato del padre, y el del medio decide quedarse y pelear y aprende a buscarse la vida como lo hacen de verdad los chicos de La Playa D.C: haciendo diseños en los peinados afro de sus colegas.

Este personaje descubre con estos dibujos que «hay una manera de quedarse en Bogotá, una esperanza, y esa es la esperanza que hay hoy en la comunidad afrocolombiana, a pesar del racismo -apunta Arango-, porque tienen tanta fuerza y tanta energía que poco a poco se abren paso y demuestran que son parte de Bogotá».

Arango explica que la idea de los peinados viene de lejos: eran mapas que hacían las mujeres en las cabezas de las niñas para indicar a sus maridos los posibles corredores del Pacífico para huir de las minas; «esos complejos diseños se han mantenido con los mismos nombres y los mismos patrones de generación en generación».

Ahora, esa tradición se mezclan con las modas hip-hop del norte, de manera que esas figuras en sus peinados se convierten en una forma de expresarse y mostrar cuál es tu identidad y tu día a día, tu modo de encontrar tu camino en la ciudad».

Son actores no profesionales, a los que Arango ha conseguido sacar una realidad que sólo se explica hablando con James Solís, Tomás, el hermano que quiere salir a toda costa hacia Quebec, porque es su propia historia.

«Sí, yo vivo en ese barrio y trabajo cortando el pelo», explica a Efe este joven que iba aprendiéndose los diálogos según avanzaban las escenas.

«Todos los jóvenes de Buenaventura nacen con la fiebre de salir en barco para el norte», añade Solís que asegura que «todo» lo que se ve en la película «es así», momento en el que el director explica que los propios vecinos fueron los que garantizaron su seguridad mientras rodaban porque «de tantas horas investigando por allá nos sentían como suyos».

El realizador colombiano, que ya consiguió de San Sebastián un Premio En Construcción, igual que William Vega, entiende que «La Playa D.C.» es «hermana» de «La Sirga» en lo que tiene de explicar el conflicto armado de Colombia a través de las huellas que han dejado en las personas.

Y así sucede en esta ópera prima del colombiano Vega, nacido en Cali, donde la protagonista es Alicia, una mujer que, al perderlo todo, huye buscando La Sirga, el hostal de su tío Óscar en la inmensa laguna de La Cocha, cuya bruma impregna la cinta como un filtro poético.

«El trasfondo de esta película son las condiciones humanas», explica el director, «hay que entender a los personajes como parte de estos sitios».

A través del recorrido de Alicia, Vega presenta el conflicto armado de Colombia «de otra manera», lejos de la habitual violencia de Bogotá o Medellín: «Yo no quería hacer sangre, ni excederme en mostrar horrores, así que situé a los personajes en un lugar remoto donde los paisajes fueran tan protagonistas como las personas».

Reconoce Vega más referentes pictóricos en su ópera prima que cinematográficos y recuerda que ha buscado en los actores, casi todos, de teatro y otros, no profesionales, para dar esa naturalidad.

Alicia G.Arribas.

Madrid, 28 sep (EFE).- «Érase una vez yo, Verónica», un filme existencialista, «sartriano, pero en los trópicos», según explicó su director, el brasileño Marcelo Gómez, descubre en la competición Horizontes Latinos de San Sebastián a la debutante Hermila Guédez, una actriz autodidacta que llena la pantalla con su naturalidad.

Guédez, que aparece prácticamente en todos los planos de la película, compone a una joven que acaba de terminar la carrera de psiquiatría y vive sola con su padre (W.J. Solha), un anciano al que adora, mientras se pregunta sobre su vida, sus verdaderas ganas de ser médico y su necesidad de casarse o tener hijos.

Canalizando a través del sexo todos sus sentimientos, ya sean de ansiedad o de la felicidad más profunda, Verónica aprende a entenderse a lo largo de la película y a aceptar las mejores y las peores cosas de su vida, como la inminente muerte de su padre.

Según explicó el director a EFE, su intención era estudiar a los jóvenes brasileños y ver cómo les habían afectado los cambios de los últimos años.

Para ello, realizó entrevistas de dos o tres horas a más de 20 jóvenes que rozaban la treintena, «así que podemos decir que el guion no es mío: lo hicieron la mujeres que me contaron sus dudas e impresiones».

«Los jóvenes brasileños son así, pero con menos conciencia. Esto que hace Marcelo -dijo a Efe la actriz- es mirar desde fuera y centrar la atención en Verónica: ella son todas esas chicas con las que hablé».

Sin ningún tipo de formación actoral, Guédez es capaz de robar las frases en las que el médico comenta el diagnóstico del padre, que se cortaron en montaje, para dejar en una sola toma sus reacciones, desde la sorpresa al llanto más profundo, para luego recomponerse, porque el director «no era capaz» de cortar, «me tenía hipnotizado», se disculpó Gómez.

