Cuando llegas a Barranquilla te reciben diciéndote lo flaco o lo gordo que estás. Acto seguido, flaco o gordo, te rellenan de comida.
En dicha ciudad la gente se ha especializado en comer como si la comida se fuera a acabar mañana, de ahí que una de las cosas que me han impresionado, luego de pasar unos días allá, es la cantidad de gente con sobrepeso. Es una ciudad de gordos. Tal vez no lleguen a los niveles de obesidad mórbida de Estados Unidos, pero en la calle, en los centros comerciales, en las filas de banco y en las mesas de los restaurantes se ven sin falta personas gordas más allá de lo razonable. Los barranquilleros siempre hemos dicho que nuestra ciudad se parece a Miami. Algunos lo dirán por el clima, el mar y los nuevos edificios que están construyendo, yo lo afirmo por la cantidad de gordos que hay.
Se podría decir que parte de la culpa la tiene PriceSmart, ese Disney barranquillero donde se encuentra comida importada a bajos precios. Tarros de cinco litros de helado, bultos de pasabocas de dulce o de sal, siempre hipercalóricos, y una plazoleta de comidas donde se come la misma basura que se come en Estados Unidos, a idénticos precios bajos: pizza grasosa, pollo rostizado, perro caliente jumbo, vasos gigantes de gaseosa con posibilidad de volverlos a llenar y helado de máquina. A PriceSmart la gente va a surtir la despensa de la casa, a sentirse en el extranjero y a comer hasta reventar.
Pero no es solo responsabilidad del famoso almacén de cadena. Barranquilla tiene una larga tradición de comida callejera que deforma el cuerpo y tapona las venas: fritos, sopas, mucho cerdo, jugos hechos con frutas dulces a los que encima les echan azúcar y perros calientes a los que les ponen todo tipo de salsas, además de la mazorca desgranada, una especie de transformer gastronómico donde, lejos de la tusa, a los granos de mazorca se les echa bollo, papita frita picada, queso rallado y salsas las que usted quiera. Más desnaturalizado es el chuzo desgranado, misma fórmula que acabo de nombrar, pero también con pedazos de carne de res, de pollo, butifarra o mixto. Lo más antinatural del asunto es que se llame chuzo desgranado, como si la carne viniera en granos.
Eso es lo que ocurre en la calle, porque en las casas, donde te reciben amigos y familiares, te dan cerros de comida, que es la forma de demostrarte que te quieren. Si no comes, te miran mal; si no repites, te miran peor, y si no comes postre, no te vuelven a invitar. En la capital del Atlántico estar a dieta, ser vegano o simplemente almorzar una ensalada no son una opción.
Es que no hay mucho que hacer. En Barranquilla se sale a la calle a pasear y comer, o a hacer visita y comer, o a cine y comer, o a la playa y comer, o sencillamente a tomar y comer. Por eso, siempre que voy sé que debo hacer dieta por adelantado si no quiero volver a Bogotá triste por partida doble: dejar una vez más la ciudad donde nací y aguantarme el sobrepeso en la capital lejos de la gente que me engordó. Gordo o flaco, es fácil estar triste en Bogotá, pero ya se me acabó el espacio para explicar por qué.
*Las opiniones expresadas por el columnista no representan necesariamente las de PUBLIMETRO Colombia S.A.S.