Están acabando con la fiesta del fútbol

Por lo regular son unos cincuentones, barrigones por demás, con generoso gusto por el licor –whisky– y los viajes. Poco o nada patearon un balón o saben a lo que huele un camerino y lo que se siente el sudar una derrota o una bella victoria. Les encanta la corbata, tienden a ser ‘viejos verdes’ y morbosean a cuanta promotora esté a su alcance. Se esparcen en los palcos de los diferentes estadios como hacían los senadores romanos cuando veían a los gladiadores matarse entre sí, acá ellos ven futbolistas, sus ‘esclavos’ en estas eras modernas. Con desdén, a veces asco, miran a los verdaderos hinchas que aguantan frío, calor, el tiempo que sea o la incomodidad que exista en una grada para apoyar al equipo o la selección que aman. Son ellos, los que solo ven todo al son del signo del dinero, quienes están acabando con la fiesta del fútbol.

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Cada año sacan una nueva norma, cada vez buscan cercenar más el espacio para la alegría, el desahogo, la fiesta misma sustentada en la tradición que se vive en un estadio y la cual fue pasada de generación en generación por abuelos y padres. Eso sí, ellos desde su púlpito poco o nada promueven programas que de verdad impacten en lo social y lo formativo para que la violencia cese o para que no ocurran tragedias. La tesis es unilateral: ellos mandan, ellos son los poderosos, nadie puede chistar (eso creen ellos).

Solo en un punto estoy de acuerdo y veo sensatez: el de la prohibición del uso de pólvora en las tribunas. Las bengalas, por ejemplo, son bellas y usarlas en la salida de un equipo genera un efecto visual único, pero está comprobado que es algo peligroso. Ahí, me adhiero.

Pero se lo tomaron a pecho los señores que mandan al son de sus grandes panzas. Cohibieron la salida de equipos acompañados con niños y ahora sacaron la perla ‘made in 2019’: en el nuevo reglamento para la Conmebol Libertadores se determinó la prohibición del ingreso de banderas mayores a 1,50 x 1 m, al mismo tiempo que no se podrán ingresar rollos de papel y ‘pitos’. A lo anterior agreguen la prohibición de elementos como los juegos pirotécnicos, las bombas de humo, los extintores de colores, los famosos ‘trapos’ y las banderas que cubran las salidas de emergencia.

Todo, según ellos, con el argumento de alejar a los violentos del estadio y que de nuevo el fútbol sea para las familias. De acuerdo, válido y bonito, pero a punta de prohibición tras prohibición el camino es turbio. Hay más opciones, están lo social, lo pedagógico, mejorar los escenarios para una mayor comodidad y mejorar el espectáculo mismo.

Pero no. Todo tiene un tufillo a querer emular a la Uefa. A querer lucir resplandecientemente europeos cuando acá estamos en otra latitud. Ahora tendremos una final única en cancha neutral para la Libertadores. Sí, sin un eficiente sistema de transporte, sin trenes, con tiquetes de avión costosos, con una geografía difícil y distancias grandes.

¿A dónde va a llevarnos todo esto? ¿A prohibir un putazo en la tribuna? ¿A decirnos si podemos saltar o cantar para alentar a nuestros equipos? ¿A prohibir abrazarnos en el gol? ¿A medir la intensidad del abucheo, el silbido o el aplauso? ¿A decir cómo debemos vestirnos para ir al estadio? ¿Qué sigue, señores gordos, toma-whisky, antideporte, directivos de Conmebol? ¿Qué sigue?

De pie aplaudo al presidente del Corinthians, Andrés Navarro, que no agachó la cabeza y sentó su voz de protesta. El directivo anunció que el club brasileño no puede aceptar esa decisión de la Conmebol y considera esas medidas como imposiciones de “burócratas del fútbol latinoamericano, que actúan como si el hincha fuera un estorbo y no la razón de ser del espectáculo”.

Los clubes deben seguir ese ejemplo. Están menospreciando, están dejando por el piso al hincha, la esencia del fútbol y la razón de ser. Están acabando la fiesta, sí, esos vejetes barrigones que ven la pelota cuadrada y la manchan al son de sus ambiciones. Sí, son esos de la Conmebol.

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