He visto una docena de veces El día de la marmota, de Harold Ramis, protagonizada por Bill Murray, uno de mis actores favoritos. La he visto porque estoy obsesionado con el tiempo, esa dimensión de la que estamos hechos los seres humanos y el resto del universo, porque es la mejor comedia romántica de ciencia ficción, y porque muestra cómo es quedar atrapado en un bucle temporal.
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La idea original está presente en los cuentos “Navidad todos los días” (1892), de William Dean Howells, en el que el don fantástico de la repetición del tiempo es otorgado por un hada; “El regalo de cumpleaños del príncipe” (1927), de Anthony Armstrong, en el que el recurso aparece al final del cuento, cuando el hada, en venganza, le concede al príncipe el deseo de que se le repita, para siempre y con todos los detalles, su exitosa última media hora; “Doblado y redoblado” (1941), de Malcolm Jameson, en el que Jimmy Childers revive, una y otra vez, el memorable 14 de junio; “Träumerei” (1955), de Charles Beaumont, que es una tortura metafísica; y “12:01 PM” (1972), de Richard A. Lupoff: cuando el reloj de la Grand Central marca esa hora precisa, Castleman sabe que la fecha en los periódicos que se anuncian en la esquina de Lexington y la 46 siempre será la misma.
“Doblado y redoblado” no es el primer relato que crea un bucle temporal, pero sí es el primero que lo narra con lógica. Jimmy trabaja en una oficina y es escritor aficionado. Ese día le acaban de enviar su primer cheque por un relato publicado y, además, su jefe le anuncia un ascenso. Va al banco a cambiar el dinero cuando unos asaltantes entran para atracarlo. En un acto de valentía Jimmy se les enfrenta y se convierte en héroe. En la noche tiene cita con Géneviève para proponerle matrimonio: “¡Qué día! ¿Le habían pasado tantas cosas a un hombre, antes, en tan poco tiempo?”. Se acuesta a dormir a la espera de disfrutar de sus conquistas. A la mañana siguiente, suena el despertador. “Revivió tantas veces los eventos del 14 de junio, eventos que una vez lo impresionaron como grandes triunfos, que hizo una mueca de desagrado”. Así que Jimmy decide acudir a psiquiatras y brujos. El doctor Charlatán le revelará el secreto de la repetición de aquel día.
Todo puede convertirse en una pesadilla. Lo había leído en Kafka: El castillo, una “novela en la que nada termina y todo recomienza”, narra la vida monótona del agrimensor Joseph K. Pero a Joseph K. no se le repetirá el mismo día: todos le parecerán iguales. “El castillo es una ética de la sumisión a lo cotidiano”, precisó Albert Camus.
Armstrong, Jameson, Beaumont y Lupoff crean la ilusión de que los protagonistas son conscientes de la repetición del tiempo, del misterio de las horas, de su hechizo, mientras que los otros personajes viven en el engaño y la mentira. Esta verdad metafísica o revelación filosófica les genera cambios existenciales: como están atrapados en el bucle saben que no envejecerán ni morirán; tendrán más y mejor información sobre el mundo, sobre las personas que los rodean y sobre sí mismos. Serán conscientes del futuro, se volverán sabios en el amor, generosos con el conocimiento y vivirán felices de la vida, como Phil Connors, el amargado meteorólogo de El día de la marmota, que aprende a amar, a citar a los poetas franceses, a esculpir figuras en hielo, a escuchar a los amigos, a tocar el piano, a ser una buena persona y, sobre todo, a escapar de la rutina. En otras palabras, a huir de la mediocridad de los días.