Alejandro Wall, gran periodista, escribió en Twitter una verdad de esas que están siempre en la mente, medio perdidas y que alguien como él es capaz de aterrizarlas: “Casi como nunca en mi vida, porque casi siempre fue al revés, Racing es de las pocas cosas que hoy me da alegrías”. Hoy el equipo de Wall pelea arriba, como hacía mucho tiempo no lo conseguía. Encontró un reposo en medio de tanta vorágine que nos brinda la vida.
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Pero va más allá de ser hincha –el gol de Rambal y el buen primer tiempo de Millonarios me hacen identificarme plenamente con aquella sentencia de Wall–, sino de querer encontrar un gesto cariñoso del fútbol hacia nosotros que tanto tiempo estamos pendientes de él. A veces, no por culpa del deporte mismo, sino de otras circunstancias, el fútbol nos trata a las patadas: bastó ver la rueda de prensa de Álvaro González Alzate en torno al espanto en el que se transformó el fútbol femenino por cuenta de las presuntas tramas que allí se tejen, para pensar en si es mejor no ver nada más de esto. Porque lo que sale de la boca de González suele ser tan absurdo como previsible en él: poco felices –siendo generosos en el comentario– han sido sus actuaciones dirigenciales hace muchos años, pero sigue allá, aferrado al poder, enquistado en un sitio sin que medie una mínima chance de relevo. Esa clase de cosas nos hacen querer tirar la toalla.
Hay gestos futbolísticos que son una apuesta en la que se sabe que se puede perder todo: no sé si usted, que lee esta columna, estuvo pendiente del encuentro entre Envigado-Patriotas. Yo sí, porque es mi trabajo y porque espero en cualquier esquina algún guiño futbolístico que me haga recuperar cierta fe perdida. Obvio: parecería más sencillo hallar una caricia de las que espero en un Manchester-Liverpool, pero Envigado y Patriotas me esperaban para ver de qué eran capaces y no estuvieron desatinados en torno a la expectativa: jugaron feo, mal y sin precisión. 0-0 y una posterior cita al oftalmólogo para que revisara la irritación ocular producida por el juego. Mientras escribo este texto (va el primer tiempo apenas, pero tengo que enviarlo ya por cosas de cierre), Manchester y Liverpool me han aburrido tanto como Envigado y Patriotas. Y entre semana ocurrió lo mismo con Liverpool-Bayern. En esos escenarios uno confiaba que alguna luz iluminara la opacidad, pero no hubo lugares más negros.
La belleza hubo que encontrarla en otros sitios: en lugares medio insospechados en donde si bien hay jugadores diferentes, a veces las flores no abundan. Por eso, menos mal estaba Sherman Cárdenas presente el sábado para sacarnos una sonrisa con ese engaño en el tiro libre para el tercer gol del Bucaramanga, y también John Pérez haciendo una imitación de Maicon para parar la pelota, matarla y meterla en un ángulo. Menos mal en la noche del viernes se vio a Andrés Amaya tirando una tijera especial que se hizo gol porque la maniobra lo merecía. Menos mal Aristeguieta está encendido y con su radar descubrió el rincón para mandarse un golazo que tiene tercero al América…
A ellos, a Cárdenas, Pérez, Amaya, Aristeguieta, gracias por esos gestos, por esas ganas de ofrecernos algo distinto a lo de los demás.