Hace pocos días alguien me mandó un pantallazo en el que se denunciaba en redes sociales un supuesto abuso físico, emocional y sexual cometido por alguien que conozco contra la que fue su novia durante dos años. Entonces lo llamé y negó todo. Y mientras tanto el rumor se multiplicaba en las redes de personas que compartían la misma imagen que me mandaron a mí, absolutamente convencidos de que la denuncia era real (creyéndole a ella, pero sin haber hablado con él).
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Me niego a dar los nombres de la víctima y el agresor (y uso ambos términos a la ligera), porque como no me consta la historia de ninguno de los dos -pues no he visto pruebas al respecto- no quiero cometer la irresponsabilidad de perpetuar un rumor para el que no hay pruebas, y que hasta el momento solo enfrenta a la palabra de ella contra la de él.
Entonces -y sin saber el nombre y apellido de la presunta víctima- le pregunté a casi todas las personas que posteaban al respecto en Facebook si tenían pruebas de su acusación. Argumenté que -sin pruebas- semejante acusación es calumnia. De inmediato se ofendieron y se mostraron indignadísimos por el hecho de que yo –al pedir pruebas- estuviera “vulnerando la intimidad de la –supuesta- víctima”. Yo tengo derecho a pedirlas, así como la supuesta víctima tiene derecho a negarse, pero no lo hizo.
Yo quería una prueba de que no se trataba de un chisme y que existe una acusación real detrás. Y –en efecto- la supuesta víctima me mandó pantallazos de una denuncia en la Fiscalía –en la que no hay pruebas. Para mí la solidaridad de género es un pajazo mental. No porque una mujer grite abuso necesariamente hay abuso. Y no dejo de preguntarme, en los casos como este –en el que no existe ni una sola prueba- ¿a quién le creemos?
Dejando a un lado el hecho de que conozco al supuesto agresor, no puedo entender cómo es que una chica que vive con su familia y se quedaba casi siempre a dormir en la casa del novio –durante los dos años que duró la relación- jamás contó lo que en teoría le estaba pasando. No le contó a una sola persona. A nadie. Lo sé porque así me lo dijo ella. Y comprendo aún menos cómo es que teniendo una casa a dónde huir –la propia- se quedó con él, y así permitió el supuesto abuso del que lo acusa. Entiendo cuando la víctima se queda a soportar el abuso porque depende de su atacante y no tiene a dónde ir, pero este no es el caso de esta chica. Y esta es la razón por la que me cuesta tanto trabajo creer sus acusaciones en contra de mi conocido.
Me parece muy delicado replicar una denuncia tan grave como esa, sin tener pruebas, teniendo en cuenta que en cuestión de horas se le puede arruinar la reputación a una persona. No porque una mujer grite abuso, necesariamente abusaron de ella. El hecho de que la haya acogido la fundación de Maisa Covaleda tampoco prueba que la chica diga la verdad. Así como el hecho de que él niegue lo que ella dice no –necesariamente- significa que diga la verdad. Yo solamente le creo a las pruebas, quizá porque sí ejercí el periodismo y conozco sus reglas. Y las únicas pruebas no vienen bañadas en sangre…
Entonces, cualquier “interpretación” a la ligera del hecho de que pedí pruebas concluya que lo que yo quería era ver sangre, es una gran mentira. No me ensucien el nombre con su torpeza que de eso –si acaso- me encargo yo sola.