La confesa campaña mentirosa del ‘no’ al plebiscito y su triunfo en el fértil terreno de la ignorancia y la terca indignación nos arrebataron las posibilidades de superar un vasto escenario de violencia contra animales y de ganar terreno en las agendas locales. Mientras no se implemente un acuerdo de paz, las fatales situaciones de los animales en la guerra continuarán siendo potencialmente las mismas y las urgencias desatadas por el conflicto armado mantendrán relegados, ocultos e invisibles los dramas cotidianos de los animales y aguantadas las angustias de quienes los defendemos.
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Aprobar el acuerdo de paz en las urnas equivalía, en el corto plazo, a pasar la página de animales silvestres arrancados a su hábitat para financiar actores armados ilegales, ‘burros bomba’, animales abandonados en campos desolados por el desplazamiento y una larga lista de abusos de animales usados como artefactos de guerra.
En el mediano plazo, significaba ganar espacio en las agendas municipales, hoy copadas por desplazados, desempleo, oleoductos derribados y otras desgracias que engendra la guerra, para incorporar, en cambio, gracias a la liberación de atención y recursos, programas de esterilización de perros y gatos, iniciativas de sustitución de ‘vehículos de tracción animal’, estrategias de protección a la fauna endémica, estímulos a la agricultura orgánica y una larga lista, ya no de abusos, sino de acciones de paz con los animales, cuyos padecimientos no han tenido tregua.
Además, con el compromiso del Gobierno Nacional, el espaldarazo de la comunidad internacional y nuestro ingenio, habríamos podido plantear escenarios de reparación con los animales en el posconflicto y, finalmente, haberles reconocido, con justicia, su dignidad de ‘víctimas’ para hacerlos merecedores de las acciones afirmativas que ella conlleva.
Por último, en el largo plazo, la refrendación del acuerdo nos habría permitido, como lo dije antes, bajar nuestro umbral de tolerancia a la violencia y registrar como inconcebibles hechos de crueldad contra animales hoy aceptados o apenas percibidos como desafortunados. En otras palabras, hacernos más éticos y sensibles a cualquier tipo de violencia, intolerantes a ella, y capaces de ver en la crueldad, cualquiera fuera su víctima, el rezago de un pasado oscuro al que por ningún motivo nos habríamos permitido retornar.
¿Debemos renunciar a estas posibilidades reales y condescender a intereses oscuros que ya ni siquiera sus artífices son capaces de discernir? Mi respuesta es un rotundo ‘no’, ahora sí, y una invitación a embestir, con hechos de paz, contra los obstáculos a ella, hoy desnudados en sus trampas y mentiras del más despreciable talante.
Mi compromiso con la protección a los animales, con sus derechos y con la paz que va unida a ellos, no cederá jamás a intereses de ningún tipo ni se amilanará ante la voluntad de mayorías extraviadas. Hoy invito a los incansables a que sigamos trabajando por la paz, con hermandad de causas y sin agonías. A los animalistas, los convoco a que continuemos construyendo y sosteniendo con acciones un discurso que haga imbatible la inclusión de los animales en la agenda de la paz y la necesidad apremiante de que los colombianos nos tomemos en serio la no violencia, sin distinciones de especie.
*Las opiniones expresadas por el columnista no representan necesariamente las de PUBLIMETRO Colombia S.A.S.