¿Para qué el amor? ¿Para qué enamorarnos? ¿Con qué objetivo buscar siempre esa sensación placentera de sentirse amado y dar amor? Dirá usted, amable lector, que me convertí en un Ricardo Arjona y navego por las aguas del despecho de manera cursi y sin rumbo. No, simplemente quiero compartir lo que muchos no comparten al son de un amor, el desamor, la alegría, el dolor mismo y la gratitud del recuerdo.
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Creo que el amor es algo escaso. No hay ferias de amor si de amor verdadero hablamos. Y si el punto es evitar términos “arjonísticos”, caigamos de entrada en uno y que lo sabe hasta el último de los personajes que llegó tarde a la repartición del amor: es dar todo sin mirar atrás y sin ver si el precipicio tiene el suelo cerca. Amor es no medir las consecuencias, amar es una apuesta a ojo cerrado con coordenadas que dicta el no sé qué, no sé dónde, ni por qué, solo saber que esa persona es y punto.
Teniendo en cuenta esa “improvisación”, luce a incoherencia que el amor sea algo escaso. Yo, por ejemplo, desconfío de la gente que lo va regando (no creo que eso sea amor, es ganas de estar con alguien o necesidad) a diestra y siniestra. Y no me refiero al sexo, eso es otro capítulo. Hablo es de los que dicen amar, amar y amar, pero no saben qué es eso. Lo confieso, en mis cuarenta y tantos años de vida solo me he enamorado con el alma de cuatro grandes y valiosas mujeres. Y es tan intenso el ejercicio del verdadero amor que cuando llega el desamor, el shock sentimental, la hora del adiós y del corte definitivo, el golpe es digno de un tsunami. Porque el amor, a fin de cuentas, es ese instante del tiempo único, feliz, armónico y generoso, en el que todo se suspende sin auras. Hay peleas, sí, pero el amor es ese juego en el que se busca hacerle el quite al dolor. Dolor que tarde o temprano llega, y cuando llega, no hay piedad. El amor no te prepara para el desamor, desarma.
De ahí que sea escaso. Un clavo no saca otro clavo cuando hubo un verdadero amor. Hay que hacer ese duelo tortuoso, lento, necesario, hay que lamer las heridas y que ardan, hay que llorar, hay que evolucionar y, al final, todo lo indica el tiempo. En cada segundo que se va, el amor se diluye, más no su recuerdo y hay fortaleza.
Pero por eso todo en este juego conlleva a que el final de la ecuación sea raro. En una pérdida de amor, ambos pierden. Más allá del por qué, de las razones o de las heridas, en el verdadero amor tras el alejamiento o la ruptura, no hay ganadores. Y es así como pasa el tiempo y todo se cura, pero no puede haber olvido. Difiero del querer olvidar a esas personas a las que uno les dio todo. No, si hicieron los méritos para tener el corazón de otro jamás pueden ser olvidadas. Deben de estar siempre en un pedestal en el que deben primar la gratitud por compartir esa vida y el respeto eterno unido al perdón.
Bello es el amor, duro es el amor (otra vez me “arjonicé”) ¿Necesario? No lo creo. La vida sigue y espero de todo corazón que a ese amor le vaya bien.
Por Andrés ‘Pote’ Ríos / @poterios