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Tom Gjelten narra la historia de Cuba a través de la saga Bacardí

Madrid, 21 jun (EFE).- El ron corre por las venas de esta dinastía empresarial, patriotas de la independencia, mecenas de la revolución y pesadilla del castrismo: los Bacardí han encontrado en el escritor Tom Gjelten al mejor narrador de su saga familiar, sin la cual es difícil entender la propia historia moderna de Cuba.

«Los Bacardí han desempeñado un papel clave en la mayor parte de los acontecimientos ocurridos en Cuba desde mediados del siglo XIX. Fueron patriotas en la lucha por la independencia de España, contra la ocupación estadounidense y apoyaron con sus fondos la revolución de Fidel Castro», explica Gjelten en una entrevista con Efe.

Este veterano corresponsal estadounidense es el autor de «Bacardí y la larga lucha por Cuba» (editorial Principal de los Libros), cuya intención, según el propio escritor, es ofrecer un prisma alternativo de la Cuba contemporánea.

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El libro de Gjelten aporta una visión diferente de la que ofrecen las numerosas obras aparecidas en los últimos años sobre el (Ernesto) Che Guevara o los hermanos Castro, que, según apunta, llevan a pensar que toda la historia de ese país se reduce a la revolución castrista.

«La lucha por Cuba no empezó con Fidel; comenzó -dice- hace 150 años, con el combate por la independencia de España y después por la soberanía ante la ocupación de Estados Unidos. Más tarde se peleó por la democracia y la modernidad bajo los gobiernos corruptos de (Gerardo) Machado y (Fulgencio) Batista, y después otra vez por la libertad durante la dictadura de Castro».

Y allí, explica, «siempre estaban los Bacardí», finalmente expulsados en 1960 de la isla y expropiados por un Fidel Castro muy influido por el sovietizado Che, quien, por cierto, intentó hacerse, infructuosamente, con la fórmula secreta del mágico ron presionando a uno de los empleados de la destilería que quedaron en la isla.

«Mi intención era explicar la evolución de una lucha en todas sus fases y usar la historia de la familia Bacardí como un vehículo», agrega Gjelten, autor también del libro sobre las guerras balcánicas «Sarajevo Daily».

Para lograr esa cohesión y obtener toda la información, «tuve que trabajar con dos de las entidades más difíciles del planeta: el Gobierno de Cuba y los propios Bacardí. Estos siempre fueron muy reservados, poco partidarios de hacer comentarios sobre su propia historia», recuerda Gjelten.

La llave final fue una Bacardí residente en Arlington (Virginia), vecina suya, a quien logró persuadir sobre sus buenas intenciones con el libro.

«A pesar de todo, la investigación fue muy difícil, debido al secretismo en torno a sus archivos y el trabajo se alargó una década», asevera Gjelten.

Al Gobierno cubano le hizo creer que estaba escribiendo sobre la historia del ron en Cuba, por lo que en ocasiones fue más fácil tratar con la nomenclatura castrista que con los descendientes de aquel primer Bacardí, don Facundo, el español de Sitges que adquirió, en 1862, la pequeña destilería de Santiago sobre la cual la familia edificó su imperio etílico.

Don Facundo ideó una versión más suave del rudo ron que tomaban marineros, trabajadores y contrabandistas, y acabó convirtiéndose en la bebida espirituosa favorita de los habitantes de la isla y de medio mundo.

El símbolo de Bacardí, el murciélago oscuro sobre fondo rojo, no responde a unos supuestos gustos esotéricos de los primeros Bacardi cubanos, sino a la colonia de esos quirópteros que habitaban en las vigas de la susodicha destilería original en Santiago de Cuba.

No porque no les faltaran conocimientos místicos: Emilio, el hijo del fundador, además de prócer de la lucha por la independencia de los españoles, fue teósofo y librepensador, abolicionista (de la esclavitud), autor de la historia de Santiago de Cuba en diez tomos y arqueólogo aficionado que incluso hizo importar una momia de Egipto.

Gjelten recuerda que el apellido Bacardí, a pesar del anticastrismo militante mostrado por la familia desde EEUU en las últimas décadas, sigue siendo respetado en el oriente de Cuba, en concreto en Santiago, aunque tal veneración se refiere, señala, «a los buenos, es decir, a los anteriores a la proclamación del Estado socialista».

Y eso que Pepin Bosch (otro Bacardí) fue el único empresario que acompañó a Fidel Castro en su primer viaje a EEUU como jefe de Estado cubano, lo que no fue obstáculo para que en 1960 nacionalizara su negocio, algo que nunca le perdonaron sus familiares, como reflejaron en su apoyo al intento de invasión de Bahía de Cochinos o en algún intento de matar a Castro.

Por Juan Antonio Sanz

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