El corazón latió como el primer día del colegio. Fueron dos años de espera. Rogue One sirvió de placebo, pero era necesario volverlos a ver. La última película de Star Wars: The Last Jedi se mide en aplausos, latidos de corazón y angustia (tanto del que ahora escribe, como de los “vecinos” de silla). Dos horas y media no son suficientes para calmar la ansiedad del tiempo de espera, aunque sirvan para inspirarse con la Fuerza y para reafirmar por qué una ficción, que comenzó en 1977, da más sentido a la vida que lo que publican noticieros y diarios.
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The Last Jedi divide a la crítica y a los fanáticos. Algunos ya pidieron que se retire la entrega VIII del canon. Creo que hay para todo. Si bien coincido en que algunas escenas traicionan el espíritu original de la saga, con humor innecesario y poderes “nunca antes vistos” de los protagonistas, la película cumple su función de emocionar, entretener y saciar la mayoría de los deseos de los seguidores de antaño, de sus hijos (los fanáticos impuros) y de los que con menos de la mayoría de edad ya suspiran al ver a C-3PO, Chewbacca y R2-D2.
Debo confesar que ninguna película me inspira tanto como Star Wars (con todo lo comercial que es y con el hecho de que pertenezca ahora al gigante de Disney). Y es que con las dudas religiosas que siempre he tenido y que me acercan más a las creencias budistas, que a las católicas, el jedaismo es el punto medio que me permite endiosar una ficción que enseña más que los sermones de doble moral de tantos cultos. Star Wars VIII reafirma la importancia de dejar a un lado el ego para buscar el equilibrio; de entender que de nada se aprende más como de los fracasos, y de apreciar el rol del maestro, como aquel que ve sus logros no en sí mismo, sino en los que en algún momento fueron sus aprendices.
Carrie Fisher, la amada princesa Leia, dijo “take your broken heart, make it into art”. Aunque su muerte evite que la veamos en nuevos roles, tenerla en las dos últimas películas de Star Wars inspira a sus seguidores y hace eternas sus palabras y las escenas donde actuó. Así, para los que seguimos en la lucha y no hemos hecho arte con nuestros corazones rotos, tenemos el tiempo que nos quede para que Star Wars sea su más vivo recuerdo y su más apreciado ejemplo. En The Last Jedi, la sobriedad y sabiduría de Leia, en cada uno de los diálogos, sellan lo que comenzó en 1977 y que 40 años después permanece intacto entre sus fanáticos.
Con respecto a las críticas a Star Wars, la mía nace del corazón, de lo que me ha inspirado su universo desde que llegó a mí a los pocos años de vida. Respetable es que haya disentimiento entre fanáticos y crítica. Pero este fan impuro pondrá su calendario para esperar la nueva entrega, con la fe de que el mundo no se acabe hasta que Star Wars tenga su último respiro en las salas de cine.