El fallecimiento de Gabriel Ochoa Uribe, seguramente con Francisco Maturana el entrenador más importante nacido en estas tierras y que marcó toda una época futbolística a lo largo de su trasegar en los banquillos, nos dejó tristes a todos.
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Ochoa se cansó de ganar títulos. Con Millonarios el médico -un hombre criado dentro del estilo de entrenador en el que la disciplina férrea y el orden táctico supera cualquier cosa- sacó adelante al club en los campeonatos de 1959, 1961, 1962, 1963 y 1972, con Santa Fe en 1966 y con América -al que le profirió el status de grande- con aquella seguidilla interminable que comenzó con su consagración ante Unión Magdalena en 1979 y prosiguió en 1982, 1983, 1984, 1985, 1986 y 1990 con los rojos.
Hasta un tremendo ganador como él debió luchar contra la adversidad que genera una derrota y ahí también está la clave de la grandeza. Saber levantarse para caer y levantarse de nuevo. Con Colombia tuvo que vivir un momento amargo al no poderlo clasificar para el Mundial de 1986 -uno de sus grandes sueños fue estar dirigiendo un Mundial- con un añadido realmente absurdo: al mismo tiempo que trataba de dirimir, como seleccionador, la posibilidad de sacar un buen resultado ante Paraguay en el repechaje que daría un cupo hacia esa Copa Mundial, debía también pensar, como director técnico del América, la mejor manera de plantear el tercer partido de desempate que tendría que jugar ante Argentinos Juniors en el estadio Defensores del Chaco en Asunción para definir al campeón de la Copa Libertadores de América. Por esos años Gabriel Ochoa tenía esas dos militancias: la de DT de Colombia y DT del América.
Seguramente el pobre Ochoa quedó en medio de uno de los más grandes y durísimos retos: tenía que, en cuestión de una semana, apostar a esos dos objetivos; el de la clasificación a México y el de la obtención de la Libertadores. La apuesta doble resultaba en extremo peligrosa porque varios de los jugadores de los que dispondría para enfrentar el duelo ante los paraguayos, también iban a disputar un par de días antes la definición por el torneo de clubes más importante del continente. El mes de ese momento límite fue octubre y los días en los que debía jugarse el pellejo no dejaban tiempo para revertir errores: el encuentro ante Argentinos Juniors tendría lugar el 24 de octubre de 1985; el de disputar la ida en la repesca frente a Paraguay, el 27 de octubre de 1985. El resultado fue adverso en ambas ocasiones: Vidallé le atajó el penal clave a De Ávila y luego Videla venció a Falcioni y le quitó la posibilidad al América de llevarse el trofeo continental. Tres días después, y con el bajón que suponía haber tenido tan cerca la derrota tres días atrás, Colombia no pudo hacerle frente a Paraguay y cayó 3-0. La vuelta en Cali no le alcanzó al médico para cambiar las cosas: fue 2-1 a favor.
Vendrían también otras derrotas y otras victorias pero solo un hombre de su fortaleza y temple pudo aguantar esos tres días tan sinuosos y tan críticos.
@udsnoexisten