Es ya una maestría en pifias. O eso es lo que se ve que ocurre a cada rato con la Dimayor, o mejor dicho, con las decisiones de su presidente. La primera vez que oí ese gran término, ‘dimayorada’ fue al hoy director de Publimetro, Alejandro Pino, hace muchos años, cuando trabajábamos juntos y explicaba de manera sencilla la torpeza en la toma de decisiones del ente que está al mando de los destinos del fútbol profesional en Colombia.
PUBLICIDAD
Este año, el fútbol colombiano se la ha pasado en esas: de ‘dimayorada’ en ‘dimayorada’, con la anuencia de sus afiliados, quienes al final son los que aprueban y votan por los métodos a utilizar en los campeonatos que se disputarán a lo largo de la temporada. De arranque y sin anestesia hubo acuerdo en pensar que la jartísima fórmula de cuadrangulares debía volver a estar sobre el escenario. No importaba que los antecedentes demostraran que las llaves de eliminación directa –manera como se resolvieron torneos anteriores– fueran más atractivas y garantizaran asistencias masivas en las tribunas. No. Acá, en un cálculo matemático increíble, suponía la Dimayor que lo mejor era atiborrar de partidos el calendario para así –según esas ideas oligofrénicas– se generara una mayor cantidad de transmisiones de juegos, mayor venta de publicidad e incremento en las asistencias a los estadios. Pensamiento del que solamente le interesa sacarle billete a las cosas.
Los resultados fueron concluyentes: estadios semivacíos, con asistencias discretas –incluso para aquellos equipos que como Millonarios que estaban peleando la oportunidad de entrar a la final– y bodrios futbolísticos como apertura del menú. Y ante semejante gula, ante esa necesidad de llenar la parrilla de partidos insulsos, nunca se pensó en el espectáculo ni en los beneficios que algunas instituciones debían aprovechar si es que jugaban torneos internacionales. La Copa Sudamericana quedó encerrada en medio de la disputa de las finales y todo por ineptitud dirigencial y falta de previsión. Cali y Nacional habrán lamentado de verdad este desenlace para ellos en esa competición internacional porque, además de ser eliminados contundentemente por Peñarol y Fluminense, perdieron el rumbo también del campeonato local y quedaron eliminados. Sin el pan y sin el queso por cuenta de esos delirios organizativos de los que también fueron víctimas Millonarios, América y el mismo Cali al ver que varios futbolistas de vital importancia en su engranaje tendrían que irse rumbo a la Copa América para prepararse.
Ante semejantes dislates, ahora el último fue el de Pasto y el perjuicio del que va a ser víctima más allá de que gane o no el campeonato. Al estar siendo refaccionada su sede natural, el estadio Libertad, les tocó irse a Ipiales, donde se aprobó que jugara de local, más allá de que su sede no contaba con aforo gigantesco ni luz artificial. ¿Qué iba a pasar de raro con el Pasto si estaba en Ipiales? Esa desconfianza sobre sus propios afiliados terminó siendo una bofetada en la cara para la Dimayor, porque ese inofensivo Deportivo Pasto clasificó a la final con sobrados méritos y haciendo de su nuevo lugar de competencia un verdadero fortín. Pasto entonces, por cuenta de la Dimayor, obligó a que Millonarios tuviera que jugar a las 3:30 p.m. de un día hábil de oficina, porque si así había sido todo el campeonato, ¿por qué tendría que buscarse una nueva sede?
El sábado, unas horas antes de la final, la Dimayor decidió que no, que un momentico… que Pasto tenía que cambiar de sede para el juego definitivo frente a Junior. Ya no podía estar en la antes aprobada Ipiales. ¿Por qué?, pues porque es la Dimayor y punto.
Imposible encontrar más desaciertos. Imposible equivocarse más. Imposible ser más errático y torpe. Pero para la Dimayor no hay imposibles en eso de seguir superando sus propios récords. Uno sabe que algo peor siempre estará por venir.