Opinión

Lamborghini y PSG

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Llega el fin de mes y los gastos se reducen. No por tacañería; sí por escasez. Las deudas, los compromisos, las obligaciones ayudan a que el saldo tenga menos ceros desde el día 1 que se recibe el sueldo. La mayoría del mundo que no vive de herencias tendrá que lidiar con esta circunstancia de la vida: trabajar a destajo para conseguirse el pan e intentar cuidar el bolsillo porque no sobra nada, de hecho a veces termina haciendo falta.

Había diferencias antes también. Me refiero a los presupuestos del fútbol y claro, Real Madrid siempre tuvo más dinero que, por ejemplo el Betis, o el Osasuna, para llevar gente a sus filas. Pero no siempre eran inversiones histéricas como las de estos tiempos en general: se hacía a buenos fichajes dentro de su propio entorno y llamaba un par de extranjeros lúcidos y con eso hacía su armazón. Armazón con el que se defendía perfecto en casa y con el que tenía más seguridad de conseguir títulos que de perderlos, aunque con la conciencia de que las derrotas también podían caber. No eran tan marcadas las diferencias de presupuesto y había un riesgo de caer, cosa que también se contemplaba. Y al Real le tocó soportar perder dos ligas en el último partido del torneo, en ambas oportunidades por no poder vencer al Tenerife, equipo modestísimo pero que se hizo su propio nombre en España por contar con una identidad de juego capaz de poner en jaque a los grandes. Eso pasaba antes. Hoy no es tan común: la Ley Bosman, los capitales gigantescos, desmesurados, desequilibraron la balanza. Si Hugo Sánchez hubiera estado en el fútbol de hoy no tendría nada de raro que fuera un suplente de lujo. Pero no porque no tuviera condiciones, sino porque los clubes que vomitan billetes no se conforman como antaño, con dos nombres importantes; su plantilla debe tener 25 tipos importantes.

El PSG por ejemplo: un equipo corriente venido a más por su dinero y que vive en una ciudad a la que siempre le hizo falta un verdadero gran club. Se dedicó a desarmar a sus adversarios de liga con plata en mano. Y como a todos les cuesta alcanzar el fin de mes terminaron vendiendo (caso Mónaco y Mbappé). Se trajeron un mocoso brasileño desde Barcelona para dar un golpe y armar en torno a su figura un proyecto futbolístico. Llevaron a los entrenadores revelación de España (Unai Emery) y Alemania (Thomas Tuchel), reforzaron sus líneas cada vez que pudieron, su plantel está avaluado en 928 millones de euros de acuerdo a Transfermarket y su objetivo es ganar todo a punta de billete. En su país la liga se convirtió en una monigotada que vencen con gran holgura, pero donde es lindo ver cuando se comen papelones como la goleada en contra del Lille (5-1) o las caídas que aunque no les iban a quitar un título ya definido sí ensuciarían su récord.

Genera antipatía esa metalizada mística que han impuesto PSG y Manchester City en el fútbol. La misma antipatía que genera aquel que se jacta de sus propiedades y lujos frente a los demás. Y uno, que en la vida es como un Rennes, a veces se da el gusto de abofetear a ese que se siente superior a punta de cuenta bancaria. La victoria del Rennes reivindica mucho ese poder que tiene el fútbol de equiparar las cosas y de, en ocasiones, poner a los soberbios en su lugar.

El Rennes me hizo pensar en esa situación que hemos vivido todos en una carretera: un cretino en Lamborghini nos adelanta irresponsablemente en la vía. Él cree que domina la vía y el mundo. A los pocos kilómetros uno observa que el Lamborghini está en la berma con dos llantas pinchadas porque el imprudente chofer andeneó el carro en una maniobra peligrosa. Entonces uno baja el vidrio con la manija -porque no hay para vidrios eléctricos- y le hace señas al cretino que espera por la grúa. Porque esas derrotas son lecciones para quienes consideran que son capaces de dominar el mundo con un Lamborghini cuando la única realidad es que el Lamborghini es el que los domina.

 

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