Opinión

Choque de trenes desde la teoría de la división de poderes

“El choque de trenes no se produce cuando dos de los tres poderes opinan de manera contraria sobre algún asunto. Chocan los trenes cuando dos poderes, que deben mirar el país desde perspectivas diferentes, se muestran de acuerdo muy frecuentemente”: Julio Arévalo

Los que somos mayorcitos vivimos en algunas condiciones que las actuales generaciones no comprenden. Un mundo que al narrarlo resulta surrealista, cuando no fantástico. En ese mundo, por ejemplo, se podía fumar donde a uno le diera la gana, estuviera quien estuviera. Hasta en el transporte público. Y nadie decía nada.

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En ese mundo, también las personas se conocían y se sabían los nombres, unas de otras; sabían incluso más cosas, pues en ese entonces la gente era capaz de aprenderse muchas cosas de memoria. Muchas. Como la calculadora electrónica se inventó apenas en 1961, antes la gente hacía cuentas en la mente, con los dedos o sobre una hoja de papel; entendían el procedimiento y podían operar con los números hasta conseguir el resultado. La gente iba a las bibliotecas y a las librerías, conseguía libros y los leía. Después, hablaba o escribía sobre esos libros. Y parecía importante. Esa generación vio cómo aparecían artefactos, productos del ingenio humano, conocidos genéricamente como tecnología, a los que primero se veía con desconfianza, luego con recelo, indefectiblemente alguien afirmaba que se trataba de una moda pasajera, se los veía alcanzar un espacio en la vivienda y quedarse ahí, hasta que aparecía el nuevo modelo.

Esas personas se establecieron en un mundo en el que había ciertas seguridades: había algo denominado familia con roles definidos, el trabajo de las personas debía darles para subsistir, la escuela era el lugar al que se iba a aprender porque ahí había quién supiera algo qué enseñar. El Estado era una ficción que sobreviviría en la medida en que los ciudadanos del mismo vivan en las mejores condiciones materiales posibles. La lucha liberal por la riqueza estaba regulada por los tres poderes del Estado: legislativo, ejecutivo y judicial. El legislativo son los caudillos, esos tribunos que viven de los demás; que inventan toda ley que se les ocurre para amedrentar al pobre, que vota por ellos masivamente en cada elección. El ejecutivo es la combinación de burocracia y mafia: hay unas instituciones públicas que son las que ejecutan las normas que traducen la voluntad general, pero lo hacen de la peor manera posible; es más, tratan de no hacerlo. Pero esos funcionarios tienen de sí mismos una visión extraordinaria, en la que el puesto de trabajo es recibido por cada uno, como una especie de misión específica, que sólo esa persona puede realizar y sin la cual, el resto de la comunidad humana se desmorona. Para llegar allí, el mérito, la prebenda o el azar. Todos valen.

Ese grupo de adultos contemporáneos vio que la tercera rama del poder público, la Justicia, vivía un dualismo muy complicado: por un lado, en los sectores más públicos de la impartición de Justicia, los juzgados, las comisarías, las estaciones de policía, las notarías, las cárceles, entre otras, el ciudadano de ese entonces debía enfrentarse a la corrupción más compleja. Entre la burocracia y el espíritu mafioso, se producía una concepción de la administración de Justicia, que hacía fácil entender su venta al mejor postor. Así hasta los tribunales, donde ya empezaba a verse otro tipo de operadores judiciales: los magistrados, los miembros de las Altas Cortes eran personas diferentes a todos los demás. Realmente se podía confiar en su sabiduría y sus estilos de vida, probos y honestos lo corroboraban.

El choque de trenes era una noticia en la que una de las cuatro cortes estaba tras la pista de alguien en los poderes legislativo o ejecutivo; como en el proceso 8.000 o cuando se buscaban nexos entre los políticos locales y los narcotraficantes.

En algún momento eso se rompió y a las Cortes llegó personal tan corruptible como los otros. Cargos como la Fiscalía General de la Nación, la Contraloría de la República o la Procuraduría General, dejaron de ser vistos como altísimas dignidades, para ser entendidos como parte de ardides políticos, en los que era necesario ubicar fichas estratégicas, para controlar a los opositores políticos, sin tener en cuenta ni la naturaleza del cargo, ni la naturaleza del funcionario. Por eso el país debe presenciar cómo un Fiscal General sale por la puerta de atrás, huyendo casi automáticamente del país, para evitar la Justicia, que pretendía representar.

Montesquieu (La Brède, Burdeos, 1689 – París, 1755) fue el filósofo francés, de ascendencia noble, que estableció la división de poderes como principio para que el Estado tuviera una vida sana. Hay unas advertencias sobre lo que implicaría no observar la división de poderes:

“Cuando los poderes legislativo y ejecutivo se hallan reunidos en una misma persona o corporación, entonces no hay libertad, porque es de temer que el monarca o el senado hagan leyes tiránicas para ejecutarlas del mismo modo.”

¿No es eso lo que pasa cuando se afirma que el Presidente tiene una bancada en el Congreso?

“Así sucede también cuando el poder judicial no está separado del poder legislativo y del ejecutivo.”

El choque de trenes no se produce cuando dos de los tres poderes opinan de manera contraria sobre algún asunto. Chocan los trenes cuando dos poderes, que deben mirar el país desde perspectivas diferentes, se muestran de acuerdo muy frecuentemente.

“Estando unido al primero, el imperio sobre la vida y la libertad de los ciudadanos sería arbitrario, por ser uno mismo el juez y el legislador”. ¿Qué tan malo puede ser que quien redacta las leyes, sea injusto con el pobre, la viuda, el joven o el enfermo y que quién puede revertir esa situación calle o asiente?

“y, estando unido al segundo, sería tiránico, por cuanto gozaría el juez de la fuerza misma que un agresor”. ¿Qué tanto puede sufrir un pueblo para quien la fuerza y la justicia, siempre están en su contra?

“En el Estado en que un hombre solo, o una sola corporación de próceres, o de nobles, o del pueblo administrase los tres poderes, y tuviese la facultad de hacer las leyes, de ejecutar las resoluciones públicas y de juzgar los crímenes y contiendas de los particulares, todo se perdería enteramente.”

Pues la esencia misma de la democracia liberal contemporánea, se vería amenazada.

Curiosamente, el pueblo siempre resulta afectado negativamente. Si no, es bueno repasar los casos.

Por: Julio Arévalo / Docente

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