Opinión

Territorio Beta

“Incontables preadolescentes adeptos al cine erótico lidiaron con el atascamiento de alguna videocinta en la cassettera y con el consecuente temor de que ello expusiera sus apetitos libidinosos ante el círculo familiar”: Andrés Ospina

Hubo un tiempo en que nuestro país decidió proclamarse ‘territorio Beta’. Tal denominación aludía a las pocas tierras cuyo formato audiovisual doméstico de consumo mayoritario era aquel denominado ‘betamax’. A diferencia de muchos Estados primermundistas, por entonces rendidos con unanimidad al VHS, Colombia abrazó el soporte aquel como monopolio. Un betamax era, pues, electrodoméstico imprescindible dentro de todo hogar colombiano cuyo sistema de entretenimiento se preciara de actual.

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Mi generación rentó sus primeros largometrajes en presentación betamax. También vivimos contratiempos. Incontables preadolescentes adeptos al cine erótico lidiaron con el atascamiento de alguna videocinta en la cassettera y con el consecuente temor de que ello expusiera sus apetitos libidinosos ante el círculo familiar. En betamax, además, encontramos la única forma viable de grabar la programación televisiva regular.

Complejo explicar la dificultad que presuponía almacenar registros videográficos perdurables durante esos años. Las cintas eran costosas y la conciencia nacional en materia de conservación, nula. Nuestra candidez en lo tocante a la precariedad patria en todos sus órdenes nos provocó prejuicios positivos. Uno imaginaba que de cuanto fuese emitido mediante televisión abierta quedaba por ley su correspondiente backup, destinado a bodegaje en cuartos fríos y ultraseguros de la extinta Inravisión.

Con el discurrir de las décadas fui decepcionándome y lamentando la cantidad de material por mí borrado estúpida e inmisericordemente de antiguos cassettes L-500, para grabarles cosas más nuevas encima. Por desgracia fueron muchos los que procedieron de idéntica manera y es debido a semejante inconsciencia que hoy no sobrevive en archivo alguno conocido, público o privado, un capítulo entero de aquella Plaza Sésamo con el Abelardo reptil, queja expresada por la presente columna días atrás.

Como consecuencia de tan mala costumbre tampoco queda, hasta donde sé, copia ninguna de Pequeños Gigantes en sus eras doradas, con María Angélica Mallarino y Misi, cuya partida no acabamos de asimilar, al frente. Lo mismo podemos decir del año final de Don Chinche o del mítico Yo y tú, seriado cómico. De tanta grandeza tampoco pervive ni un mísero episodio.

Pese a lo anterior, sigue siendo común el paisaje desolado de un montón de viejas cintas de ‘beta’ embaladas con destino al basurero distrital más próximo e impotentes ante la indolencia de sus propietarios e indignos custodios. Empero los loables esfuerzos realizados desde la oficialidad por entidades como la Fundación Patrimonio Fílmico o Señal Memoria, de RTVC, aún es bastante cuanto puede hacerse al respecto a título personal. Es por ello que hoy, movido por una mezcla de fetichismo y filantropía, me permito extender una invitación a quienes hayan seguido estas líneas.

Si en las manos de algunos de ustedes, honorables lectores, permanecen uno o varios registros de televisión colombiana de los setenta u ochenta en betamax –llámense comerciales, programas de concurso, dramatizados, musicales, transmisiones en vivo, noticiosas o ‘cualesquier’ otro derivado–, les invito a establecer contacto con el ‘arriba firmante’ a través del e-mail betamax@elblogotazo.com. Para alivio de aquellos a quienes todas estas insignificancias apasionen, y sin más móviles que la preservación despojada de lucros, emprenderé la cruzada voluntaria de digitalizar cuanto filmograma con esas características ande por ahí extraviado, para luego retornarlo intacto a sus depositarios y compartírselo al universo vía YouTube. Ya tengo ambos aparatos. Solo falta el transfer. ¿Quién descarta que demos con algún tesoro y así nos hagamos héroes? Hasta el otro martes.

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