Opinión

A los rebuscadores

Casi toda profesión ejercida con mística y ética es honrosa. Incluso las más subvaloradas. Entre éstas hay una digna de singular consideración. Se trata del colombianamente denominado ‘rebusque’, que aunque suele ser cuestión de autodidactas o de creativos y no demanda pergaminos académicos, merecería un sitial en el podio de las sacrificadas. Rebuscadores “es lo que hay” por aquí. El DANE lo sabrá mejor, pero no cuesta suponer mediante observación simple que en Colombia “los rebuscadores somos más”.

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Por ‘rebusque’ estas líneas aluden a aquella modalidad independiente de trabajo ejercida sin salario fijo o por contrataciones o encargos esporádicos y en consecuencia supeditada a las capacidades propias de gestión, producción, mercadeo y facturación del involucrado. Rebuscador es el señor embolador. Rebuscadora es la diseñadora gráfica senior que trabaja desde su casa. Rebuscadores son la profesora y el jardinero que laboran según demanda. Rebuscador es el músico de estudio y la actriz sin sueldo. Rebuscadora es la veterinaria a domicilio. Rebuscadores somos, en suma —o “en resta”, mejor— quienes por convicción o por designios de la suerte no estamos empleados.

El rebusque ameritaría, con faros como Nerón Navarrete o el maestro Chinche de íconos, ser elevado junto al café y el ciclismo a patrimonio bandera del pueblo colombiano. Su aporte a la economía debería infundir respeto antes que la lástima o la indiferencia con que los cobijamos. Por demás, el rebuscador principiante se lanza a la aventura, convencido de que nunca más tendrá un jefe. El problema es que a cambio contará con un montón de interlocutores a quienes aludirá como clientes, pero que fungirán de patrones. Y eso es sólo el inicio de un extenso periplo.

Sean cuales fueren las circunstancias que te hayan situado —oh hermano en el rebusque— en esta posición, y sin importar cómo te trate el Dios de la fortuna, todos los rebuscadores o ‘freelanceros’, como acostumbramos llamarnos eufemísticamente para que suene a siglo XXI, arrastramos por igual las cargas extras de autopromoción, seguridad social, cartera, distribución, gastos administrativos y de representación, impuestos y otros fardos. Dicho en términos más elementales, aquel que decida ‘rebuscársela’ sin convertirse en paria para el sistema deberá por obligación transitar el suelo pantanoso de la informalidad, con lo que esta conlleva: cobrar, someterse a descuentos de ley e impuestos desproporcionados, resignarse a pagos a uno, dos o tres meses, aprender a administrar las temporadas prósperas y las de escasez y, sobre todo, aguantarse el odiosísimo “su cuenta no ha bajado” y el ignominioso “llame por ahí en quince días” vía telefónica. Esto sin que aún exista una regulación que frene este repertorio de torturas digno del medioevo o, por modernos, del Tercer Reich.

Si tú, hermano rebuscador, has saboreado las amargas mieles aquí compendiadas, bien sabrás que el aparato estatal suele ignorarnos, no sabemos si de manera sistemática o por un inercia que deriva en negligencias. Yo pienso que por lo primero. Como sea, la burocracia parece hallar deleite en ensañarse contra nuestro gremio, que de gremial tiene poco, en tanto si fuéramos ‘gremiales’ y el colegaje y la solidaridad existieran, hace mucho nos hubiéramos unido para poner freno a semejantes azotes. Por estos días, y sin mencionar lo obvio, supongo que las filas de rebuscadores van in crescendo. Quizás al ser hoy “una mayoría aún mayor” haya cómo hacernos oír. Hasta el otro martes.

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