Opinión

La copa de todos

El hombre de la foto es David Trezeguet y puede alzar la copa del mundo porque la ganó; de lo contrario, sería imposible. La otra opción que tendría el campeón con Francia en 1998 para tocarla sería que fuera presidente de un país, lo cual le quedaría más fácil (o menos complicado) que a muchos porque tiene dos nacionalidades: la argentina y la francesa.

Muchas restricciones rodean al trofeo de poco más de seis kilos, hecho en oro macizo de 18 quilates por el italiano Silvio Gazzaniga y estrenada por Alemania en 1974. Una de estas es la ya mencionada, usted podría tocarla solo si preside un país o si se la ganó a lucha limpia en la cancha. Por eso es tan dramática esa famosa foto de Lionel Messi luego de perder la final de 2014 y que fue elegida como la foto del año en la categoría de deportes. En ella, el argentino está al lado del trofeo, mirándolo muy de cerca, indeciso entre detallarlo y robárselo, impotente no solo por haber sido derrotado por los alemanes en el juego más importante de su vida, sino porque no puede ni tocarla con un dedo a ver qué temperatura tiene.

Luego está el asunto de que el campeón reinante no se queda con la original, sino con una réplica que no es de oro macizo, sino bañada en el mismo metal. La de verdad sí es entregada en la ceremonia de premiación y es la que los jugadores alzan, besan y pasean por la cancha hasta que la fiesta no da para más. Luego, después de entrar al camerino, se les da su copia y la Fifa se queda en poder de la real. Esta se queda en sus oficinas de Suiza hasta que es hora de mandarla de gira por el mundo cada cuatro años hasta que llegue al país encargado de organizar una nueva edición del torneo.

Esta es la cuarta vez que la copa se va de gira, un fenómeno de masas que va en crecimiento. Esta vez visita 91 ciudades en 51 países, en un viaje de nueve meses y 152.000 kilómetros. Antes de llegar a Colombia estaba en Argentina (y antes en Islandia, aquí no más). Acá estará exhibida el 4 y 5 de abril en el estadio El Campín y de ahí saldrá a Panamá y luego a Costa Rica. Ya la habíamos visto en el país en 2014 y, a diferencia de esta vez que vino con campeón mundial a bordo, en aquella oportunidad la recibió Carlos Valderrama, que muy bueno sí era, pero al no ser campeón del mundo, al igual que Messi no la pudo tocar.

A Buenos Aires viajé por invitación de Coca-Cola, patrocinador de esta vaca loca, y en dos días paseamos de un lado a otro hasta llegar a Rosario, desde donde partimos con la copa, Trezeguet, la gente de seguridad de la Fifa y un grupo que no superaba las 15 personas, quienes tuvimos la fortuna de vivir este viaje en un vuelo chárter a bordo de un Boeing 737-300 de la aerolínea británica Titan Airways, adaptado en su interior para hacer de este viaje una experiencia inigualable. En el camino a Bogotá hicimos escala en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, donde hubo una charla extensa con Trezeguet. Lo que empezó con timidez, casi rodeándolo a ver si abría la boca, terminó en un diálogo distendido de más de una hora entre unos pocos, donde no hubo cámaras ni micrófonos. En el fútbol pasa que con los exfutbolistas se habla mejor que con los futbolistas, y a su vez, con los primeros todo sale mejor si no hay manera de que quede constancia de la conversación.

Cuando el avión aterrizó en Bogotá y la puerta se abrió, al lado de la pista de aterrizaje había un evento con invitados especiales, prensa y show de música y baile, toda una parafernalia que detuvo las actividades normales durante un buen rato. Y aunque nadie fue a verme a mí, sino a Trezeguet y a la copa, me bajé del avión sintiéndome un ídolo. Supongo que algo así debe sentir el papa Francisco cada vez que llega de visita a algún lugar

Esta copa es patrimonio del mundo. Todos la siguen, la juegan, la quieren ganar, pero en realidad es de la Fifa, que de vez en cuando la presta como si fuera un cuadro valioso: se mira, pero no se toca.

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