Como ya han pasado algunos días desde aquel fatídico 17 de diciembre en que Millonarios ganó su estrella número 15 y nos dejó a los santafereños condenados a rezar la novena, me atrevo a confesar que yo supe en qué momento iba a ser inevitable la consagración azul.
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Bueno, desde lo racional debo decir que el 1 a 0 en contra en el partido de ida me hizo pensar que Millonarios había dado un golpe casi definitivo.
Pero, entrando en el mundo del pensamiento mágico, o sea las cábalas a las que somos tan afectos los hinchas del fútbol, quiero confesar que cometí dos errores imperdonables en aquella final histórica entre azules y rojos. Desde hace varios años tengo claro que si veo jugar a Santa Fe en los partidos claves las cosas terminan mal. Por esa razón en el partido de ida me negué a mirar el juego. Chequeaba por el celular cómo iba el partido y cuando empezó yo ya iba en camino a mi casa. A cuadra y media funciona una cigarrería donde hay un televisor. Me asomé dos segundos y vi cómo un jugador de Millonarios se preparaba para cobrar un tiro libre. Sí, adivinaron, fue la jugada del gol del triunfo azul. Bastaron dos malditos segundos mirando de reojo la pantalla para que se confabularan los astros. Para que yo salara al equipo
Con pocas esperanzas esperé el partido de vuelta del domingo. Ese día estaba de visita donde mis papás. De nuevo, nada de televisión. En mis miradas de reojo al celular vi de pronto que Sebastián Heredia trinó «Goooooool». Era el 1 a 0 en favor de Santa Fe. Seguía en casa de mis papás y en el entretiempo mi esposa me dijo que nos fuéramos y que lleváramos a las Calderón a su casa. Las Calderón (Clemencia e Isabel) son dos primas de mi mamá que también habían ido de visita.
«Perfecto, me dije, el paseo en carro y el desvío me ayudarán a disminuir la ansiedad». Apenas arrancaba el segundo tiempo. Empató Millonarios a la altura de la carrera 30 y entramos a Niza. Por esas cosas del destino no dejamos a mis tías y seguimos de largo sino que nos entretuvimos mirando el perro, el jardín… y gol de Santa Fe, 2 a 1… No lo podía creer. Había una luz de esperanza. La lotería de los penales… hasta que caí en cuenta de lo peor. ¡¿Qué diablos hacía yo en Niza, maldita sea!?! Acababa de recordar que el 16 de diciembre de 1988, cuando Millonarios ganó su estrella 13, hubo novena donde las Calderón. ¡¿Por qué no me había ido a mi casa en TransMilenio?! ¿Por qué no nos demoramos una hora más donde mis papás? ¡Por qué? ¿Por qué?
Convencido de que la consagración azul era inevitable volví a mirar el celular. Efectivamente, Millonarios había empatado. 2 a 2.
Lo demás ya es historia.
Ojalá lo anterior fuera una inocentada. Pero no, desafortunadamente no lo es.