Opinión

Jericó: el infinito vuelo de los días

El cine en Colombia es una apuesta arriesgada por la fe, por creer que es posible transformar las ideas del papel en imágenes en movimiento y a partir de allí construir país. La tarea no es fácil, se deben formar públicos, hay que comprometer al Estado con más estímulos para la distribución y sería ideal que todas las voces se vieran representadas con temáticas incluyentes y con un acceso mayor a la realización para que cualquier persona que quiere vivir del audiovisual lo pueda hacer.  

El infinito vuelo de los días es la ópera prima de Catalina Mesa, una cineasta que demuestra que es necesario darles más espacios a las producciones realizadas por mujeres, porque la diversidad en el séptimo arte no es solo en historias, sino también en puntos de vista.  

El documental, que muestra a la bella población de Jericó, es también una reivindicación de las mujeres por dos razones. La primera, porque Mesa es guionista y directora y deja un sello único en cada plano de la cinta; y la segunda, porque se narra a partir de conversaciones de mujeres de distintas edades, aspecto que le da un espíritu que encanta al espectador y lo compromete a seguir frente a la pantalla, recurso que se complementa de manera mágica con los paisajes de Jericó.  

Hace poco Icíar Bollaín, una de las directoras más prolíficas que tiene España, me insistió en la idea de que el mundo audiovisual no puede estar contado apenas por la postura masculina y me preguntó acerca de cómo les iba a las mujeres en Latinoamérica y en Colombia en particular. Hoy le mostraría El infinito vuelo de los días como ejemplo de lo que aquí se hace, de por qué es necesario apostarles y darles más oportunidades a las mujeres en el cine, en un llamado también por la responsabilidad que recae en el sector público para darle mayor diversidad al discurso cinematográfico.  

Todas las emociones confluyen en el documental de Mesa, lo que evidencia la complejidad de las personas en medio de una sociedad que cambia y configura la manera en que nos relacionamos con el entorno y con los demás. Y es que la cultura de un pueblo, expresada en su cine, es lo que construye memoria y permite que los espectadores vean reflejadas sus costumbres y modos de vida a través de una pantalla, que deja de ser ajena y se posiciona como una extensión del discurso sobre lo propio.  

Cuando nos encontramos con producciones que rescatan lo que somos como sociedad no solo entra un sentimiento de apropiación que nos permite sentirnos identificados con lo que vemos, sino también se hace evidente que el cine que debemos elegir cuando compramos la boleta en un múltiplex es aquel que sirve de eslabón para transmitir imaginarios que permiten que un país crezca, en su aspecto cultural y también como nación.  

El camino es largo, y las transformaciones sociales, así como la educación de públicos, toman tiempo, pero en ese proceso la visión de la mujer, tanto en la producción como en cuanto a presencia en las temáticas, permitirá que estemos un paso más cerca de tener un cine más incluyente, más diverso y con mayor riqueza y calidad.

*Las opiniones expresadas por el columnista no representan necesariamente las de PUBLIMETRO Colombia S.A.S.

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