Mientras que todo el mundo ha estado pendiente de cosas que están en la periferia del retorno al fútbol, que los protocolos se cumplan, que haya seguridad en los estadios así no haya gente en las graderías -salvo la locura que ocurrió en el duelo Mallorca-Barcelona-, que no haya estrechos abrazos en las celebraciones o que el tapabocas que llevan los integrantes del banco de suplentes siempre esté sobre la nariz y sin dejar espacios libres en la quijada, nadie se ha preocupado mucho por la suerte de los arqueros en medio de esta detención obligatoria y que poco a poco se ha ido superando.
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Acá ya no es una cosa de mayor o menor talento para ocupar un lugar; es que los grandes arqueros inicialistas se comieron -como todos los profesionales- tres meses de detención. Lo que pasa es que para el portero el asunto de estar quieto, mirando hacia el techo o rebotando una pelota de tenis en la sala de su casa para ver si los reflejos que lo llevaron a primera división siguen estando intactos. O si la inactividad no los transformó de repente en arqueros modelo 1989, es decir, que solo usan las manos, que sacan la pelota de punta para arriba y a los que les cuesta un montón jugar con los pies. Porque seguramente la posición en el fútbol que más ha evolucionado en los últimos 30 años ha sido esa, la del arquero. No basta solamente con los guantes. También, desde hace tres décadas el juego les pide jugar, si se vale la redundancia.
Lo que pasa es que el portero, tan individual y tan solo en el juego y que con el tiempo se ha venido integrando muchísimo más a la fiesta, necesita más ritmo que cualquier futbolista. Los eternos suplentes del arco demostraron eso ayer y hoy: cuando regresaban al césped, se les notaba oxidados, sin tiempo y con extrañas imprecisiones que no eran dignas de su posición. Hoy todos, desde Ter Stegen hasta Cristian Vargas les ha tocado vivir esa especie de “suplencia obligatoria”, todo por cuenta de la pandemia y se ha notado.
Agustín Marchesín, del Porto, por ejemplo, salió a jugar un balón con los pies y se la entregó a un rival que pateó al arco desguarnecido, pero no fue pecado sólo del argentino: Luiz Maximiliano (Sporting Lisboa) y Douglas (Vitoria Guimaraes) se vieron implicados en el mismo escenario que Marchesín. En Alemania Jan Sommer, que supo defender la portería de la selección de Suiza en el pasado mundial y un hombre habituado a salir jugando a ras de suelo con la pelota, se incluyó en la escena de bloopers con el Borussia Monchengladbach cuando, por pasar un balón a un defensa de su equipo, cedió con la pierna derecha el balón a Zitzkee del Bayern Munich, dejando la misma escena de desolación que sus colegas citados acá en esta columna.
También el timing parece fallar: Fernando Pacheco, dueño de la portería en el Deportivo Alavés, salió a recortar un balón con sus manos ante Espanyol y, sin darse cuenta, se salió del perímetro habitual, de su radio de acción, es decir el área, y tomó una pelota con sus manos. Roja directa y su equipo con un hombre menos desde el minuto 15. O Iván Cuéllar (Leganés) que salió de las 16,50 para atrapar una pelota y no se comunicó de manera eficiente con Omeruo, su compañero de zaga que, pensando que Cuéllar estaba en su lugar, le pasó de regreso la pelota con la cabeza. El cortocircuito le dejó a Unal (Valladolid) la oportunidad de hacer el gol más fácil de su vida.
Mientras toman ritmo de nuevo, seguiremos viendo escenas de este tipo. Hasta Courtuois quiso caer en esa trampa y estuvo a punto de regalar un gol al Eibar con una mala cesión con los pies. Por fortuna sus manos se atravesaron para evitar lo que hubiera sido otro blooper más.