Opinión

Ya no alcanza ni para la ropa

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Al final pasó lo que se sabía que iba a pasar: cuando incluyeron el cobro del aseo en el recibo de la luz en teoría iba a bajar el del acueducto, pero ahora la luz está más cara y el del agua llega por lo mismo que llegaba antes. Qué idiotas fuimos al ilusionarnos, si desde que anunciaron la medida, por allá a mediados de 2019, estaba claro que nos iban a enhebrar.  

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En ese momento leí cuanta noticia encontré al respecto a ver de qué iba el asunto, y la verdad es que no entendí nada, lo que me hizo concluir una cosa: querían más plata. Cuando no se entiende una decisión, una medida, incluso una alianza, la respuesta más lógica es la económica. Detrás de muchas reglas absurdas sin pies ni cabeza está casi siempre el deseo de hacer más dinero.  

Como la cosa olía mal, las primeras facturas las recibí con calculadora en mano: sumas y divisiones, comparación de recibos viejos con los nuevos para promediar, a ver si al final de mes tocaba pagar más para estar al día. Y lo cierto es que, monedas más o menos, la suma del nuevo costo mensual de la luz, más el del bimestral del agua, era similar al del viejo formato. Un poco más alto, sí, pero nada de qué preocuparse: mientras que el de la electricidad había subido drásticamente, se veía un descenso en el del acueducto.     

Sin embargo, todo empezó a cambiar el año pasado, justo cuando se metió la pandemia: la luz siguió llegando cara y el del agua empezó a subir también, al punto de llegar a niveles del pasado, cuando venía con más cobros incluidos. Conclusión: ahora no solo pagamos lo mismo de agua que antes sino, sin ánimo de sonar religioso, también una luz que está por los cielos. 

Dicen que los cobros han aumentado porque, debido a la cuarentena, la gente está ahora más en la casa que antes, pero a mí no me engañan: desde 2013 trabajo desde mi apartamento, así que ni la rutina se me ha alterado ni mis consumos han aumentado. Al revés, en un ejercicio consciente, empecé a consumir menos de los dos servicios durante un par de meses, a ver si los cobros disminuían; pero qué va, no solo no se mantuvieron igual, sino que subieron.  

Me gustaría decir que estoy sorprendido, pero no hay tal cosa. Indignado sí, pero sorprendido, ni cerca, si cada vez buscan nuevas maneras de exprimirnos. Solo en Bogotá, durante los dos últimos años se han presentado casi ciento cuarenta mil reclamos por abusos en los cobros de los servicios de luz, agua, gas y aseo. Y esos son apenas los que están registrados, los que fueron tan grandes que eran imposibles de disimular en el recibo; en la estadística no están aquellos que tuvieron leves variaciones (muchas veces a favor del proveedor del servicio, claro) por errores “involuntarios” o por “fallas en el sistema”. 

Cada vez nos quitan más (ahora se viene una nueva reforma tributaria), solo que lo hacen gradualmente, no tanto para que no lo notemos, sino para que no nos rebelemos. Si nos mocharan de un tirón todo lo que nos han ido cobrando de más durante décadas, las calles no estarían llenas de transeúntes, sino de manifestantes. En estos tiempos de recesión, donde los negocios quiebran y la gente no tiene con qué pagar el arriendo, los cobros en general han aumentado casi sin control. Al respecto ya se quejó Arturo Calle, uno de los empresarios más prósperos del país, que protestó por las cifras absurdas que se tiene que pagar de predial. “Nadie quiere comprar porque no tiene a quién alquilar, y nadie quiere montar un negocio porque se están acabando”, dijo al respecto. Y si eso lo afirma alguien que viste a media Colombia, ¿qué le queda a uno, que la mitad de la ropa que usó durante el crecimiento la heredó de los primos mayores? 

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