Técnicamente, la película mezcla tomas casi documentales de Recife, la ciudad brasileña natal del director donde está rodada, y primerísimos planos intimistas. Un colaje, manifestó el director, que viene de sus ganas de hacer películas «que se te queden dando vueltas en la cabeza».

«Me gustan las películas que te hagan pensar y que te lleven a áreas no seguras del pensamiento y quería hacer una película ‘sartriana’ pero en los trópicos, porque parece que en Brasil, como tenemos el sol y las playas, no tenemos problemas profundos», señaló.

Otro detalle importante de la película es la música, otro protagonista más. «Brasil es un país muy musical, y yo quería una música dramatúrgica, no que pasase sin más. Así, el padre que es mayor y nostálgico escucha polcas y frevos antiguos, mientras Verónica que tiene esa crisis existencial, escucha a Karina Buhr, cuyas canciones hablan del vacío, de qué hacer con la vida», explicó Gómez.

El director filosofa sobre los hallazgos de sus entrevistas: «Los jóvenes de ahora viven una sociedad mucho más capitalista. Necesitan más desarrollarse profesionalmente, y la madurez les viene más bien tarde y, a veces, de un modo muy confuso».

También advirtió que la cinta no tiene un «happy end», no hay un final, sino termina con «una conciencia mayor de Verónica sobre su trabajo y de su propio desamor (…), pero su estado de ánimo no mejora por ir al carnaval o disfrutar del mar. Está encontrando un camino para pensar mejor».

Al final, Verónica «piensa por ella misma y se comprende mejor, y no sabe cuándo va a conseguir la madurez, pero ha comprendido que necesita sus sueños cada vez más porque la presión de la vida adulta es cada vez mayor».

De modo que la película, que comienza con un sueño erótico multitudinario en una playa donde todo es alegría, sol y comunión de personas de ambos sexos que se entienden perfectamente, termina de la misma manera. Y, en realidad, no estamos contando el final.

Alicia G.Arribas

San Sebastián, 28 sep (EFE).- La uruguaya Alicia Cano trajo hoy a Horizontes Latinos del Festival de San Sebastián un documental ficcionado donde, a través de la historia de un local que fue sede de un club de fútbol, un prostíbulo de travestis y una catequesis, desnuda con humor y ternura la naturaleza machista de su pueblo.

«El Bella Vista», ópera prima de la directora, es también el nombre de este local, que hubo que rehacer por completo, y es un repaso a la forma de vida de una sociedad rural «que no tiene más lugares donde descargar la fantasía que el fútbol, la iglesia y el prostíbulo», explicó la realizadora en una entrevista con EFE.

El espectador comienza a conocer la realidad del pueblo a través de los ojos del antiguo presidente del Bella Vista, un club de fútbol de Durazno, al que cuesta contar por qué se deshizo el grupo y cómo acabó en manos de Fabiana.

Fabiana es una travesti que decide para no sentirse extraña un lugar de encuentro frecuentada por algunos hombres del pueblo; no por los futbolistas, desde luego, que ya entrados en años, deploran la existencia de estas mujeres y apoyan a los vecinos con la intención de recuperar el local y expulsarlas.

Así es como el local llega a manos de una anciana voluntaria que enseña catecismo a los niños y, con cuatro cortinas y una mano de pintura, transforma el local casi en una iglesia.

«La historia más impactante para mí -explicó la directora- fue la de la maternidad de Fabiana».

«Cuando yo me enteré de que había una travesti madre en Uruguay, un país donde matan cada año a catorce travestis y la situación es tan terrible en una sociedad que los considera bichos, fui a ver, con todos mis miedos y mis prejuicios. También porque los uruguayos somos mucho más homófobos de lo que decimos ser», afirmó Cano.

Y lo que recibió fue «una cachetada» de la realidad: «Lo que encontré fue una madre amando a un hijo y a un hijo amando a su madre. No vi ninguna diferencia: era un niño amado y, conociendo la realidad de la madre biológica que tiene otros siete niños, puedo decir que fue lo mejor que le pudo pasar a Álex».

Los «actores», que colaboraron con Cano como si el proyecto fuera suyo, apuntó, «me ayudaron a comprender qué es lo que motiva a la gente a portarse así, a investigar sus estructuras morales y a cuestionar nuestros propios prejuicios».

«La historia pretende reflexionar sobre esto y mostrar que no hay buenos ni malos, sino que la necesidad que todos tenemos de amar y de ser amados nos iguala a todos», resumió.

Cano tuvo que mostrar primero el documental en Durazno, donde no habían parado de preguntar cómo iba la historia. Cuando se exhibió en el pueblo, ha recordado emocionada la directora, la señora que monta la catequesis se disculpó con los travestis.

A través de la película había llegado a comprender y a aceptar a estas mujeres, que hasta ese día solo salían de noche por el pueblo. «Fue muy emocionante», dijo Cano.

Alicia G.Arribas

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