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Maruja Torres grita por Egipto en “Sin entrañas”, su nueva novela policíaca

El Cairo, 17 abr (EFE).- Un asesinato, un ritual faraónico y quince sospechosos en un crucero de lujo por el Nilo. Este argumento recordaría a Agatha Christie, pero se trata de «Sin entrañas», la nueva novela policiaca de la escritora y periodista española Maruja Torres, que rinde homenaje en clave paródica a la reina del crimen.

Y es que Maruja Torres (Barcelona, 1943) ha querido que su última novela, la segunda de su serie policiaca -que comenzó con «Fácil de matar» (2011), con la reportera retirada y metida a investigadora Diana Dial, su alter ego, como protagonista- sirva de recordatorio de su admirada Agatha Christie y de su querido amigo el escritor catalán, ya fallecido, Terenci Moix.

«Además -dice- es un homenaje a la sufrida clase media baja de Egipto, tan maltratada, que impulsó la revuelta de Tahrir y que espero que no se haya sentido defraudada por la revolución».

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Así lo explicaba hoy a Efe esta escritora y periodista enamorada del mundo árabe, donde tantas veces ha estado cubriendo guerras y revueltas. Y lo hacía en un hotel de El Cairo después de haber visitado la grandeza de las Pirámides, en medio del polvo del desierto, con camellos famélicos y niños sin parar de pedir, junto a un grupo de periodistas.

«En 2009, cuando yo sitúo la novela -explicaba-, todavía estaba Mubarak, y de hecho hay varios componentes de esa época en el libro», como un reconocido arqueólogo (con mucho parecido con el famoso egiptólogo Zahi Hawass) al que le acompaña su última amante, «un putoncillo francés que hace como que busca los restos de Cleopatra».

«Los motivos por los que vino la revolución después, existían -continúa-. Yo me preguntaba antes por qué los jóvenes, que estaban sin trabajo, parados en la calle, no se unían y se rebelaban, y ocurrió, pero el resultado es dudoso, faltan años, una asignatura pendiente que es el laicismo, como en todo el mundo árabe, y un cambio en el concepto de familia como cédula inexorable».

«Hay que ayudarles -recalcaba la autora-, porque la gente tiene que comer, y ahora el turismo, su principal fuente de ingresos, ha caído en picado», subrayaba. Unas palabras que explicaban su deseo de que «Sin entrañas», publicado en España y América Latina por Planeta, fuera presentado en El Cairo, la ciudad que nunca duerme y donde la miseria y la pobreza más absoluta se cruzan con la riqueza de una minoría y con la belleza de su misteriosa historia.

Pero Maruja Torres también saca la vena irónica y corrosiva que la caracteriza, que vierte tanto en sus columnas o blogs como en sus novelas, y comenta que escribir novela policiaca, de crímenes, le encanta.

Admiradora de Edgar Allan Poe -a su juicio, el primero en este género- y de todos los clásicos: desde Dashiell Hammett y Raymond Chandler hasta P.D.James o el catalán Manuel de Pedrolo, Maruja Torres ha construido en «Sin entrañas» una puesta al día de «Muerte en el Nilo», de Agatha Christie, con gente muy mala, sin entrañas, que va en un crucero en el barco a vapor S.S.Karnak, como el que usó la Christie.

Unos viajeros, «nuevos colonialistas», que son una mezcla de gente rica y decadente de la burguesía catalana que se hacen llamar «Los Kennedy catalanes», como dice una de las protagonistas.

Aquí, Diana Dial, a petición de su amiga Lady Roxana, debe resolver el misterio de la muerte del hermano de ésta, el potentado inmobiliario Oriol Laclau i Masdéu, ocurrida un año antes durante un crucero por el Nilo.

Roxana ha vuelto a organizar un viaje por el mítico río, igual y con los mismos pasajeros, para que Diana, a la que acompaña su inseparable amigo el inspector libanés Fattoush, encuentre al culpable.

Una especie de hundimiento del Titanic, una intriga trepidante que durará tres días en la que Maruja Torres no deja títere con cabeza y en la que se puede reconocer a algún exdirigente de un club de fútbol catalán o a todo un tejido corrupto que se enriqueció con el ladrillo; personajes de ficción amantes de la egiptología, «porque la egiptología ha blanqueado muchos abusos», concluía.

Carmen Sigüenza

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