En el barrio Getsemaní de Cartagena, entre las calles De la Sierpe y De la Media Luna, el genio de don Daniel Lemaitre desarrolló en 1927 un portento alquímico llamado Menticol. Denominamos así a una familia de lociones mentoladas a base de alcohol, tinturadas y de tonos tornasolados disponibles en diversas presentaciones. Úsanse primordialmente como tópico en casos de rasquiña y acaloramiento.
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El Menticol cura todo. Refresca y aviva los ánimos. Una dosis adecuada sobre la piel transforma el infierno en iglú, democratiza la frescura, alivia los malestares resultantes del embate de insectos hematófagos, disipa migrañas, despierta y reduce el estrés. Su majestad el Menticol es ideal para actividades tan diversas como desinfectar superficies, tratar molestias respiratorias e insolaciones o perfumar a los menesterosos sin recursos para adquirir lavandas de abolengo.
Semejante servicio a la humanidad ameritaría un sitial dentro de los bienes culturales a preservar y una plaza perpetua en la historia de la farmacéutica. El Menticol constituye un emblema de igualitarismo, es una prueba viva del ingenio nacional y reúne en un recipiente aquellos nexos indisolubles entre el Caribe y los Andes. Cual si eso no bastara, Amadeo, el oso de Menticol, el de cerveza Polar y el de Coca-Cola en diciembre, estas dos últimas unas identidades que ignoramos, encarnan la colombo-venezolano-norteamericanidad.
Si bien la sola supervivencia del producto parecería hoy motivo de conformismo, lo cierto es que el Menticol suele ser subvalorado. En casi cien años es poco lo que ha sucedido con éste aparte de aquel momento en que los envases mutaron a plástico, del lanzamiento de la línea con ‘repelente incorporado’ o de la implementación del atomizador para facilitar la aspersión del elíxir. Pese a los esfuerzos en manos de los actuales propietarios de la marca, aún hacen falta iniciativas. Deberíamos honrar semejante legado y lanzar un licor de Menticol. También un refresco carbonatado, un energizante, un enjuague bucal, una loción aftershave y quizás una goma de mascar, un dentífrico o unos caramelos marca ‘Menticools’.
Queda, pues, instituida mediante este oficio la Sociedad Protectora del Menticol. Nuestras premisas: 1. Incorporación del Menticol a la canasta familiar; 2. Subsidio de Menticol extra para periodos vacacionales; 3. Mínimo vital de Menticol garantizado a la ciudadanía; 4. Parque temático y del Menticol con piscina monumental de Menticol en veraneadero cundinamarqués, caribeño o tolimense; 5. Financiación de experimentos con Menticol como agente que, rociado en la atmósfera, podría reducir los índices de calentamiento global; 6. Propagación de un nuevo modelo económico fundamentado en la producción del Menticol y sus derivados y elevamiento de éste a la categoría de pócima quintaesencial de la higiene, la salud, el bienestar y de la refrigeración de bajo impacto ambiental; 7. Levantamiento de fuentes de Menticol en las plazas centrales de cada uno de los muchos municipios-balnearios que abundan en el país para que los acalorados aligeren sus fatigas. 9. Modificación del nombre del abominable domingo por el del benefactor ‘menticolio’; 10. Instauración del día internacional de la ‘menticolidad’ (festividad cívica).
Justo ahora, bajo el sol de Cali, contemplo la estampa surrealista del habitante de las nieves polares aprisionado en la etiqueta de Menticol, abanicándose frente a mí. Tomo, con devoción, el plástico anillado y transparente que lo alberga, dejo que unas gotas atomizadas del líquido azulado me bañen y vuelvo a sonreír. ¡Menticol y ya está! ¡Hasta el otro martes!