Opinión

Sobre la protesta

“Ni los campesinos, ni los indígenas, ni los jóvenes, ni los maestros, ni los migrantes en las calles y carreteras colombianas son causantes de la situación que produce la disconformidad”: : Julio Andrés Arévalo

La protesta es la expresión impetuosa de una situación ante la que se tienen quejas o disconformidad. La historia de los movimientos sociales muestra que se manifiesta a través de cartas, marchas, huelgas boicots, escraches, cacerolazos o piquetes, entre otras. Esas manifestaciones son necesarias para que la protesta sea conocida por la opinión pública, pues el fin último de cada protesta es cambiar las condiciones que las originan.

Desde ahí, 3 consideraciones:

La primera, es entender que ni los campesinos, ni los indígenas, ni los jóvenes, ni los maestros, ni los migrantes en las calles y carreteras colombianas son causantes de la situación que produce la disconformidad. Colombia tiene pendiente una revuelta general desde 1890. Se han presentado escaramuzas, pero han obedecido más a la manipulación caudillista que a la manifestación de las injusticias de base. Si hubiese algún culpable de la situación, habría que señalar a quienes se han encargado de desangrar los recursos del país, sistemáticamente, durante décadas; sumiendo en la miseria a millones de personas que deben ver a sus hijos morir de hambre, mientras ellos y sus familias viven en la más vergonzosa opulencia.

La segunda es que el paro nacional en el que se encuentra sumida Colombia, no tiene ningún nexo causal con la pandemia o del confinamiento; las causas de la protesta son diferentes. Es más, la memoria histórica de corto plazo, indica que desde 2019, Colombia experimentaba los gérmenes de esta situación. El confinamiento suspendió una serie de actividades, cuya intensidad ya iba en aumento. Lo que debería llamar la atención es que un país que había sido más o menos juicioso para encerrarse por miedo al contagio, se vuelca a las calles porque no soporta más las injusticias sociales, que el gobierno ininterrumpida y sistemáticamente, no hace más que agravar. Se protesta con miedo, pero entendiendo como necesario cambiar el estado de las cosas. Como dijo el gobernador Misak, Luis Enrique Yalanda, el primer día del paro: “esto se ha pensado bien; (…) este paro apenas comienza.”

La tercera, es que las manifestaciones del paro, si bien han sido extremadamente violentas, no surgen en el vacío; son la respuesta a la violencia social, económica y cultural que los diferentes grupos sociales han sufrido en el seno del pueblo colombiano. Esas violencias han sido acendradas y la opresión no ha tenido miramiento alguno. Pedirle hoy, a los manifestantes, al pueblo oprimido que se calme, no constituye en ninguna manera un llamado serio a la paz, sino una estrategia de apaciguamiento. Las pretensiones de regular la protesta, en sí mismas son absurdas. Nadie sabe cómo va a terminar una pelea. No se puede pedir a los manifestantes mesura y actitud de diálogo, cuando se ordena a la fuerza pública patearlos y dispararles.

La paz estable y duradera, ese derecho y deber del artículo 22 de la Constitución Política sólo se construye desde la Justicia Social. Esta es una coyuntura inmejorable para trabajar en su “obligatorio cumplimiento” en todos los frentes.

Los muertos, los heridos, los saqueos que ocurren hoy como fruto de la situación de violencia económica a la que ha sido sometida la mayoría del pueblo colombiano, no son los primeros de nuestra historia nacional, pero esperamos que sean los últimos.

Por: Julio Andrés Arévalo / Docente

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