Llegaba listo para examinarnos a la hora del almuerzo muy juicioso con el almanaque mundial bajo el brazo. Para aquellos que nacieron con internet vale la pena hacer la explicación: el almanaque mundial era un libraco gigantesco, de grosor bíblico, en el que aparecían todos y cada uno de los países del mundo con sus características, población, bandera, límites geográficos, meridianos de ubicación y demás. Y armado con ese armatoste mi tío Alberto nos ponía a prueba a mi hermana y a mí cuando éramos niños. El reto consistía en aprenderse las capitales del mundo y a mayor cantidad de respuestas acertadas, el ganador del pulso se llevaba a su boca varios coffee delight como premio.
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En esas jornadas supe que una de las más sencillas capitales para aprender era la de San Marino; igual que Guatemala, Panamá, México, Luxemburgo, Kuwait, Túnez y Singapur, la ciudad que hace las veces de centro político y económico llevaba el mismo nombre que la nación. Y San Marino empezó a aparecer en cada esquina de las páginas deportivas que leía. Siempre, en aquellos resúmenes compactos que aparecían en las últimas páginas de la sección de deportes del diario El Tiempo, veía uno que San Marino enarbolaba la bandera del perdedor. Y así ha sido desde niño hasta hoy, cuando ya no cuento con pelos en la cabeza y en tiempos en los que excederme con los coffee delight no sería buena idea pensando en mi salud.
La cita sabatina era ver a San Marino, esta vez ante Gibraltar, igual de modestos, para observar un duelo de pronóstico incierto en el marco de la Liga de las Naciones. Y el partido muestra otro lado de la moneda de lo que significa Europa en el mundo del fútbol: mientras los jugadores de ambos equipos tratan de salir del cero, varios aviones despegan a pocos metros de la cancha en una imagen en extremo surreal y que trae a la mente aquella inexplicable postal del 5 de septiembre de 1993 en el estadio Monumental de Núñez cuando, en pleno partido entre Colombia y Argentina (el famoso 5-0) un avión de Aerolíneas Argentinas pasó rozando el mítico coliseo porque el piloto -cuenta la leyenda- tuvo ganas de ver más de cerca el juego.
San Marino no pudo sumar, por desgracia, y siguió sumido en la cola futbolística del universo: un buen cabezazo de Torrilla los dejó de nuevo sin nada frente a Gibraltar. Ser de San Marino es saber perder: ya son 100 partidos consecutivos en los que no consiguen llevarse el triunfo.
Parecía que el sábado podía ser la oportunidad para acumular su segunda victoria en su historial -sí, solamente han ganado un partido como selección y fue un amistoso ante Liechtenstein 1-0- pero no fue. Por ahora su reto es no ser colistas del escalafón FIFA: ocupan el puesto 209 con 824 puntos y son penúltimos; ojo que no hay que distraerse porque Anguila respira cerca: es el último del ranking (posición 210) con 821.
Mientras tanto seguiré esperando con paciencia que el querible equipo vuelva a probar algún día, la delicia de sumar tres puntos en su propia tabla.
@udsnoexisten