Una pastelería en Tokio

Mauricio Barrantes – @Mauriciobch

Las cosas simples de la vida como deleitarse con el canto de los pájaros, mirar al cielo para saludar las hojas de los árboles o inspirarse con la belleza de la luna parecen una gran ficción en medio de la rutina cargada de despertadores, almuerzos de 15 minutos y trancones de dos horas. En la película Una pastelería en Tokio, de la japonesa Naomi Kawase, la enfermedad, la soledad y el sufrimiento no son excusa para poder detenerse a ver el mundo con un poco de amor e invitar a reflexionar al espectador sobre lo que se deja pasar por las obligaciones, los prejuicios y el dolor.   

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Sentaro es un hombre solitario que trabaja en una pastelería haciendo doriyakis, unos pasteles japoneses rellenos de anko (pasta de fríjoles rojos muy usados en la repostería de la cocina oriental). Sin embargo, para él este trabajo es rutinario y por eso cuando conoce a Tokue, una anciana que hace un anko único, redescubre el placer de estos pasteles, tanto para probarlos como para hacerlos. Y aquí el tema pasa a ser el de la cocina y de su magia, de cómo los sabores son efecto de la relación cocinero-ingredientes, en la que los productos de la tierra son regalos de la vida y en esa medida el agradecimiento y el amor con el que se traten influirá en el resultado de la preparación. 

La película es una moderna reflexión sobre los pequeños placeres, en la que la paciencia y la disciplina surgen como cualidades necesarias para lograr cualquier objetivo. De igual manera, la cinta también pone sobre la mesa algunos prejuicios, dolencias de la sociedad en que por miedo e ignorancia se rechaza la diferencia, causando dolor en distintos seres y promoviendo el egoísmo en quienes se dejan llevar por ellos. En el caso de Una pastelería en Tokio el prejuicio hacia una enfermedad es el punto de quiebre para que los personajes se enfrenten con sus propios universos y dejen ver sus más profundas emociones. 

Y es precisamente los personajes uno de los aciertos del filme, porque gracias a la fantástica interpretación de Masatoshi Nagase y Kirin Kiki se llega a una estructura coherente del relato, que es acompañada por recursos estéticos muy bien pensados que se ponen al servicio de la narración. La conexión parental que se forma entre los protagonistas lleva a escenas tan mágicas como emotivas, con una puesta en escena impecable y movimientos de cámara de gran factura. 

El año pasado esta película sencilla pero arrasadora inauguró la edición de Un Certain Regard, del Festival de Cannes. Sus méritos no son pocos, la clave está en que el audiovisual también puede servir en un proceso de sanación, físico y mental, cuando este aborda las emociones y miedos para servir de inspiración a quienes se identifican y experimentan lo que está en pantalla. 

El 26 de mayo llega Una pastelería en Tokio y por ahora solo resta esperar que los exhibidores no priven a la gente de disfrutar de esta historia con la excesiva programación de los refritos hollywoodenses sobre películas que mueven fibras y dejan huella en quienes la ven, como esta. 

Festival de Cannes

A una semana del inicio de uno de los festivales más importantes del cine mundial, Colombia estará de nuevo presente con dos cortometrajes, el de Simón Mesa, Madre, en competencia oficial y Los pasos del agua, de César Acevedo, en la programación especial de la conmemoración de los 55 años de la semana de la crítica.  

*Las opiniones expresadas por el columnista no representan necesariamente las de PUBLIMETRO Colombia S.A.S.

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