Economía

Vicky Roy, de niño de la calle en la India a fotógrafo reconocido

Nueva Delhi, 25 oct (EFE).- Cuando Vicky Roy tenía 11 años huyó de su casa en un pueblo del este de la India con destino a Nueva Delhi, donde, después de malvivir en sus calles durante un tiempo, se trasladó a un centro de acogida, en el que recibió una cámara.

El objetivo de esa cámara, de manera instintiva, tornó hacia la realidad de los niños de la calle que le acogieron cuando llegó lloroso a la estación central de la capital india desde Purulia, en Bengala, en el otro extremo del país, donde vivía con sus abuelos.

Vicky comenzó a fotografiar, con 16 años, a los críos que, al igual que él cuando llegó a Nueva Delhi, recogían botellas vacías de plástico en grandes sacos, para luego rellenarlas de agua y venderlas a los pasajeros de la estación por unas pocas rupias.

Recomendados

Las imágenes, para sorpresa de muchos, plasmaban una mirada nueva y diferente hacia la cruda realidad que describían, con juegos, cargadas de cotidianidad y carentes, como Vicky narra a Efe, «de la lástima que muestran otros fotógrafos».

De esas instantáneas nació, con 20 años, su primera exposición: «Street Dreams» (Sueños de la calle), que supuso el inicio de una espiral de exhibiciones y premios que lo han llevado incluso a desayunar en Buckingham Palace en Londres con el príncipe Eduardo.

«Era una sensación extraña fotografiar a los turistas desde el interior del palacio mientras ellos hacían lo mismo desde el exterior», recuerda el joven fotógrafo, que cuenta su historia de carrerilla, acostumbrado a lidiar con los medios.

Vicky parece cansado de que la gente lo valore más por sus orígenes como niño de la calle que por la calidad de sus fotografías, y cuando se le pide que muestre los lugares en los que vivió a su llegada a la capital, lo hace veloz, con prisas.

«Es que en unas horas tengo una cita para entregar un ejemplar de mi libro -publicado recientemente por la Fundación Nazar-«, se justifica Vicky, tras mostrar desde un puente la estación de tren de Nueva Delhi o el puesto de comida en el que trabajó unos meses.

La ruta finaliza en uno de los centros de acogida que la ONG «Salam Baalak Trust» (SBT) tiene en el centro de la capital india, donde unos 40 menores del total de 5.000 que ayuda la organización buscan, como hizo Vicky en su momento, encaminar sus vidas.

«Vengo aquí a menudo a hablar con los chicos y cuando tengo alguna exposición les llevo conmigo. Aprecian mucho el trabajo que hago y les doy consejos: les digo que no hay atajos en la vida, que los estudios son importantes», explica Vicky.

En el espartano edificio de una planta decenas de críos se reparten por las dos habitaciones habilitadas, las cuales hacen las veces de dormitorio y zona de recreo, al igual que la azotea, donde los niños de mayor edad suelen pasar la noche.

Cuando se habla con esos jóvenes parece repetirse una y otra vez la historia de abusos y pobreza que experimentó Vicky cuando vivía con sus abuelos.

Uno de los mayores, Ramzan, que coincidió con Vicky en el centro, huyó de los «maltratos» de su madre cuando tenía cinco años, y no fue hasta un año después de escaparse, mientras se encontraba en la puerta de un colegio, que todo cambió.

«Un profesor se me acercó y me preguntó si quería estudiar, y como le dije que sí me mandó a aquí con una mujer. Ella es ahora como mi madrina, me lo ha dado todo: ropa, comida, techo. Quiero corresponderla, por eso estoy estudiando duro», explica Ramzan.

Amar Kumar, otro de los niños del centro, revela desde la azotea, donde otros críos corretean o juegan al críquet, que se fugó de casa porque sus padrastros, que eran muy pobres, no le dejaban estudiar.

«Ahora que puedo estudiar voy a conseguir destacar y ser alguien en la vida, créeme que lo conseguiré», sentencia decidido chapurreando algo de inglés a diferencia del resto.

Ese optimismo, sin embargo, desaparece al charlar con otro de los menores, Dheeraj Kumar, uno de los más pequeños del centro.

Se escapó de su pueblo en Bihar, a cientos de kilómetros de la capital, porque su padre se emborrachaba y le pegaba.

Una noche, ya en Nueva Delhi, mientras dormía en la estación después de un duro día de trabajo recogiendo plásticos, un amigo le avisó de que llegaba un tren y que debían subirse a él, pero cuando alcanzó el vagón resbaló y fue arrollado.

A Dheeraj le faltan ahora varios dedos en unos pies deformados y llenos de cicatrices y, aunque asegura que no siente dolor, es incapaz de caminar, por lo que debe arrastrase.

Para aquellos que han decidido luchar, un cartel con la portada del libro de Vicky Roy preside la entrada del centro de acogida, «todo un impulso», dicen algunos, para seguir adelante.

Moncho Torres

Tags

Lo Último

Lo que debe saber


Te recomendamos