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Gaseosa mata tinto

Por Federico Arango, @Siempreconusted

El mejor termómetro para conocer por dónde van los afectos futboleros de un país son los niños.

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En Colombia hubo una época en que los infantes  en sus juegos se pedían a Willington, al “Pibe” y a Rincón. No sólo camisetas, sino también pelucas del diez samario invadían el mercado. Eran tiempos de dos canales, baja penetración de la tv por cable y cero internet. Días en los que un partido del torneo local o de un equipo criollo en la Libertadores generaba aglomeraciones frente a los televisores en calles y restaurantes.

Para entonces, al decidir qué equipo alojar en su corazón, la mayoría seguía a pies juntillas la tradición familiar.  El papá, el abuelo o el tío decidía por uno y se encargaba del ritual de iniciación que casi siempre era la primera ida al estadio.

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Y es que la mayoría de los de mi generación nos hicimos seguidores del equipo de la ciudad. Si acaso algunos preferían al más ganador, pero estos eran discriminados  y acusados de vagos, de  haber optado por la cómoda opción de hacerle fuerza al “que va ganando” y no señores, la gloria en el fútbol necesita de una cuota previa de dolor.

Eso hace veinte años.  Hoy, es otro el paisaje. La televisión por cable llega a 81.5% de los hogares de este país. Veintidós millones de  colombianos son usuarios de Internet.  Los niños  que van a los estadios locales por la tarde a ver los destellos de talento de Omar Pérez, Néider Morantes o Máyer Candelo ya llegan encandelillados por la magia de Messi, Ronaldo y Drogba que disfrutaron por la mañana.

De ahí que las nuevas generaciones anhelen una camiseta de Xavi Hernández, Di María o el mismo Falcao, mucho más que la de Óscar Rodas o Ignacio Ithurralde.  El fútbol es  hoy un producto que se compra y no una tradición que se hereda. 

Como buenos consumidores, los niños estudian ofertas y deciden qué equipo seguir. La primera ida al estadio fue reemplazada por la primera compra de camiseta, original, por supuesto.

Todo esto explica por qué  partidos como el de ayer tienen el don de paralizar el país a mediodía como antes lo hacía el ciclismo por las mañanas o un partido del América de Ochoa, el Nacional de Maturana o el Millonarios de García en una noche de Copa. 

En unos años, juguemos a la futurología, la Champions será la gran pasión nacional mientras que el torneo puede ser una competencia marginal. Sobre todo si sus dueños insisten tercamente en que sea un privilegio de pocos.
 

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