En medio del mundo hay una ciudad que se encuentra a dos mil ochocientos cincuenta metros sobre el nivel del mar. Una ciudad que se ubica en la parte oriental de la cordillera de los Andes, y que despliega la multiplicidad de sus colores enorgulleciéndose de ser el epicentro político, económico, artístico y cultural de Ecuador. Esa ciudad se llama Quito, y entre sus aproximados dos millones de habitantes se encuentra el músico, escritor e ilustrador Roger Ycaza.
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Roger Ycaza, que no es de Quito sino de Ambato, Ecuador, es uno de los ilustradores más importantes de la escena de la literatura infantil y juvenil en Hispanoamérica. Este título se reafirma constantemente al enfrentarse a la larga lista de libros infantiles (28) que han sido ilustrados por las habilidosas manos de Ycaza, que encuentran en la conjugación de las líneas y el color, un espacio para explorar los sueños que se esconden detrás de la ingeniosa mente de los niños (y adultos). Artista hasta la médula, además de ilustrador es también un músico empedernido que ha participado activamente en las producciones de las bandas Mamá Vudú (1998-2008), Mundos (2013), y recientemente en su proyecto Frailejones (2019).
De este gran artista es importante destacar su más reciente libro: Diez canciones infinitas, donde comprende una cosmología, si así se quisiera entender, de los sueños. Haciendo una lectura límite, mientras se establece en la delgada línea de la ambigüedad de los sueños como aquella representación del inconsciente cuando se está dormido, y como las metas que nos proponemos a largo plazo. Diez canciones infinitas expresan la esencialidad de la colectividad, que en palabras de Ycaza se ven representadas como la importancia de ir de la mano y remar hacia el mismo lado para lograr lo que queremos.
Este precioso libro, que vio la luz después de 10 años, en agosto de 2020, de la mano de Panamericana Editorial, demuestra el alcance histriónico de su autor e ilustrador, que considera que cada una de las canciones infinitas es tanto canción como poema: Cuando compongo canciones trato de darles un sentido poético, de cierta forma ambiguo, donde cada persona pueda darle un nuevo significado a mi creación, y de paso la haga suya. Pero esto no significa que me considere un poeta, es algo que solo se manifiesta de esa manera en la forma en que trabajo, ya sea desde la imagen, la música o la palabra. Tan infinita como su imaginación es la concepción de que la literatura infantil no debe ser algo que se toma a la ligera, sino que, por el contrario, representa un lugar en el que autores y lectores se reencuentran en la fascinación de lo inagotable, que en el caso de Ycaza, persiste con las ideas que mantienen la llama de su niño interior; donde además de expresar la inocencia, muestra también la infinita curiosidad e jococidad que caracteriza a los seres humanos en sus primeros años.
La nostalgia y la convicción de que la literatura ilustrada no debe ser considerada como algo dirigido primordialmente hacia el público infantil se ve reflejada en Ycaza con la lucidez que tiene al diferenciar el dibujo y la ilustración; donde es claro que el ilustrador debe saber contar desde la imagen, además debe ser un buen lector, y no necesariamente debe ser un buen dibujante, pero si un buen narrador de historias.
A pesar de no considerarse poeta, el multipremiado y distinguido autor ecuatoriano, a sus cuarenta y cuatro años, sigue manteniendo tan intensa su vocación por la ilustración como al principio de su ardua carrera. Con un curso en la página web Domestika, el autor e ilustrador de Diez canciones infinitas, asegura mantenerse fiel a su esencia creadora, lo cual es fácil de afirmar teniendo en cuenta que su libro está, además de inspirado, dedicado a su familia. Cada poema-canción de esta obra es una oportunidad para regresar a la raíz de los sueños, y muy a pesar de que los autores suelen ser fieles a todas sus creaciones, Ycaza encuentra cierta cercanía con las canciones de Clara y de Elías, en las que la infancia y la naturaleza se encuentran en un conglomerado de colores brillantes: donde los ojos se deleitan distinguiendo a los animales con sus expresiones sonrientes, muy relacionadas con el sello del ilustrador, mientras se desplazan a lo largo de la página, creando una pintura que a cualquiera le gustaría ver enmarcada en su sala, sin que se genere favoritismo entre sus personajes. Sus lectores en definitiva, podrán encontrar en este libro la belleza de la poesía que se expresa hasta en las delgadas líneas de los trazos coloridos.
Abril 2021