Hoy será el lanzamiento de lo que, en principio, algunos denominaron jocosamente la transición de las Farc a la vida política, pues en medio de fiesta, rumba y múltiples actos en la Plaza de Bolívar en Bogotá darán lanzamiento a su partido, el cual, sin pudor alguno, denominarán Farc. Desde el principio se indicó, de parte del jefe de Gobierno, que los miembros y cabecillas de esta organización no pasarían de las armas al Congreso sin pasar antes por un sistema de justicia que en muchos casos es transicional o especial, lo que era evidente y que muchas veces se promulgó, sucedió: las Farc, de las armas, saltaron al Congreso sin existir el más mínimo centímetro de justicia.
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Lo ideal habría sido que previo a la implementación de los acuerdos de La Habana, hubiera existido un sistema de justicia de transición diseñado para lograr establecer responsabilidades a la organización que, en armas, tanto luto y dolor creó a los colombianos. Cómo no olvidar crímenes bárbaros, como el asesinato de la familia Turbay Cote, el secuestro del avión de Avianca y Aires, o el secuestro masivo del edificio Miraflores, en Neiva, como también la bomba de El Nogal y la masacre de Bojayá, los cuales son crímenes de lesa humanidad; cómo explicarles a las víctimas que nada pasó; cómo explicarles que más pudo el capricho del poder que la legitimidad que debería imperar de la autoridad.
Para muchos puede ser fácil afirmar que las Farc ya se acabaron como grupo ilegal armado y que ahora son un partido político; cómo explicarles a las nuevas generaciones la barbarie y miedo que sembraron las Farc; cómo decirles a los más jóvenes que este grupo secuestraba masivamente civiles inocentes en las carreteras del país; cómo explicar que asesinaron a una colombiana con un collar bomba; cómo decirles a las víctimas que ya todo pasó y no habrá un solo centímetro de justicia en sus casos. La eficacia de la justicia no solo existe en la medida que se ejerce el poder del derecho sobre sujetos que infunden injustos a sus semejantes, sino también por su inmediatez en el tiempo, en la medida que sea posible.
Los acuerdos de paz de La Habana son acuerdos leoninos para el Estado, para el derecho y para la justicia como institución, pero sobre todo para toda la sociedad, las implicaciones de sus desaciertos no se verán en menos de 15 años, ojalá para entonces no sea tarde; la ambigüedad de los acuerdos en los que su marco dista poco del equilibrio de obligaciones y deberes para las partes, en donde todo lo dan el Estado y la sociedad, pero muy pocas obligaciones para las Farc; ahora resulta que debemos congratularnos con ellos porque no maten más colombianos, debemos darles las gracias porque “no” asesinen, ni secuestren más colombianos, policías y militares.
La perspectiva radicará en lo inmediato a lograr encontrar intérpretes natos de la autoridad y el orden, un equipo lo suficientemente capaz de lograr corregir los acuerdos de La Habana, en los que imperen los mínimos de justicia, donde reinen la verdad, la justicia y la reparación; no es justo que sí haya dinero para contratar artistas en todo el sentido de la palabra, para celebrar su salto a la política sin ninguna transición, pero para reparar a las víctimas solo existan faloscopias y traperos. Ojalá el fiscal Néstor Humberto Martínez siga con su trabajo menesteroso en la consecución de la totalidad de activos para reparar a las víctimas y ojalá también se logre establecer por qué, en 1999, Wall Street visitó a las Farc, ¡no creo que haya sido por traperos!