Era un partido de esos que carecen de la luz de otros, pero el árbitro fue tan malo, dicen los agredidos por las leyes, que adquirió relevancia: estaban disputándose el ascenso a la primera B nacional en Argentina dos equipos, el Alvarado de Mar del Plata y San Jorge de Tucumán. La ida había quedado 0-0 y los tucumanos iban a pelearla con todo de visitantes hasta que en su camino se atravesó Adrián Franklin.
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Franklin tiene 35 años y es salvavidas, además de ponerse el traje negro y guardar en el bolsillo de la solapa sus tarjetas, las que usó con gran asiduidad durante los primeros 45 minutos de un encuentro por el que se disputaba algo realmente importante. Los de Tucumán vieron cómo el juez les expulsó en el primer tiempo a dos futbolistas y amonestó a cinco más. Alvarado se fue arriba 1-0 ante semejantes ventajas concedidas por el réferi y seguramente iba a pasar de largo pero, resignados y molestos, los rivales salieron en inferioridad numérica para ‘jugar’ el segundo tiempo. De pronto, como ocurre en el video de la canción Just de Radiohead, los futbolistas de San Jorge empezaron a irse al suelo y a quedarse sentados. No se levantaron más. Fue su manera de protestar por lo que consideraban era un atropello generado por un árbitro de mala calidad, que además contaba con antecedentes de actuaciones extrañas.
Igual lo pusieron a dirigir un partido que definía todo y el que terminó definiendo todo fue él, Franklin. Alvarado, equipo cercano a Facundo Moyano –uno de esos dirigentes que le dio muchas herramientas a Chiqui Tapia para hacerse poderoso en la AFA– ganó su ascenso y los futbolistas de San Jorge siguieron derrumbados en el césped, recordando de alguna forma un suceso similar de 1963 cuando San Lorenzo, perjudicado por un arbitraje nefasto en su contra, se propuso no jugar ante Independiente. Estaban en la cancha pero eran estatuas mientras que los rojos de Avellaneda los aplastaban: el encuentro terminó 9-1, con Independiente dando la vuelta olímpica, pero ensuciada por el escándalo y claro, el protagonista fue el árbitro Manuel Velarde, culpable evidente de lo ocurrido en el campo.
Los defensores del VAR dirán que con esta herramienta algo diferente habría ocurrido y suena difícil pensar en escenarios que ya no van a ser posibles. Porque el domingo, por ejemplo, en medio del duelo Colombia-Paraguay, el juez peruano Carrillo anuló el gol de Luis Díaz por una mano que aún no pude ver. Y fue al VAR a consultarlo para ratificarse. Pero juro que he visto la maniobra cien veces y aún no veo que Díaz la toque con la mano. O cuando el colombiano Andrés Rojas le negó un penalazo a Japón, teniendo VAR, que pudo haber transformado el escenario del duelo contra Uruguay.
La cuestión no es de VAR –que al final es un negocio más y listo, que no garantiza justicia, sino paquidermia y torpeza–. La cuestión es tratar de formar árbitros competentes y que puedan vivir con su profesión. La Fifa le invirtió a la maquinaria, no al humano, y está desterrando a los jueces que hoy son apenas una estatua en el campo esperando a que el ‘gran hermano’ los saque de líos. Todo mal.
Leyendo y buscando sobre Adrián Franklin, el árbitro del dichoso juego Alvarado-San Jorge, encontré un artículo en el que apareció otro afectado por el juez. Fue Víctor Zwenger, técnico de Cipoletti, a quien le pitaron un penal dudoso en contra en un juego contra Deportivo Madryn. Dijo Zwenger: “Acá los árbitros te roban por una puta o por un avistaje de ballenas”.