Elegía para Juan Camilo Arboleda

Dicen que uno sale de la casa y no sabe si vuelve. Y sí, es verdad. Todo puede pasar y la vida misma es un suspiro lleno de fragilidad. La vida de Juan Camilo Arboleda, el docente, el periodista, el rockero, el amante del metal, el literato, el practicante de running y que corría en muchas de las enésimas K que hay en el país y el mundo, se apagó al llegar a la meta de la Maratón de las Flores de Medellín.

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No fue una carrera alegre, no fue un motivo de fiesta, a pesar de las miles de selfies de los otros corredores que mostraban con orgullo y mucho merecimiento su medalla. No, y no lo fue por la muerte misma de Juan Camilo y por la casi muerte de un atleta keniano que fue atropellado en medio de un coctel de improvisación, “lavado de manos” y poca asimilación de responsabilidades de parte de los organizadores y de ya no sé quién, el que sea que le competa hacer que una carrera de esta magnitud no tenga muertos o heridos.

Conocí a Juan Camilo Arboleda, compartimos por un tiempo un trabajo, no fuimos los ‘mejores amigos’, incluso chocamos por diferencia de algunos criterios, tuvimos tertulias sobre rock y metal y siempre hubo respeto. Un par de veces me lo crucé en el metro; él, con su trenza larga e impecable, sus audífonos y gafas. Era un hombre metódico, pulcro al escribir, serio, responsable y apasionado. A sus 38 años hacía parte de una generación del periodismo antioqueño que mezclaba el buen método antiguo del respeto por la profesión, con toda la avalancha de la sapiencia por las nuevas tecnologías. Juan Camilo se ganó un Premio Simón Bolívar por Melodías en acero, otrora programa de radio y hoy blog, en el que, literalmente, enseñaba con sabiduría y afabilidad sobre canciones, bandas y anécdotas sobre el metal. Yo lo leía, lo oía y me gustaba demasiado su trabajo.

La imagen de Juan Camilo en brazos de dos buenos ciudadanos que lo auxiliaron llegando a la meta de la maratón de Medellín es dura. Ver a un hombre sucumbir ante su cuerpo, fruto del reto que él mismo, bajo el manto de la pasión, se impuso, es duro. Sí, a Juan Camilo le dio un paro cardiorrespiratorio, su cuerpo le dijo que no daba más y de ahí la crisis, pero a todos los ciudadanos que tenemos aún alma, corazón y solidaridad nos queda la sensación, o la certeza misma, de que su vida se pudo salvar.

En declaraciones al periódico El Colombiano, los corredores que auxiliaron a Juan Camilo, otros testigos, gente que llegaba a la meta, fotógrafos que estaban cerca, entre otros, afirmaron que no hubo una atención médica rápida, eficiente y atenta para ayudar a este hombre. La foto muestra el desespero por ayuda. Incluso una enfermera, que corría en el evento, le dio respiración boca a boca y trató de arrebatárselo a la muerte. Dicen que la ambulancia tardó 12 minutos, dicen que no estaba cerca, digo que se pudo hacer más… Digo que él murió esperando pronta ayuda.

En nuestro país, en donde todo y nada pasa, lo de Juan Camilo Arboleda no puede quedar así. La indolencia de un par de zurrones en Twitter que afirmaban que “la organización no puede controlar los infartos de todos los corredores y que fue algo de mala suerte lo de Juan Camilo”, o las declaraciones de los organizadores que afirman que sí hubo una rápida atención para él, no pueden ser el dictamen final de la pérdida de esta vida. Y ni hablar de la desafortunada declaración del alcalde de Medellín, Federico Gutiérrez, que lamentó la muerte de Juan Camilo y el accidente del keniano, pero cerró diciendo: “Al mismo tiempo, siento la alegría y la emoción de llegar a la meta una vez más. Fueron #21K que corrí con el alma. Además, nada mejor que mejorar tu propio tiempo. Llegué en 1 hora, 48 minutos, 40 segundos. Me gustan los espacios en los que todos somos iguales”. Desafortunado mensaje…

La indolencia de nuevo con su firma en el caso de la muerte de Juan Camilo. Desde esta columna pido con vehemencia una investigación que aclare los hechos, que denotan que no hubo atención médica eficiente en la meta. De igual manera, con las fallas en los cerramientos de vías durante el recorrido, ahí cayó atropellado el atleta keniano. ¡No más palmaditas de pesar! ¡Acá tiene que haber responsables y esto no se puede repetir en ese evento!

Poco hablamos con Juan Camilo, pero lo admiraba y respetaba. Me dolió su muerte tan temprana. Cierro con el último párrafo del bello poema de Miguel Hernández, Elegía, que canta de forma inigualable Joan Manuel Serrat:

A las aladas almas de las rosas

del almendro de nata te requiero,

que tenemos que hablar de muchas cosas,

compañero del alma, compañero.

Descanse en paz, Juan Camilo Arboleda.

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