Una de las palabras más utilizadas por estos días es “paz”, que tiene un ruido tan fuerte que pone a pelear a las distintas orillas políticas. Esa es la #PazDeSantos, esa es la #GuerraDeUribe, pero en medio de tanta disputa, ¿dónde está la verdadera paz de Colombia? ¿Dónde están las voces de quienes sí han padecido la guerra? ¿Dónde está la opinión de los habitantes de los Montes de María, del Bajo Cauca, de Córdoba o de Antioquia? ¿Dónde está la estrategia (y no solo en el discurso) para cambiar las balas por educación y por cultura?
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Sobre lo anterior, el pasado fin de semana tuve la oportunidad de comprobar dos cosas. La primera, que las regiones, apartadas del protagonismo en medios de comunicación dominantes cuentan con periodistas locales que trabajan hasta el cansancio por contar buenas historias, sin caer en los delirios de estrellato de los lectores de teleprompter. La segunda, que la cultura tiene un poder privilegiado para unir comunidades, sanar heridas y transformar el recuerdo de la guerra por la esperanza de la paz.
Pero, ¿cómo se construye #PazSilenciosa con la cultura y desde las regiones? Gaitas y tambores de San Jacinto es el documental, de 1983, de Gloria Triana, que hizo parte de la serie Yuruparí y que fue exhibido el pasado domingo en el pueblo de San Jacinto. Hasta en el techo de las casas la gente ubicó sillas para ver cómo era su comunidad 33 años atrás, y así hacer parte de un evento que demostró el poder de las imágenes en movimiento en Colombia.
No solo se trató de un ejercicio para fortalecer la memoria de una comunidad o generar identificación a partir del audiovisual, esta exhibición era la manera perfecta para dar una voz de tranquilidad a quienes tuvieron un largo periodo de miedo, por los asesinatos y los desplazamientos forzados. Así, aunque el documental mostrara familiares desaparecidos por la violencia, el recuerdo volvía y tomaba forma presente en las nuevas generaciones de gaiteros, que con su fuerza y talento permiten ver que las expresiones culturales son la respuesta al miedo que dejó la guerra.
Al eslogan de “La respuesta es Colombia” se debe agregar que el camino es la cultura. ¿Alguien lo pone en duda? Al escuchar a los gaiteros, asistir a las fiestas de los pueblos, estar presentes las expresiones folclóricas o cuando se comprenden las tradiciones de las comunidades, se evidencia un futuro esperanzador, con una paz real y duradera, que no ocupa las principales páginas de los diarios, ni tiene a políticos estrechándose manos y listos para la foto por haber –por fin– entrado en razón. No, la paz es silenciosa y descentralizada y se compone de las expresiones culturales colombianas.
Este jueves se llegó a un acuerdo final con las Farc, una noticia que celebro por lo que significa para las generaciones actuales y las venideras. El camino es largo, aún quedan religiones que dividen, personajes que promueven el odio y la intolerancia y políticos corruptos, pero son más quienes trabajan por sus pasiones, desde cualquier campo y cualquier lugar del país. Ahora el reto está en visibilizar lo local y demostrar que aquí quien construye la paz no es el presidente, los senadores o los ministros, sino la señora que teje, el periodista que saca adelante su canal comunitario y el gaitero que hace soñar con su música. Paciencia porque el camino es largo y el trabajo seguirá haciendo parte de quienes trabajan por esa #PazSilenciosa.
*Las opiniones expresadas por el columnista no representan necesariamente las de PUBLIMETRO Colombia S.A.S.