Venezuela le dio un sopapo al fútbol argentino en el Wanda Metropolitano y piensa uno en ciertos conceptos apurados y sin sentido que hicieron carrera en su momento. El de Diego Maradona, el mejor jugador que alguna vez vi, y su victoria en soledad, apenas acompañado por diez sujetos más tratados como si fueran maniquíes en la épica consagración de los argentinos en el Mundial de 1986.
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Y de una se viene a la mente Lionel Messi, un tipo de la talla de Maradona y más -a pesar de los gustos personales- sintiendo cómo el barco en el que le tocó estar por cuenta de la vida, naufraga con él. Y el público, usualmente cruel con los más talentosos, le dispara desde todos los ángulos diciendo que no, que ese muchacho que la rompe en Barcelona es incapaz de moverse con Argentina.
Empieza entonces el inevitable cotejo, la lógica comparación de los equipos que integró Maradona y en los que estuvo Messi. Y Diego, un genio extraordinario, determinante en loindividual en el triunfo en México, necesitó que un colectivo no lo dejara solo, como en un suicidio -citando la frase con la voz del Polaco Goyeneche-, cosa que por desgracia sí le tocó vivir a Messi.
En el 86 estaba el negro Enrique y Olarticoechea, trabajadores de banda, talentosos pero con el corazón listo para hacer transfusiones a quien careciera de sangre: y más atrás tipos con los que ir a la guerra y ganarla era un trámite más porque era innegociable el sacrificio y el trabajo sucio tan bien hecho que realizaban José Luis Brown, José Luis Cucciufo, Óscar Ruggeri, Ricardo Giusti y Sergio Batista. Arriba Valdano y Burruchaga, clasudos y geniales, claro, nunca como Diego, pero indispensables. Y atrás las manos de Pumpido para poder sacar lo que fuera. Es decir, Maradona, claro, resultó brillante, pero el presente de Messi y de la selección Argentina hace que por fin haya una verdadera y justa valoración de lo que fueron los compañeros de Maradona; la historia y la ignorancia también los dejó en el rol histórico como unos discretos acompañantes y todo lo contrario: eran tipos que armaron un cuadro indestructible, dispuestos a dar de sí fuego sagrado en mismas cantidades que las del 10 que manejaba los hilos y de jugar bien. Imposible, por ejemplo, poner a Fazio y a Ruggeri en el mismo escalón. O a Enzo Pérez al lado de Simeone, por poner otro ejemplo.
Messi, pobre, siempre le tocó -salvo con Sabella- nadar contra la corriente y a pesar de sus propios compañeros en ocasiones. ¿Por qué el enano rosarino es figura de culto en Barcelona? Porque hay equipo, hay idea de jugar a algo, no importa que estén Rijkaard, Guardiola, Valverde o el que sea. La identidad está definida, y sus compañeros son claves: Ronaldinho, Xavi, Rafa Márquez y Puyol en el pasado; Henry, Neymar, Rakitic, Piqué y Ter Stegen después. Jugó con gente sumamente calificada en el blaugrana. Igual que Diego en el 86.
Si el fútbol dependiera de un solo elemento para triunfar, Messi sería pentacampeón mundial y probablemente interestelar. Pero el fútbol se juega con 10 más, que hoy, en su selección, son 10 menos.