Moda y pedales

Pablo Francisco Arrieta / @xpectro/ Profesor y amante de la fotografía

Nueva York. Por un capricho del destino terminamos viviendo un fin de semana dedicado a los años veinte. Primero fue la boda temática de unos amigos que pidieron a los invitados lucir trajes de aquellos años. Y el domingo visitamos Governors Island, donde ocurría una fiesta de jazz en el parque al estilo de los 20.

PUBLICIDAD

 

Mientras Mike Arenella y su Dreamland Orchestra interpretaban éxitos de hace casi un siglo, decenas de bailarines llenaban la pista mientras centenares de espectadores disfrutaban de un no muy caliente día de sol. Chicas coquetas (flappers) eran acompañadas, o simplemente admiradas, por caballeros que habían visitado recientemente al barbero. Telas blanquecinas y suaves contrastaban sobre el verde del pasto en el que se recostaban. Las parejas caminaban mientras uno entendía por qué los abuelos cayeron en las garras de estas chicas que apostaban más a la picardía que a la belleza para cautivar. La atención al detalle de todos los asistentes era impresionante; incluso el presentador leía el programa en páginas de papel que se notaba fueron escritas en una máquina de escribir antigua.

 

En medio de todos, brillando bajo el sol tanto por el color azul de su chaqueta como por la sonrisa permanente en su rostro, Bill Cunningham. Para muchos su nombre no es reconocido, pero en el mundo de la moda, el New York Times y la ciudad de Nueva York, este señor es una institución viva. Con sus 83 años, surca la ciudad en su bibicleta armado de una cámara mientras retrata el alma de sus calles.

 

Objeto de un excelente documental que lleva su nombre, así como de innumerables reconocimientos internacionales, este hombre sorprende por la sencillez y modestia con que desempeña su labor y vive su vida. Al encontrarlo en el evento me dediqué a caminar desde el otro lado de la barrera siguiendo con la mirada sus acciones. No todos los días se puede observar un maestro trabajando.

 

Por más de una hora, ví a Cunningham caminar lentamente entre los asistentes mientras buscaba el mejor ángulo para captarlos. Siempre con amabilidad y dulzura les pedía a hombres y mujeres en algunos casos que posaran, otros eran captados sin que lo notaran, pero también otras veces les cumplimentaba sus vestimentas y seguía su camino.

 

Zapatos, faldas, sombreros, peinados, bigotes eran observados velozmente por los ojos del fotógrafo (que no le gusta ser llamado así), destacando en sus imágenes la belleza particular de cada persona.

 

Mientras desencadenaba su bicicleta me acerqué y cruzamos algunas palabras. Al agradecerle por habernos prestado por tantos años sus ojos y con ello mostrarnos un mundo que se nos escapa, él dijo mientras miraba mi iPhone “pero ese poder ahora lo tienes tú, y todos, en sus manos”. Democratizadas las herramientas y los medios, se hace urgente aprender a ver.

 

La orquesta seguía tocando y el maestro se marchaba pedalendo, dejando una estela de sonrisas en todos aquellos que lo reconocían. Comentando esta fiesta en el 2010 para su sección digital en el New York Times, dijo que “estos chicos miran el pasado para reinventar un posible futuro”. Hoy, Cunningham se mueve con una cámara digital que amplía sus capacidades sin eliminar al hombre que observa y registra como sólo él puede hacerlo.

Tags

Lo Último